Cuando el bótox conquistó a la clase media: la gran demanda de las ‘caras homogéneas’ en la medicina estética
Hubo un tiempo en que el uso de neuromoduladores para frenar las líneas de expresión era el secreto mejor guardado de las celebridades. Hoy es el tratamiento estético más realizado en el mundo. Expertos analizan el fenómeno

El pasado 18 de septiembre, durante la Semana de la Moda de Nueva York, Gwytneth Paltrow publicó un carrusel de fotos en su Instagram que no pasó desapercibido. Entre imágenes del lanzamiento de su firma de moda Gwyn (heredera de G. Label), publicidad del sérum Goop Beauty y vídeos de desfiles en primera fila, la foto de apertura acaparó numerosos titulares. ¿El motivo? La empresaria de 52 años muestra su cara real, con la textura de su piel visible y arrugas de expresión marcadas en frente, ojos y entrecejo mientras sostiene entre sus manos la campaña de su nueva línea de prendas básicas. El comentario de @salljanemerrett —“La primera foto es tan refrescante y real”— originó respuestas como “Sería mucho mejor si todos se vieran así” o “Las mujeres que eligen ser ellas mismas de forma natural me inspiran”. Hace ya tantos años que la lucha contra las arrugas de expresión y la cara de cansancio es el objetivo prioritario de la mayor parte de tratamientos estéticos, que la norma es ver frentes impolutas, entrecejos lisos y rostros relajados.
El uso del bótox, la marca comercial que acabó convertida en el nombre genérico popular de la toxina botulínica —como rímel, kleenex, o tipp-ex—, hace tiempo que no es exclusivo de Hollywood. Su uso ha llegado a toda la población y, en lugar de esconderlo, muchos lo incorporan con orgullo a sus rutinas de mantenimiento. Según datos de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), en 2023 el 46,6 % de la población española se había realizado algún tratamiento de medicina estética y, de ellos, la toxina botulínica era el más demandado (un 35% de todos los protocolos). A nivel global el fenómeno es similar. Según un informe de Grand View Research, en 2022 más de 7,4 millones de personas recibieron inyecciones de toxina botulínica en Estados Unidos, convirtiéndolo en el procedimiento no quirúrgico más común en ese país.
Hubo un tiempo en que estas inyecciones, capaces de relajar las arrugas y paralizar la musculatura facial, eran un privilegio reservado a las celebridades. Hoy forman parte de un fenómeno transversal que trasciende clases y generaciones. Así, mientras actrices como Jennifer Garner, Cameron Diaz, Nicole Kidman o Courteney Cox se arrepienten ya de haber paralizado sus expresiones, ahora muchos de sus seguidores celebran poder acceder a estos pinchazos fácilmente. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
De símbolo de estatus a gesto cotidiano
La toxina botulínica, una forma purificada de la bacteria Clostridium botulinum, fue aprobada por primera vez para uso estético por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) en 2002. Desde entonces, su uso no ha parado de crecer. “Llevo más de 22 años infiltrándola en Barcelona. Cuando empecé, éramos muy pocos los médicos que lo hacíamos y los costes eran cinco veces mayores que los actuales. En aquel momento era un tratamiento reservado a celebridades o personas con alto poder adquisitivo. No todas las clínicas lo ofrecían y los pacientes ni siquiera sabían bien qué era. Con el tiempo, la oferta aumentó, los costes se redujeron y empezó a verse como algo cotidiano. La verdadera democratización llegó en la década de 2010, cuando las redes sociales y los nuevos referentes estéticos ayudaron a que la gente lo percibiera como algo natural y accesible”, afirma la Dra. Beatriz Beltrán, fundadora de la clínica que lleva su nombre.
Comparado con otros tratamientos su uso es relativamente asequible. El Dr. Sergio Quintero, médico estético KOL Endolift y fundador de Elegance Medical apostilla “un tratamiento de tercio superior completo [frente, entrecejo y patas de gallo] suele oscilar entre los 300 y los 550 euros. El precio final siempre depende de las unidades necesarias según fuerza muscular y objetivo, la marca utilizada, la experiencia del médico, el seguimiento [por si necesita ajustes] y la complejidad del caso, porque no es lo mismo tratar asimetrías, hiperexpresividad, bruxismo o hiperhidrosis. A partir de 2015, el neuromodulador es el tratamiento mainstream en entornos urbanos por varios motivos: su éxito en redes sociales permite ver los resultados, los pacientes quieren verse con un rostro relajado, encuentran mejor relación calidad precio por la competencia entre marcas y centros y, sin duda, por el auge de técnicas más conservadoras como el uso de microdosis o baby-bótox que no dejan el rostro congelado y permiten una expresión más natural”.
Para el D. Carlos Morales Raya, dermatólogo y director médico de la clínica que lleva su nombre, la pandemia marcó un punto de inflexión. “La normalización del cuidado estético como parte del bienestar general, impulsada por la era del teletrabajo y las redes sociales, contribuyó a eliminar el estigma. La demanda de procedimientos rápidos, seguros y sin baja social ha hecho que la toxina se integre en la rutina estética de amplias capas de la población. Los avances en las técnicas de inyección como dosis más precisas, patrones personalizados y agujas ultrafinas, reducen el riesgo de efectos secundarios y mejoran la naturalidad de los resultados. Además, la estandarización de las fórmulas y la mejora en su estabilidad facilitan la práctica en consulta”.
Caras homogéneas y presión estética
No todo son aliados en el uso de los neuromoduladores y las voces críticas no dejan de crecer. Para la socióloga Dana Berkowitz, autora del libro Botox Nation: Changing the Face of America (NYU Press), el auge del bótox no puede leerse solo en clave estética, sino como un fenómeno cultural que convierte el rostro en un proyecto de mantenimiento permanente. Berkowitz critica que todas las caras corrigen los mismos puntos (frente, entrecejo, contorno de ojos) y da como resultado una progresiva homogeneización de los rasgos. Además, para la autora el bótox no funciona como una compra puntual, sino como un sistema de consumo continuo porque su efecto dura apenas unos meses y obliga a repetirlo de forma indefinida. Ese carácter efímero convierte a las usuarias en consumidoras de mantenimiento lo que explicaría por qué la industria apuesta por captar clientes cada vez más jóvenes: cuanto antes se empieza, más años se permanece dentro del circuito y más ganancias genera.
En la misma línea crítica, la periodista Jessica DeFino ha alertado en sus columnas de The Guardian de la aparición de una “cara algorítmica”, una estética repetida y optimizada para gustar en redes, que reduce la diversidad facial y alimenta la ansiedad y la presión estética que supone tener que parecer joven de forma constante. A esta crítica se suma la de la escritora Ellen Atlanta, autora del ensayo Diva virtual (Deusto), que cuestiona de forma directa el discurso del llamado bótox preventivo: “El bótox preventivo no existe: es simplemente bótox y es un concepto engañoso”. Para Atlanta, presentar estas inyecciones como autocuidado adelanta el miedo a envejecer incluso antes de que aparezcan las arrugas y normaliza una intervención médica como si fuera un cosmético más.
La doctora Mar Mira, de la clínica Mira Cueto advierte “en pacientes jóvenes vemos muchos casos de ‘alienización’, que es un término que se refiere a rostros todos iguales con pómulos sobreproyectados, frentes lisas y labios muy voluminosos que dan aspecto como de alien porque no se integran de manera natural ni armónica en el conjunto facial. En pacientes más mayores llevamos viendo desde hace años personas que han terminado con la popular pillow face o rostro de almohada. Se trata de rostros sobretratados que no respetan las proporciones anatómicas adecuadas. No respetar la armonía y esencia de cada rostro y tratar las caras en series es una tendencia que se empieza a ir dejando atrás. Según nuestra filosofía (y leit motiv) el tratamiento no debe notarse ni suponer una huella”.
Pacientes cada vez más jóvenes
Mientras el uso de los neuromoduladores aumenta, la edad de acceso a la toxina se reduce. Una realidad tan presente que en Reino Unido se ha tenido que prohibir su uso antes de la mayoría de edad ante la alta demanda existente. En nuestro país, la legislación no establece límites de edad y toda la responsabilidad recae en el profesional médico. Según la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), la edad media de los pacientes de medicina estética ha disminuido drásticamente, pasando de los 35 años a los 20 años. La franja de los 16 a los 25 años copa el 20% de los tratamientos que se realizan y el 21% queda ya entre los 25 y los 34 años. Los neuromoduladores ocupan el cuatro puesto por detrás del IPL, los rellenos con ácido hialurónico y la mesoterapia. La Dra. Beatriz Beltrán corrobora el fenómeno: “Antes los pacientes eran más mayores y venían con las arrugas muy marcadas. Hoy, la edad de inicio ha bajado porque se concibe como un tratamiento preventivo que evita que las arrugas dinámicas se marquen. Por eso es imprescindible que se realice con criterio médico, no podemos banalizarlo”, dice Beatriz Beltrán.
Un tratamiento popular no exento de riesgos
El uso de la toxina está tan extendido que llega a percibirse como una rutina de mantenimiento similar a hacerse la manicura o unas mechas en la peluquería. Los expertos advierten que en buenas manos es un tratamiento seguro (nunca exento de riesgos), pero circulan creencias como que su uso excesivo podría quemar la piel o el músculo, provocar resistencia y pérdida de expresividad de forma permanente. “Quemar la piel es imposible porque la toxina actúa en la unión neuromuscular, no en la capa superficial. Es cierto que la aplicación de dosis excesivas y muy frecuentes puede llevar a la hipoactividad sostenida en el músculo [aspecto plano y debilidad temporal], por eso dosificamos y espaciamos el tratamiento de cuatro a seis meses. La pérdida de resistencia es rara y está más ligada a dosis altas y muy repetidas o a formulaciones con más complejos proteicos. Este riesgo se minimiza con dosis adecuadas y marcas de alta pureza. En cuento a la expresividad, si se trata por manos expertas se preserva movilidad natural”, explica el doctor Sergio Quintero.
¿Cuáles son las reacciones adversas más frecuentes? “Las complicaciones suelen ser leves y transitorias como dolor o sensibilidad en el sitio de inyección, hinchazón, enrojecimiento, hematomas leves o dolores de cabeza. También existen riesgos más serios si no se administra bien como ptosis palpebral, disfagia, dificultad para respirar y atrofia muscular. Es fundamental que el tratamiento sea realizado por profesionales cualificados en medicina estética para minimizarlo”, afirma Miriam Sanz, directora de registros, farmacovigilancia & calidad de Merz Aesthetics.
El terreno de la estética no escapa a la realidad y cada vez son más centros y clínicas que ofrecen precios bajos y un gran número de ofertas tentadoras. De hecho, la SEME alerta en su informe que casi un 10% de la población percibe “normal” hacerse tratamientos de medicina estética en su domicilio. ¿Cuándo debemos desconfiar? “No hay una cifra mágica, pero un tercio superior completo muy por debajo de 200 euros es una bandera roja. Como señales de alerta destaco los centros que no informan de la marca que utilizan, no registran el lote, no hacen firmar un consentimiento y no ofrecen revisión”, señala la Dra. Ana Revuelta. El Dr. Sergio Fernández, vicepresidente de la SEME es claro: “Debemos buscar centros homologados que tienen concedido, además de su número de registro sanitario, la unidad de asistencial de medicina estética, esto es la U.48. La ley en nuestro país es muy clara, solo los médicos pueden utilizar la toxina botulínica con fines estéticos”.
¿Qué inyectan cuando vemos precios tan bajos? Según el Dr. Carlos Morales Raya, “la toxina debe ser un medicamento autorizado en España, adquirida a través de los canales legales, conservado con cadena de frío y con trazabilidad de lote registrada en la historia clínica. Cuando los precios son anormalmente bajos es porque utilizan menos unidades (el producto diluido) u ofrecen promociones de captación. En los peores casos, emplean productos no autorizados o se realiza en entornos no médicos”.
¿Cómo ven el futuro de los neuromoduladores los expertos? “Auguro que su uso seguirá creciendo. Hoy es el tratamiento estético número uno en el mundo, y no creo que eso vaya a cambiar. La industria farmacéutica está desarrollando nuevas fórmulas que permiten tratamientos más personalizados y dosis precisas adaptadas al movimiento natural de cada rostro. Veo un futuro en el que los neuromoduladores seguirán siendo el pilar fundamental del rejuvenecimiento facial, pero integrados dentro de planes globales que incluyan piel, volumen y calidad cutánea”, dice Beatriz Beltrán. Todo indica en que va a ser difícil bajarlo de su pedestal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.










































