Irracionales hasta la médula
Aunque nos creamos lo contrario, las personas no tenemos todo el control sobre nuestros propios pensamientos.
Nos creemos racionales, pero nada más lejos de la realidad. Olvídate de lo que creías hasta ahora sobre la intuición, la felicidad o la forma en que tomas decisiones. Una chocolatina y un caramelo han costado 1,10 €. La chocolatina cuesta 1 € más que el caramelo. ¿Cuánto cuesta el caramelo? Si tu respuesta es € 0,10, has picado. Bienvenido al club.
En su último libro (Thinking: Fast and Slow, sin traducción al español por el momento), recién elegido como uno de los diez mejores del año por The New York Times, el psicólogo y Premio Nobel Daniel Kahneman pone patas arriba las nociones convencionales sobre la forma en que tomamos decisiones, el poder de la intuición o qué nos hace felices. Para concluir que, en última instancia, somos irracionales. Hasta la médula.
Durante largo tiempo se pensó que las cosas que desconocemos sobre nosotros mismos eran oscuras. Piensa en la colección de complejos que nos regaló Freud. Como no podíamos afrontar estas tenebrosas pasiones, las reprimíamos. Hasta hace poco se asumía que éramos racionales, que teníamos control sobre la mayor parte de nuestro pensamiento. Y, si nos alejábamos de la razón, se debía a la injerencia de pasiones como el miedo o el amor, que distorsionan nuestro juicio. La realidad es bien distinta.
Las investigaciones de Kahneman y su colega, el fallecido Amos Tversky (ambos ganaron el Nobel en 2002), apuntan a que nuestros errores no solo se deben a nuestras pasiones: la mayor parte de nuestro pensamiento sucede por debajo de nuestra conciencia. Es nuestro cerebro el que está construido de esta guisa, apunta un trabajo que ha servido para instigar un cambio cultural que está produciendo asombrosos resultados y que, en opinión del columnista David Brooks “se recordará dentro de cientos de años”.
Los prejuicios inconscientes, los errores de razonamiento que distorsionan nuestro juicio sobre las cosas se producen a todas horas. La culpa la tiene el diseño de nuestro cerebro, señala Kahneman, que funciona a dos velocidades, o con dos sistemas.
El Sistema 1 es rápido, intuitivo, automático, asociativo, metafórico y no se puede apagar. Es lo que mueve a establecer fórmulas para saltar –a menudo precipitadamente- a conclusiones. Detrás de este sistema se encuentran muchas de las decisiones y juicios que hacemos normalmente. Como, por ejemplo, haber concluido rápidamente que la respuesta al acertijo con que iniciábamos el artículo es € 0,10.
El Sistema 1 es muy sensible a las señales que indican peligro, y es el que permitió que nuestros ancestros sobreviviesen. Si te persigue un león, no vas a pararte a pensar en las posibilidades que tienes de saltar un pedrusco sin romperte una pierna. Saltas y punto. Pero en otros contextos, este sistema se equivoca porque va demasiado rápido. Se le dan, además, muy mal las matemáticas que a menudo se necesitan para tomar buenas decisiones. Y es muy poco escrupuloso con los prejuicios irracionales.
El Sistema 2, por otra parte, es lento, deliberado y requiere atención. Se hace con el control cuando las cosas se ponen difíciles. Pero se fatiga pronto, así que normalmente acepta lo que le dice el Sistema 1. Es el razonamiento consciente.
Hay cientos de experimentos que avalan las tesis de Kahneman. Como el de la cabina de teléfonos de Nueva York (antes de que existieran los móviles): cada vez que una persona sale de la cabina después de haber hecho su llamada, los investigadores simulan un accidente. A un actor se le caen todos sus documentos al suelo. Algunas veces, los investigadores dejan una moneda en el interior de la cabina, suficiente para hacer una llamada. Otras veces no. El resultado es éste: si no hay moneda en la cabina, sólo el 4% de las personas que entran a usar el teléfono ayudan al actor a recoger los documentos. Si hay moneda, un 88% echa una mano.
Se sabe, por otra parte, que el nivel de azúcar en la sangre es decisivo a la hora de enviar o no a una persona a la cárcel. Así de racionales somos. En otro experimento, se hizo decidir a magistrados con amplia experiencia sobre la sentencia a un ladrón. Antes de emitir su sentencia, se les pidió que lanzasen un par de dados previamente trucados para arrojar sólo dos totales: el 3 o el 9. Después se preguntó si los meses de sentencia al delincuente deberían ser mayores o menores que el número que mostraban los dados. En otras circunstancias, los jueces habrían emitido sentencias muy similares. Pero en este caso, aquellos que sacaron un 9 con los dados propusieron una media de 8 meses de prisión, mientras que aquellos que sacaron un 3 propusieron una sentencia de solo 5 meses. Ninguno fue consciente del efecto “ancla”, o la tendencia a que nos influyan números que no guardan relación con aquello que tenemos que decidir. Los jueces –como los inversores de Bolsa, en otro famoso experimento- están “ciegos a su propia ceguera”, en palabras de Kahneman.
Creemos que no nos influye el precio astronómico que nos piden inicialmente por una vivienda, por ejemplo, o los descuentos de las rebajas. Pero no es cierto. Y éste es solo uno de tantos ejemplos. Como nuestra tendencia a sobreestimar beneficios y subestimar costes. O la idea de que, cuando estás pensando sobre algo, te parece que no hay nada en la vida tan importante como ese algo. Todas estas ilusiones inciden en un mismo punto: hacernos dudar de la razón.
Llenos como estamos de prejuicios que nos hacen querer las cosas equivocadas, y de percepciones y memorias engañosas, el control que tenemos sobre nosotros mismos es mucho más reducido de lo que pensábamos. Como señala Brooks, “somos jugadores de una partida que no comprendemos”.
Kahneman, que en los últimos tiempos se dedica a estudiar lo que nos produce felicidad, no es muy optimista sobre la habilidad de las personas para cambiar la manera en la que piensan, pero sí para detectar los errores de otros: “Si fuésemos más inteligentes y sofisticados cuando pensamos sobre los demás, esto afectaría en última instancia el comportamiento de todos”.
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*Natalia Martín Cantero es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es
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