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Morfología de los amores de verano: por qué son tan mágicos y dejan tanta huella los romances estivales

Los enamoramientos surgen durante todo el año. Sin embargo, el verano y las vacaciones son el caldo de cultivo ideal para que tenga lugar un idilio intenso y difícil de olvida

Olivia Newton-John y John Travolta, el amor de verano inmortalizado en 'Grease'.
Olivia Newton-John y John Travolta, el amor de verano inmortalizado en 'Grease'.Cordon Press

“Diecisiete de julio. ¡Vaya noche! Sam me ha llevado en barca a la isla. Bailamos en la playa, nos besamos en la playa y… puntos suspensivos. Nunca me había sentido igual”. Esto es lo que escribía Donna Sheridan (Meryl Streep) en su diario en una de las películas que probablemente representan mejor la intensidad y la esencia de los amores de verano, Mamma Mía (Phyllida Lloyd). Este musical tiene todos los ingredientes necesarios para transmitir la emoción de estos de romances bajo el sol: un escenario idílico —porque qué puede haber más seductor que una isla griega llena de flores, rodeada de mar y casitas blancas—, juventud, belleza y ganas de pasarlo bien.

Y es que, aunque los comportamientos y actitudes de los protagonistas puedan parecer algo empalagosos, tienen una explicación. José Ramón Alonso, catedrático de la Universidad de Salamanca (USAL), experto en neurociencia y neurobiología y escritor de El cerebro enamorado, afirma que este complejo órgano literalmente cambia durante el enamoramiento: “Hay un incremento de la adrenalina, un aumento de la frecuencia cardíaca y de la presión sanguínea. Estamos alerta y plenos de energía. Podemos llegar a sentir ansiedad. El hipotálamo produce dopamina —clave en la atención, la motivación y el placer—, que a su vez induce la liberación de testosterona, la hormona que estimula el deseo sexual”.

Los enamoramientos surgen durante todo el año. Sin embargo, el verano y las vacaciones son el caldo de cultivo ideal para que tenga lugar un idilio intenso y difícil de olvidar. “Fuera de la rutina estamos mucho más predispuestos a vivir aventuras y dejarnos llevar. Este cambio de escenario nos libera de tensiones y responsabilidades y hace que estemos más relajados y abiertos a vivir nuevas experiencias”, explica la psicóloga y sexóloga Silvia Sanz.

Al fin y al cabo, algo de especial deben de tener si levantan pasiones e inspiran por igual a personas de generaciones tan diferentes, como se advierte fácilmente en el cine y la música: desde la clásica Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953), pasando por Grease y su tema Summer nights (Randal Kleiser, 1978), hasta varias de las canciones del álbum Un verano sin ti, de Bad Bunny (2022).

Desencadenar a la imaginación

Decía Anne Carson en Eros dulce y amargo, un ensayo que medita sobre el deseo y el amor tomando como referencia a los clásicos griegos, que “una ciudad sin deseo es una ciudad sin imaginación”. Quizás esta sea la clave de los amores de verano: están insertos en una atmósfera colorida en la que es fácil soñar, innovar y llenar la vida de esos “y si…” a los que se niega la existencia en la vida cotidiana. En el plano relacional, no hay una preocupación tan grande por el futuro, por si realmente puede haber una compatibilidad con la otra persona o si tienen sentido esos encuentros. “En vacaciones es más fácil entregarse a la fantasía para proyectar en estas relaciones todos nuestros anhelos, sintiéndonos en un mundo aparte y creando una serie de vínculos que no son realistas en nuestra vida diaria”, comenta Silvia Sanz.

Por otra parte, durante los meses estivales parece retomarse el espíritu aventurero que se tenía durante las vacaciones de la infancia, sacando a relucir una faceta despreocupada que se suele apagar durante el resto del año: “Es una época de hacer cosas diferentes, experimentar nuevos estímulos y conocer a otras personas. Un ambiente de novedades es muy sugerente para el cerebro, ya que a este órgano le gustan los retos y le desagrada el estrés. Además, hay que reivindicar el aburrimiento y el no hacer nada, algo que nos lleva a explorar cosas nuevas”, afirma José Ramón Alonso.

Entre la idealización y la posibilidad

El término japonés aware se utiliza para referirse a la belleza de lo efímero: una estrella fugaz, los cerezos en flor y, por qué no, los amores de verano. Sin duda, si algo los caracteriza, además de lo apasionados que son, es su corta duración. Esto es, en parte, lo que hace sentir una atracción tan fuerte hacia ellos. “Las relaciones temporales que sabemos inalcanzables producen una sensación de bienestar intermitente que genera mucha adicción, como las máquinas tragaperras. La novedad y el riesgo que conllevan estas relaciones tan difíciles de estabilizar hacen que generemos mucha más dopamina y placer, por lo que tienden a engancharnos más”, explica Silvia Sanz.

No obstante, si se siente un verdadero enamoramiento, probablemente se acuda al ejercicio de buscar alternativas hasta debajo de las piedras para no tener que enfrentarse a la realidad de una separación inminente. “El amor, incluso en las circunstancias más adversas, tiene vocación de continuidad. Siempre buscamos resquicios, ‘nos escribiremos, ojalá coincidamos el próximo verano, llámame”, afirma José Ramón Alonso.

En un tercer escenario, sí que puede existir una continuidad en una realidad alejada del calor, la playa, los mojitos y las verbenas, especialmente si al terminar las vacaciones se reside en la misma ciudad. No obstante, se corre el riesgo de que el hechizo se rompa y se redescubra a alguien diferente a la que se había conocido —o se creía conocer—: “El buen tiempo hace que estemos de mejor humor y seamos más flexibles con esa persona, lo que hace que sea más fácil idealizarla. Anulamos las posibles incompatibilidades y no evaluamos si es una relación adecuada para que se dé a largo plazo. Se reducen mucho las expectativas”, comenta Silvia Sanz.

Lo cierto es que las preguntas que se desdibujan durante los amores de verano son muy relevantes a la hora de adentrarse en una relación. Según un estudio sociológico de 2022 desarrollado con el apoyo de la Fundación BBVA, solo un 2,1% de hombres y un 1,66% de mujeres volvería a emparejarse después de una ruptura meramente por enamoramiento. Sin embargo, otras razones como compartir la vida con otra persona son válidos para el 33% de hombres y el 27,2% de las mujeres entrevistadas. Y, efectivamente, para convivir con alguien también es imprescindible poner sobre la mesa cuestiones que nada tienen que ver con el amor.

Con todo, independientemente de la extensión y de su viabilidad en el futuro, estas conexiones son reales y, en la medida en que han hecho disfrutar y vivir una experiencia memorable, también un triunfo. En Call me by your name (Luca Guadagnino), otra de las películas que han plasmado este amor veraniego, Elio y el ayudante de posgrado de su padre, Oliver, se enamoran profundamente. Una vez más, este romance llega a su fin al término de la temporada, tras una despedida en una estación de tren. Tiempo después, Oliver llama por teléfono para felicitar la Hanukkah a la familia y, cuando habla con Elio, le dice que se va a casar, pero también que se acuerda de todo. Esta última afirmación es para Elio tan reconfortante como recíproca y dolorosa. Lo que sintieron en aquel verano de 1983 en la campiña italiana lo recordarán —e idealizarán— durante toda la vida, aunque ambos sigan cada uno por su lado el resto de sus días, en todas las estaciones del año.

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