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¿Comida basura o cocina de autor?: el engaño del emplatado

¿Un plato no es bueno si no viene bien presentado? Jacques La Merde denuncia desde su descarado Instagram que quizá hemos perdido el Norte con la apariencia de la comida.

emplatar

La expresión ‘comer con los ojos’ es más vieja que el mundo y solía significar comer más allá del hambre, hincharse, vamos; o, al menos, servirse más de la cuenta. Solía significar eso, pero con las nuevas tendencias gastronómicas, el sentido de ‘comer con los ojos’ no puede haberse tornado más literal. Y es que el elemento visual en la presentación de la comida se ha convertido, si no en el factor primordial, sí en uno de los que más puntúan.

Y no, no siempre fue así, lo que se denomina hoy ‘emplatar’ es algo relativamente reciente. Proviene de principios de los setenta, y, cómo no, de nuestros vecinos franceses y su Nouvelle Cuisine (aunque haya quien se lo atribuya –en su vertiente más funcional y menos artística– a los americanos). A pesar de que hoy parezca inimaginable, hasta ese momento, en los restaurantes de postín, la comida se servía de otras maneras: eran los camareros (o el propio cliente) quienes ofrecían las raciones a los comensales directamente de fuentes o de carritos auxiliares. Pero la comida nunca salía lista y dispuesta para que se le hincara el diente directamente de las cocinas. De hecho, la RAE (siempre al filo de la novedad) acaba de introducir el término ‘emplatar’ como artículo nuevo en su reciente edición.

Con la llegada del emplatado (que, no nos engañemos, reducía considerablemente los costes, amén de darle al chef mayor control y libertad sobre el resultado final de su trabajo), empiezan a proliferar las técnicas de ‘montaje decorativo’, las exposiciones sobre los mejores emplatados, los cursos sobre cómo presentar un plato de la manera más atractiva posible… Tanto que ahora mismo parece que un plato no puede ser bueno si no viene convenientemente ‘aviado’. Que se lo digan si no a Alberto, el concursante de MasterChef 3 fulminantemente expulsado y convertido (intuimos que a su pesar) en trending topic por presentar un indescriptible león-patata comiendo gamba. Aunque claro, tampoco aplacó la cólera del jurado el hecho de que el punto de cocción de la infantil patata no fuera el adecuado (un eufemismo para decir que estaba cruda como una piedra).

Pero, ¿y al revés? ¿Puede una receta mala convertirse en riquísima sólo por su aspecto? ¿Es posible que un plato barato de el pego? ¿Nos pueden engañar tan fácilmente? Este es el experimento que parece estar llevando a cabo el ¿chef? Jacques La Merde (su nombre lo dice todo) en su Instagram. En poco más de dos meses y con tan sólo 25 publicaciones, el irreverente y misterioso instagramer cuenta ya con más de 51.000 seguidores.
 

 

Una foto publicada por @chefjacqueslamerde el

El asunto consiste en coger ‘comida basura’ y convertirla, aparentemente, en una receta digna de un chef con estrella Michelin. Propuestas culinarias hechas con dos duros (y ningún afán dietético) que se revisten de pretenciosidad y aparentar costar 60 euros. Así, Jacques La Merde presenta platos visualmente maravillosos (cromáticos, bien estructurados, elegantes) y con un aspecto delicioso confeccionados exclusivamente con ‘comida basura’ (Cheetos, galletas Oreo, crackers, Doritos, bacon, Mentos, bagels, gominolas, huevos Kinder…). Las descripciones tampoco se quedan cortas.

Una reflexión tan divertida como cargada de mala leche… Y es que igual fiarse tanto de las apariencias quizá no sea tan buen negocio.

 

Una foto publicada por @chefjacqueslamerde el

 

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