Emilie Flöge, la musa de Klimt que la moda olvidó
Desde su tienda, esta moderna diseñadora y empresaria lideró dentro del art nouveau una moda libre de la tiranía del corsé
“Ve a buscar a Emilie” fueron las últimas palabras que dijo Gustav Klimt poco antes de morir de un infarto en 1918. De entre todas las mujeres que el artista austríaco pintó, admiró y a su manera, amó, fue a la empresaria Emilie Flöge, su compañera de vida, a quien dedicó su último aliento.
La que muchos creen que es la figura femenina representada en El beso, estrechada en los brazos del pintor, fue una musa que inspiró varios de sus cuadros y bocetos. Incluso tuvo el suyo propio, un retrato que le hizo en 1902. Pero el término de “musa” se queda corto para esta mujer. No muchos conocen la aportación a la moda que hizo esta diseñadora, o que a ella le debemos en buena parte la estrecha vinculación que tuvo el afamado pintor con la ropa. “Adelantada a su tiempo”, como la definió Josep Font a la hora de hablar de una de sus principales inspiraciones para la colección primavera-verano de 2016 de Delpozo, Flöge representó la indumentaria de una oleada revolucionaria liderada por artistas como Klimt que amenazaba los cimientos más conservacionistas del arte.
Final de siglo XIX. Viena. Los polisones, los metros de tela y la ceñida cintura de avispa de una anoréxica Sissi marcan la pauta entre las damas del momento. Contra la ropa encorsetada, varias figuras, ligadas a la efervescencia intelectual y artística de la capital, defendieron unas prendas que ‘liberasen’ el cuerpo femenino de la tiranía de la moda. Flöge encabezaba en Viena ese ‘vestido reforma’, de tejidos vaporosos y siluetas más amplias y fluidas que diseñaba para su tienda, la casa de costura Schwestern Flöge (Hermanas Flöge).
En la comercial Mariahilfer Strasse de la capital, Emilie, junto con sus hermanas Heléne y Pauline, abrió en 1904 una tienda en el piso superior del famoso edificio Casa Piccolo, justo encima del café que daba nombre al inmueble. Mientras Emilie se encargaba de los asuntos artísticos y del taller, que llegó a incluir a 80 costureras, Pauline dirigía la parte de oficina y Helene se hacía cargo de los clientes. Para empaparse de las tendencias, Emilie viajaba varias veces al año a París y Londres, desde donde traía los más novedosos textiles que adaptaba para las figuras más opulentas de la sociedad vienesa. Aunque ella prefería los modernos trajes reforma, demasiado adelantados para aquel entonces, la casa de costura sobrevivió gracias a las ganancias de la alta costura más tradicional.
Schwestern Flöge bien podría pasar por un antecedente de concept stores como la recién desaparecida Collette o Dover Street Market. La estrecha vinculación de Emilie con la Wiener Werkstäte, la asociación vienesa que integraba artistas, arquitectos y diseñadores del momento, hizo que su local fuese el epítome de lo moderno tanto en la estética como en el concepto de tienda. Fue considerado uno de los primeros ejemplos de interiorismo comercial concebido como una obra de arte completa: elegantemente amueblado al estilo art-nouveau de la Wiener por Joseff Hoffmann y Koloman Moser, miembros destacables de la asociación, el propio Gustav Klimt les diseñó el logo de la firma.
En la recepción de la tienda acostumbraban a tener vitrinas expositoras con retales de bordados y estampados folk que Emilie coleccionaba de Centro Europa, especialmente de Eslovaquia. También se podían comprar allí piezas de joyería creadas por la Wiener Werkstäte (a menudo firmadas por Koloman Moser), para las que la propia Emilie ejercía como modelo. La clientela de las hermanas Flöge estaba integrada por la alta burguesía y solía coincidir con los cultivados empresarios industriales judíos que apoyaban a Gustav y recibían sus ideas y obras de arte con entusiasmo.
Como demuestran sus pinturas, Klimt daba mucha importancia al diseño y estilismo de sus mujeres retratadas. El artista apoyó la tienda de Emilie creando estampados y prendas largas y holgadas, como la conocida túnica que él mismo solía llevar cuando pintaba. Se influyeron mutuamente, con un estilo por un lado orientalista y por otro geométrico que se adelantó algunos años al de Sonia Delaunay. ¿Su máxima inspiración? La estética de la Wiener y los mosaicos bizantinos de Rávena que habían fascinado a Gustav en un viaje a Italia en 1903 (sí, bastante antes de que Dolce & Gabbana los subiese a la pasarela). La propia Emilie Flöge vistió con diseños propios a algunas de las modelos del pintor, como a la joven Mada Primavesi con un vestido de flores bordadas o a Adele Bloch-Bauer para el famoso cuadro La dama de oro.
Como un Karl Lagerfeld de fin de siglo, Klimt fotografió a menudo las prendas que diseñó. Es conocida una sesión que hizo con vestidos de verano creados por él mismo. Un auténtico lookbook de comienzos de s. XX en el que inmortalizó a Emilie en el río Atter, cerca de la casa familiar Flöge donde Gustav solía pasar los veranos tras la muerte de su hermano Ernst, que se había casado con Helene Flöge.
La casa de costura Schwestern Flöge sobrevivió hasta 1938. Con la ocupación nazi de Austria, y con la mayoría de sus clientes de ascendencia judía, las hermanas tuvieron que echar el cierre a una tienda que durante 34 años fue el lugar donde las mujeres más progresistas de Viena hacían el peregrinaje. Las Flöge no tuvieron competencia en la capital hasta que la propia Wiener abrió su departamento de moda, en 1911.
La naturaleza de la relación entre Gustav y Emilie está envuelta en una nube de misterio. Se especula que podían haber sido amantes en una época temprana, pero mantuvieron una relación en la que nunca se casaron y que dio para que el pintor tuviese escarceos con diferentes mujeres y hasta catorce bastardos. En cualquier caso, para algunos fue “la persona más importante de su vida”, como describió Tobias Natter para el New York Times. Quedó patente su complicidad en sus fotografías, algunas de sus pinturas y las 400 postales que el pintor le escribió durante su vida. Muchas de sus posesiones, algunas de ellas parte de la herencia que le legó Klimt, se quemaron en un incendio en su apartamento. Emilie Flöge murió en 1952, treinta y cuatro años después que el artista, por un fallo de riñón.
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