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El objetivo discreto

Bill Cunningham es el auténtico decano de la fotografía de moda. Pero su territorio es la calle, donde retrata a los hombres y mujeres que de verdad crean las tendencias.

El objetivo discreto
Cordon Press

La persona más importante del mundo» es un dulce y risueño ancianito de 82 años, figura enjuta y maneras exquisitas, que podría pasar desapercibido en cualquier calle de cualquier ciudad del planeta. Quien le otorga ese título –curiosamente, el guardián de las puertas de uno de los desfiles más codiciados de la Fashion Week de París– sabe muy bien de lo que habla. Ante él se encuentra Bill Cunningham, fotógrafo legendario de The New York Times; el único que ha sido capaz de captar la esencia de la moda en todas y cada una de sus manifestaciones: desde los salones donde monsieur Dior mostraba su New Look a las mujeres de la posguerra, a los dandis que pueblan ahora mismo la intersección entre la 57 y la Quinta avenida, en Manhattan. 

En esa esquina, donde se concentra la mayor cantidad de tiendas de lujo y mujeres millonarias por metro cuadrado, Bill sigue reinando cada día como cronista oficial e invisible de la evolución de las tendencias y el estilo de la calle desde hace 44 años. Y las refleja en su sección dominical en el periódico norteamericano: On the street, donde da fe de lo que eligen para vestirse y adornarse las personas reales, las que hacen suya la moda.

Mucho antes de que The Sartorialist soñara siquiera en convertirse en fenómeno digital y sociológico, Bill Cunningham ya había hecho del asfalto su lienzo en blanco. «El espectáculo de la moda siempre ha estado en la calle. Tienes que estar ahí y dejar que te cuente cuáles son de verdad las tendencias», explica ante la cámara de Richard Press y Philip Gefter, sus compañeros en The New York Times, que consiguieron persuadirlo para hacer un documental sobre su vida, Bill Cunningham New York. La película se estrenó en EE UU hace unos meses. «Tardamos 10 años en terminarlo –explica Gefter, el productor–; de ellos, dedicamos ocho a convencerlo para que nos dejara hacerlo». 

El espía espiado Posee la habilidad de pasar desapercibido mientras dispara sus instantáneas desde su bicicleta.

Cordon Press

Pero lo mejor vino después, cuando comprobaron atónitos que su nombre abría puertas impenetrables con una facilidad pasmosa: Anna Wintour, Annette de la Renta, Iris Apfel, Anna Piaggi, Carmen Dell’Orefice, Tom Wolfe, Josef Astor… Hombres y mujeres poderosos de Nueva York ardían en deseos de elogiar al fotógrafo. «Bill lleva documentando mi estilo desde que yo tenía 20 años», relata en el documental la directora de Vogue USA. «En realidad, todos nos vestimos para que nos fotografíe y si te ignora es la muerte», bromea en el filme. Todos lo conocen, pero pocos saben de su vida. Convertido en una especie de asceta, el documental lo muestra viviendo en un estudio con un catre rodeado de archivadores donde guarda todos y cada uno de los negativos de todas las fotos que ha hecho durante su vida.

Como la poesía desnuda de Juan Ramón Jiménez, Bill Cunningham se ha ido desprendiendo de todo lo accesorio hasta convertirse en la imagen de la pureza estilística. Le bastan una cámara analógica colgada de su cuello, una bicicleta de segunda mano –le han robado más de 30 a lo largo de su vida– y una chaqueta de loneta azul marino, que recuerda al uniforme de un tendero parisino de los de antes, para su búsqueda particular de la belleza. 

A pie de pasarela Siempre se sienta entre el público en los desfiles de París. Es oficial de la Orden de las Artes y las Letras.

Getty Images

Con su bicicleta cruza Manhattan de una punta a otra para disparar todo lo que le resulta interesante. Puede ser un color que predomina, una indumentaria atrevida o un detalle sofisticado lucido con especial elegancia. «En esta época de réplicas y copias solo me interesa la gente con estilo, me da igual que sean o no celebrities», explica. Sin embargo, el destino quiso que, para su primer trabajo en The New York Times en los años 50, la persona a la que captara fuera nada menos que la elusiva Greta Garbo. «No sabía quién era. Solo me fijé en que llevaba un maravilloso abrigo de piel de nutria con un corte perfecto en los hombros», confiesa.

La precisión de sus entrenados ojos le permite descubrir que una mujer que se cruza por la calle lleva un abrigo de la colección de Yohji Yamamoto del años 85 o que los diseñadores japoneses de la década de los 90 se inspiraron en las vagabundas que poblaban Bowery, con sus trajes hechos con bolsas de basura para sus siluetas casi medievales. Rei Kawakubo confirmó después que ese análisis no podía ser más certero.

Su búsqueda se inició de niño. «En la iglesia no podía apartar los ojos de los sombreros de las mujeres», relata. Quizá por eso quiso dedicarse a la moda. Y lo hizo de una forma más activa hasta los años 60. Primero trabajo en Chez Ninon, la boutique más exclusiva de Manhattan. Entre sus méritos: él tiñó de negro el vestido que Jackie Kennedy compró allí para el funeral de su marido. Después se afincó como sombrerero de bastante éxito bajo la firma William J. Pero luego su búsqueda lo lanzó a las calles y allí sigue, fotografiando las tendencias en el mismo momento en el que surgen. Su humildad raya lo enfermizo; ni siquiera se considera fotógrafo. «Cualquier profesional podría decir que soy un fraude», confiesa. «Solo capto lo que veo, fotografío la vida en movimiento, sin más».

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