Muerte de un matrimonio en clave musical: cómo Lily Allen convirtió la infidelidad en un espectáculo pop
El disco de la cantante, ‘West End girl’, es la radical y cruda radiografía musical del derrumbamiento de una pareja casada

“Dicen que con el tiempo el dolor se olvida. No comparto esa opinión. Me acuerdo del dolor. Lo que en realidad se olvida es el amor”, escribió Nora Ephron en su libro de memorias No me acuerdo de nada (Libros del Asteroide, 2022). Lily Allen no solo quiere que su dolor sea recordado, también lo quiere diseccionado, coreado y convertido en un espectáculo pop. Porque en su disco West End Girl hace una descarnada radiografía a su matrimonio. Tras siete años sin sacar disco –hasta hace poco, se enorgullecía de ganar más dinero vendiendo fotos de sus pies en OnlyFans que con la música– su divorcio del actor David Harbour ha sido el que la empujado a la cantante a escribir en 16 días 14 canciones en las que habla de infidelidades, juguetes sexuales y vasectomías.

El derrumbamiento de un matrimonio
Todo comienza con el tema que da nombre al álbum y en el que cuenta su mudanza a la Gran Manzana con el actor de Stranger Things. La actitud de Harbour cambia en cuanto su esposa recibe una oferta para protagonizar una obra en el West End. La canción alude a la casa diseñada por Billy Cotton que compraron en Carroll Gardens, Brooklyn, y que en 2023 mostraron a la revista AD. Un vídeo que ante el escándalo desatado a causa del disco, es ahora analizado con esmero en redes sociales por cantidad de personas que consideran que la actitud del actor estaba repleta de red flags que ahora ondean al viento y que entonces, parecían meras excentricidades. Entre otras cosas, Harbour se enorgullecía de que la habitación del matrimonio careciera ventanas. “Lo bueno de que no tenga ventanas es que hace que la habitación cumpla su cometido, porque en el dormitorio solo se tienen que hacer actividades en pareja… Ya sabéis lo que quiero decir”, comentaba el actor.
La distancia -en esos momentos, física- de la pareja inquieta a la cantante, que imagina a su marido con otras mujeres en los temas Ruminating y Sleepwalking. Porque aunque tienen una relación abierta, él incumple las normas establecidas por ambos. Así lo hace saber en Madeleine. “Sé discreto y no seas descarado. Tenía que ser con desconocidos”, canta. Al igual que ocurrió cuando Beyoncé habló en Lemonade de Becky with the good hair para referirse a la amante de Jay Z, los internautas se han apresurado ahora a intentar averiguar quién es Madeleine. Este domingo, The Daily Mail ha desvelado la incógnita. Se trata de la diseñadora de vestuario Natalie Tippet. “Claro que he escuchado la canción, pero tengo una familia y cosas que proteger. Tengo una hija de dos años y medio”, ha dicho al tabloide británico. “Leí tu mensaje y ahora me arrepiento”, canta Allen en Tennis, aclarando que se enteró de la infidelidad de su esposo al ver un mensaje en su teléfono. “Si solo fuera sexo, no estaría celosa. ¿Quién es Madeline?”, pregunta en la canción.
En Pussy Palace cuenta que al visitar el apartamento de su marido en West Village, encuentra cantidad de condones, cartas de amantes desconsoladas y juguetes sexuales. “Juguetes sexuales, dildos anales, lubricante en el interior de cientos de preservativos… Estás jodidamente mal”, canta. En esta cronología musical del final del matrimonio, 4chan Stan es el tema en el que Allen, al encontrar un bolso de marca, sospecha que su marido le está engañando con una mujer famosa. Fruityloop funciona como el cierre del álbum perfecto: “No soy yo, eres tú”, dice en la canción.
Vulnerabilidad en tiempos de coraza
Laura Estudillo, agente de prensa especializada en música, explica a S Moda que tener el corazón roto es un motor muy potente para los artistas a la hora de crear. “Muchas de las mejores canciones y discos que hemos escuchado nacen precisamente de ahí. En el caso de Lily Allen, y cumpliendo con este cliché (que podrá estar manido, pero es real), ha vuelto a sacar lo mejor de sí desde los tiempos de su álbum de 2009 It’s Not Me, It’s You. No sé si llamarlo un disco de venganza como tal, pero sí uno de catarsis… Y, además, muy disfrutable para el público”, asegura. “Ya entonces se definió como una artista mordaz, honesta y con un sentido del humor afilado a la hora de narrar sus desgracias; algo que repite aquí, con la diferencia de que ahora es una mujer de 40 años a la que se le ha venido el mundo encima tras descubrir la doble vida de su pareja. Su arrebato de sinceridad—narrando todo tipo de detalles— puede resultar incómodo para algunos. Especialmente para quienes creen que el dolor femenino solo es aceptable si es bonito, silencioso o útil para la fantasía masculina; porque, lamentablemente, para ciertos oídos, una mujer que habla sin miedo de lo que siente es, antes que valiente, una histérica”, dice Estudillo.
Precisamente a Blanca Lacasa, autora de El accidente (Libros del Asteroide, 2025), le llama la atención lo mucho que ha sorprendido a tantos que la cantante se desquite en su disco. “¿Acaso no es Pesadilla en el parque de atracciones, de Los Planetas, un tema en el que un hombre habla con absoluto despecho de lo que una mujer le ha hecho?!”, pregunta. “Hay algo extremadamente tentador en ser narradores de nuestras historias aunque en realidad, lo somos siempre; pues nos estamos contando a nosotros mismos constantemente lo que nos pasa. Es algo que hacen muchos artistas: parten de experiencias para construir un relato que pueda interesar a más gente. En este caso, Allen ha llevado lo personal a un lugar que interesa a mucha gente, porque conecta con las historias de otras personas que se pueden ver reflejadas”, dice la escritora.
Lily Allen subraya el poder de su voz narrativa. “Si lo que haces no provoca, ¿qué sentido tiene? Si no asusta, ¿para qué lo haces? No estoy aquí para ser mediocre. Mi fuerza es mi habilidad para contar una historia, y me voy a aferrar a eso. Es todo lo que tengo”, ha dicho a Perfect Magazine.
La cantante abraza su vulnerabilidad, redefine el concepto “álbum de ruptura” e invita a quien quiera escuchar sus canciones a sentir que está siendo testigo de algo que tendría que quedar reservado para la intimidad. Y en un mundo en el que las redes sociales han logrado que la privacidad parezca imposible, no es fácil y es inmensamente apetecible. No es ni mucho menos la primera en expresar sus desgracias sentimentales, pero sí abre una nueva senda al hacerlo sin adivinanzas .“
En los últimos años, los artistas han enseñado a su público a escudriñar las canciones en busca de detalles sobre sus vidas personales”, comenta en The New York Times Shaad D’Souza, que señala cómo Olivia Rodrigo invita en Driver’s License a los oyentes a especular sobre quién podría ser “that blonde girl” (esa chica rubia), mientras que en Man’s Best Friend, Sabrina Carpenter lanza algunos dardos envenenados a tres exnovios en el estribillo de Go-Go Juice, pero “de una forma oblicua”. “Mientras los fans de Swift juegan a ser detectives y descifrar mensajes ocultos en las ilustraciones y las letras, el álbum de Allen, con sus escabrosos detalles sobre juguetes sexuales ocultos y mensajes de texto ilícitos, anima a sus oyentes a consumir West End Girl como si se tratara de un podcast sobre crímenes de la vida real o una revelación en una revista de chismes”, dice.
Vivir para cantarla
“No puedo creer que Lily Allen esté a punto de lanzar el Melodrama para mujeres británicas blancas divorciadas mayores de 40 años”, escribe un internauta en un tuit aludiendo a Melodrama, el disco de Lorde. También hay quienes comparan el disco de Allen con Jagged Little Pill, el álbum en el que Alanis Morissette atravesaba la fase del duelo que corresponde a la ira, aunque lo hacía sin que el público supiera los detalles exactos de lo ocurrido. Pero Lily Allen, que saltó en 2006 a la fama como Smile, lejos de sonreír ahora grita y al hacerlo, ha hecho del desamor el espectáculo pop definitivo. “Porque si cuento la historia, no me duele tanto. Porque si cuento la historia, puedo soportarla”, escribe Ephron al final de Se acabó el pastel (Anagrama, 2022), el libro en el que la autora hacía de las intimidades de su maltrecho matrimonio un ingrediente más de la receta de una tarta de melocotón. La receta de Allen no tiene frutas, sino juguetes sexuales, estribillos y muchísima ira, ayuda a quienes se identifican con su historia a compartir su dolor, a quienes persiguen el morbo a disfrutar de semejante exhibición de rabia y a ella, tal vez a soportar su historia pero ante todo, a enriquecerse con ella.
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