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Las confesiones de Faye Dunaway: del amor de su vida, Mastroianni, que nunca dejó a su mujer por ella a sus ataques de ira en el ‘set’

En el documental ‘Faye’, estrenado en el Festival de Cannes, la actriz revela a cámara todas sus luces y sombras que la retrataron siempre como estrella complicada

Faye Dunaway
Marcello Mastroianni y Faye Dunaway en el set de 'Amantes'.Vittoriano Rastelli (Getty Images)

La noche del 28 de marzo de 1977, Faye Dunaway (Florida, 83 años) ganó su primer Oscar por Network, de Sidney Lumet. Era su tercera nominación, la primera había llegado justo 10 años antes, con Bonnie y Clyde, por la que la actriz se convirtió en estrella e icono repentino, una posición que la víspera de aquel Oscar sería ya eterna. En aquellos Oscar, el fotógrafo Terry O’Neill se le acercó, le dijo que no quería tomarle la típica imagen con la estatuilla que, por favor, se levantara a las 6 de la mañana, la esperaría en la piscina del Beverly Hills Hotel. Él ya había preparado el set: la piscina de fondo, la mesa, la silla y los periódicos con los titulares de su premio por el suelo, el desayuno y el Oscar sobre la mesa. Faye sólo necesitó 15 minutos, dispararon 12 fotos distintas, una de ellas es hoy una de las más emblemáticas de Hollywood. El descanso de la estrella. Su fama quedaría retratada para siempre ahí, pero también el vacío, la soledad que la acompaña.

La fotografía que le hizo Terry O’Neill es el cartel del Festival de Cannes 2024.
La fotografía que le hizo Terry O’Neill es el cartel del Festival de Cannes 2024.

El documental Faye, presentado estos días en el Festival de Cannes, producido por HBO, arranca con la anécdota de esta imagen. Y tiene todo el sentido, Faye Dunaway ha sido y es una de las grandes estrellas de Hollywood, pero también una de las más solitarias y abandonadas. Y, en parte, por culpa de ella misma o, más bien, de su enfermedad. A continuación de la historia de este retrato de O’Neill (con quien, por cierto, empezó entonces una relación, se casaron y adoptaron el único hijo de la actriz, Liam), los adjetivos para definirla se suceden rápidos: “Héroe, leyenda, fuerza de la naturaleza, mi amiga”, dice Sharon Stone. A los que otros en seguida añaden: complicada, volátil, difícil. “¿Con quién no trabajaría nunca más en Hollywood?”, le pregunta Johnny Carson en una antigua entrevista a una veterana Bette Davis: “Ni por un millón de dólares… con Faye Dunaway. Y creo que cualquiera te diría lo mismo”, se ríe. Sus enfados, sus cambios de humor, sus ataques de ira… Dunaway empieza justificándolos hoy a cámara por su obsesión por el perfeccionismo y el detalle. Es su hijo quien confiesa su diagnóstico maniaco depresivo y bipolaridad que sólo ha empezado a tratarse correctamente “hace un par de años”.

Faye Dunaway con su hijo Liam. (Cortesía del Festival de Cannes).
Faye Dunaway con su hijo Liam. (Cortesía del Festival de Cannes).

De esa forma queda explicado su complejo temperamento de diva, las quejas de sus compañeros de profesión durante años y hasta el miedo de prensa y publicistas de enfrentarse a ella. Y, de esa forma, el documental se transforma en una defensa de la salud mental, acorde con los tiempos de hoy, en los que, por cierto, uno de sus mayores fracasos en pantalla, Queridísima mamá (Frank Perry, 1991), en la que Dunaway interpretaba a la desquiciada y violenta Joan Crawford siguiendo las memorias de su hija, cobra otro sentido. En aquellos primeros noventa, nadie hablaba de enfermedades mentales, nadie quería ver el lado oscuro de una estrella maltratando a su hija… Faye se atrevió, se transformó en la actriz de Johnny Guitar, y se lanzó al abismo.

“Necesito mi trabajo, no otra persona”, dice Faye en un momento dado del filme. Así justifica también el fracaso de todas sus relaciones sentimentales. Empezando por el que, confiesa, probablemente fue el amor de su vida: Marcello Mastroianni. Se conocieron rodando Amantes, de Vittorio de Sica. Él estaba casado, para ella era sólo su cuarto filme. Estuvieron un par de años a escondidas. “Yo llegaba a Fiumicino con una peluca castaña y la cabeza baja”, cuenta. Se mantuvo en un estado “delirante” durante ese tiempo, pensando que él alguna vez se iría con ella, hasta que decidió abandonarle. Lo importante era su trabajo y hacer un buen trabajo era el éxito personal para la actriz.

Faye Dunaway y Marcello Mastroianni en 'Amantes'.
Faye Dunaway y Marcello Mastroianni en 'Amantes'.Keystone Features (Getty Images)

En los sesenta y los setenta, Faye se alzó como el referente de la mujer independiente y liberada a través de sus personajes y quizá porque algo de ese carácter sólo admitido (y hasta aplaudido) en los hombres permeaba en el movimiento feminista de entonces. Aun así, sufrió. Las exigencias de la delgadez (Steve McQueen se reía de ella por lo poco que pesaba), del alcoholismo que cree haber heredado de su padre (y por el que lleva en tratamiento 15 años), la presión por no perder su status en Hollywood. “Mi gran sueño era tener un hijo”, llora diciéndolo en el documental. Para cuando quiso tenerlo, por todo lo que había dedicado a su trabajo, era demasiado tarde y adoptó a Liam con menos de una semana de vida. Las imágenes menos vistas y más tiernas de la actriz en el documental son esos vídeos caseros y fotos familiares.

Steve McQueen y Faye Dunaway en 'The Thomas Crown Affair' (1968).
Steve McQueen y Faye Dunaway en 'The Thomas Crown Affair' (1968).Silver Screen Collection (Getty Images)

Sufrió también la ira de algunos directores. Terrorífica es la anécdota en la que Roman Polanski intentó arrancarle, por la espalda, un pelo rebelde que se disparaba en su melena mientras rodaban Chinatown (1974). “Lo que salió por la boca de Faye”, dice entre carcajadas uno de los ayudantes de aquel rodaje.

El director Laurent Bouzereau, con la ayuda de Liam Dunaway, y de los mejores amigos que la actriz aún conserva en Hollywood (Sharon Stone, Mickey Rourke, James Gray, el fotógrafo y ex novio Jerry Schatzberg) emprenden en el filme una defensa apasionada de una leyenda que anoche estaba feliz de presentarse así, sin filtros, honestamente, en el Festival de Cannes, ese lugar al que ha vuelto año tras año como simple espectadora, siendo más Dorothy Dunaway, su nombre de nacimiento, que Faye, la persona que se inventó, “mi máscara, mi caparazón”, dice.

“Mi madre empezó como una persona normal queriendo ser famosa, y ha acabado como una persona famosa queriendo ser normal”, dice su hijo entre lágrimas. Y ella asiente, pero quizá sin todo ese dolor que sufrió, no habría llegado hasta aquí, concluye la actriz, en este retrato tan real de la estrella. Ahora sí, quizá Faye pueda descansar.

Laurent Bouzereau, Faye Dunaway, Liam Dunaway O'Neill y McKinzie Roth en Cannes.
Laurent Bouzereau, Faye Dunaway, Liam Dunaway O'Neill y McKinzie Roth en Cannes.Pascal Le Segretain (Getty Images)

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