‘Hygge’, el secreto danés de la felicidad que está al alcance de cualquiera
La felicidad tiene tanto que ver con la economía como con la temperatura de un café o el tacto de una mesa de madera. Los daneses son los más felices del mundo gracias al «hygge», un concepto que el resto de países querríamos poseer.
Ha vuelto a suceder. Dinamarca encabeza el World Happiness Report de este año, igual que ocurrió de 2010 a 2012. Hay quien pensará que Naciones Unidas ha estimado que los daneses son los más felices por tener sanidad y educación públicas, sueldos altos y elevados subsidios de desempleo, estabilidad política, poca corrupción y un sentido muy avanzado de la igualdad entre mujeres y hombres y del cuidado del medioambiente.
Es indudable que los anteriores parámetros objetivos son motivos más que suficientes para que los ciudadanos de Dinamarca vivan felices. Pero también se sabe que la violencia de género está arraigada en el país y que los daneses padecen tasas de suicidio y de alcoholismo muy altas bastante incompatibles con ese nivel de placidez que les atribuye la ONU. ¿Por qué, entonces lideran a menudo los estudios sobre felicidad? Quienes conocen su cultura, prescinden de criterios cuantificables a la hora de explicar el bienestar danés y hablan de un concepto intraducible: Hygge, algo así como “lo acogedor” o “lo bueno para el alma”.
Hygge es regocijarse frente a una chimenea encendida mientras fuera hace frío. Es saborear una taza de café o beber un vino caliente con azúcar y especias cuando ha acabado la jornada y solo queda aflojar el cuerpo para el descanso. Es reunirse con la familia y los amigos a comer y pasar el tiempo charlando. Es leer mientras el fuego chispea. Es el olor del pan, el tacto de un buen jersey de lana. No lo decimos nosotros, lo dice Helen Russell, autora del libro El año que vivimos a lo danés cuando explica que el Hygge tiene que ver con “ser bueno contigo mismo, pasar un rato agradable, no castigarte o no negarte nada”.
«El resto del mundo parece estarse dando cuenta gradualmente de lo que los daneses han sabido durante generaciones: que pasar un tiempo relajado y acogedor con amigos y familiares, tomando café con pastel o cerveza, puede ser bueno para el alma», contaba hace pocos meses Russell a la BBC.
Pero Hygge no es solo afectos, alimentos y confort. Hay un esteticismo tan escandinavo como la bicicleta que se manifiesta en el cuidado y la armonía con que los nórdicos, en este caso los daneses, decoran sus casas y los espacios en los que pasan sus horas. Es lógico que en un lugar en el que la mitad del año apenas hay cuatro horas de luz al día y las temperaturas rara vez suben de los 0 grados se cuide del hogar como si se tratase del propio cuerpo y se ponga mucho esfuerzo en crear atmósferas –con velas, olores, colores– que den placer por el simple hecho de habitarlas. Por eso los daneses y quienes han sucumbido al Hygge se preguntan si es posible exportar el concepto y emanciparlo del invierno. Parece ser que sí, a juzgar por el blog Hello Hygge que una periodista inglesa empezó a escribir tras enamorarse del concepto.
Pero quizá, la mejor respuesta sobre qué es Hygge y cómo se puede reconocer la encontramos en la revista Kinfolk. Por un lado, este magazine con sede en Copenhague nos ha enseñado a percibir que la calidez y el deleite se encuentran en pasar tiempo con las personas favoritas de cada uno y rodeados de lo que nos haga bien, sea verano o invierno. Sea comida u objetos. Por otro, sus guías de ciudades que reivindican el “Hygge” sin mencionarlo, son la constatación de que el sentimiento de la felicidad danesa es tan exportable como anhelado.
Un estilo de vida que habla de hedonismo sencillo en relación con la casa, el jardín, la quietud, el bienestar, la hospitalidad, la benevolencia personal y, en particular, la ausencia de preocupaciones. Y ahí sí, ya entendemos por qué los indicadores con los que arrancaba este artículo proporcionen la paz de espíritu que dulcifica a los daneses y a la que aspiramos los demás. Igualdad. Sueldos dignos. Sostenibilidad. Políticos honrados. Políticas inclusivas… Por lo visto, para sentir el “Hygge” más genuino, sí hace falta vivir en el país que lo inventó.
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