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“La belleza es una cuestión de clase. En el futuro los ricos aparentarán tener 20 años y solo envejecerán los pobres”

La exposición constante a las pantallas está cambiando la relación con el cuerpo. Y no para mejor. La escritora Ellen Atlanta actualiza ‘El mito de la belleza’ y reflexiona sobre los impactos de esta presión estética

La ilustración ha sido realizada por Pablo Thecuadro con fotografías de Getty Images.
Patricia Rodríguez

Para escribir su primer libro, Diva virtual. Cómo un mundo obsesionado con la imagen ha distorsionado el cuerpo de las mujeres, la británica Ellen Atlanta (30 años) se entrevistó con más de 100 mujeres de diferentes edades y procedencias. De belleza normativa o fuera del canon, jóvenes y mayores, de tallas grandes, medianas o pequeñas, cis, trans, blancas, negras… todas coincidían en lo mismo: sus cuerpos no eran como querían. “En las conversaciones prevalecía la sensación de no estar bien con una misma y una idea de vigilancia constante de la que me hablaron hasta niñas de solo ocho años. Esto último es una percepción sutil, es comportarse como si te estuvieran observando todo el tiempo y meter tripa al sentarte en un restaurante o comprobar si el pelo está bien colocado mientras trabajas. Es una automonitorización permanente que resulta agotadora”, reflexiona en una videollamada. Todas las mujeres tenían historias sobre sus cuerpos de las que se avergonzaban, pero al abrir la caja de secretos resultó que todas habían pasado por experiencias similares: “Vivimos en un mundo en el que se habla de feminismo y se supone que está superado, se espera que estés empoderada y hay mensajes en rosa en Instagram que te dicen ‘Eres increíble’. Pero luego las mujeres se sienten peor que hace 20 años y no pueden articular el porqué”.

'La Venus del espejo' de Velázquez (c. 1647-1651).

La presión estética no es nueva, es algo que siempre ha acompañado a la población femenina (un paseo por cualquier pinacoteca basta para ratificarlo), pero nunca había sido tan extrema. Tampoco había estado tan presente como ahora, a través de las pantallas que alternan y normalizan a velocidad desbocada filtros de perfección o intervenciones estéticas. Si en El mito de la belleza Naomi Wolf analizaba cómo la llegada de los medios de comunicación de masas empeoró la situación, Atlanta actualiza el clásico feminista de 1990 con el papel de las redes sociales. “Se nos hace creer que cada una tiene la capacidad de elegir cómo presentarse (lejos de las ataduras de los medios de comunicación tradicionales). Sin embargo, los datos sugieren lo contrario”, escribe en el libro donde recoge cifras sobre cómo la problemática está cebándose con la salud mental de las más jóvenes, que ya doblan los índices de depresión de los chicos según la OMS. Los algoritmos no son ni inocuos ni neutrales: programados en su mayoría por hombres, aumentan la visibilidad de las que mejor se adapten al canon.

Es una maquinaria de la que resulta difícil escapar: “He hablado con mujeres que me han dicho que como no se maquillan o nunca se plantearían operarse, el tema no va con ellas. Pero empiezas a preguntarles por su relación con la comida, con el ejercicio o con el sexo y siempre aparecen sentimientos ambiguos. La idea de belleza es mucho más amplia de lo que solemos reconocer. No se trata solo de maquillaje o cirugía estética, sino de todas las formas en que nuestro cuerpo es percibido por la sociedad, cómo es interpretado y cómo eso influye en las oportunidades, el respeto o la seguridad”. Así que todo conecta con el género, la clase o la raza.

El canon de belleza femenino no mejora, defiende Atlanta: “Tendemos a pensar que Marilyn Monroe era un icono de talla grande, pero Kim Kardashian tuvo que perder un peso considerable para lucir su famoso vestido en la Gala Met”.

“Con los estándares a los que nos hemos acostumbrado, si hoy miras fotos de famosas de los noventa en la alfombra roja, casi parece que van desaliñadas”. Hay cejas despeinadas, narices distintas, dientes sin blanquear, labios finos, maquillajes que dejan ver los poros… La lista de exigencias a cumplir es cada vez más inalcanzable y se ha agrandado en poco tiempo. También es más costosa que nunca. Hace unas semanas Kris Jenner aparecía en la portada de Vogue Arabia presumiendo de rostro impactantemente rejuvenecido tras haberse sometido a un lifting que podría haberle costado unos 255.000 euros. “La belleza es una cuestión de clase. En el futuro los ricos podrán aparentar tener 20 años, con todos los beneficios que eso conlleva, y solo envejecerán los pobres que no podrán pagar esos tratamientos. Es una idea bastante distópica, pero nos estamos acercando”, dice la autora, que reflexiona sobre todas las derivadas. Porque, a la vez, “se juzga a las personas de bajos ingresos por hacerse la manicura, aunque a veces eso marque la diferencia entre sentirse capaces de salir a la calle o no. Quizá llevar las uñas arregladas suponga conseguir un trabajo de recepcionista. La belleza se ha vuelto tan importante en nuestra sociedad que para que una mujer sea vista y respetada tiene que cumplir unos requisitos”. Unos que no son los mismos para todas, porque en la belleza también existe privilegio. Ella Emhoff o Lola Leon (hijastra de Kamala Harris e hija de Madonna, respectivamente) pueden permitirse no depilarse; si lo hiciera una mujer racializada, renunciaría en el acto a optar siquiera a un trabajo de cara al público.

Desde la izda., Kylie Jenner en 2016, antes de disolverse parte del relleno de sus labios porque, según Atlanta, “una vez que el look con el que se han hecho famosas y que las ha beneficiado es adoptado por las masas, deben distanciarse”; Kris Jenner, que presume de nuevo rostro tras someterse a un lifting que podría costar unos 255.000 euros; y Anne Hathaway en la alfombra roja en 2001: “Si miramos esas fotos con los estándares actuales, casi se ven desaliñadas. El pelo no es perfecto, el maquillaje no es de efecto filtro, etc.”.

El papel de las celebridades es muy relevante, cada vez más presentes en esas redes sociales que tanto influyen. Por eso deberíamos exigirles más, defiende la escritora. “Intento ser empática con ellas, pero tengo sentimientos encontrados. Por un lado, entiendo lo que significa ser una mujer muy visible y las presiones que conlleva, sin embargo, la mayoría de estas celebridades, especialmente las Kardashian, utilizan de forma manipuladora la autenticidad. Ocultan información como estrategia y no asumen ninguna responsabilidad por las maneras en que han dañado a tantas mujeres y niñas vendiendo pastillas dietéticas, supresores del apetito o proporcionando ideales corporales inalcanzables para la mayoría. Por mucho que comprenda que su posición es difícil, se están beneficiando del sistema. Son ricas y famosas, pero también quieren jugar al juego mediático del ‘también soy víctima’. En el caso de mujeres tan visibles tendemos a valorar todo el contexto del que nacen sus decisiones (la presión, el machismo, el patriarcado, etc.), pero ahí se detiene el embudo. No nos paramos a analizar el contexto que deriva de esas decisiones y cómo alimentan la maquinaria de la que dicen ser damnificadas”.

Volviendo a las Kardashian, siempre arquetipo para ilustrar este problema, sus caras y cuerpos son contenido para su reality y van variando por temporadas. ¿La última tendencia? Desde la llegada de medicamentos como Ozempic, la delgadez. Nunca vistieron tallas grandes, pero solían lucir curvas desafiantes. El tema del tamaño es delicado, porque los cuerpos gordos desatan un odio visceral casi comparable al que despiertan en energúmenos reaccionarios los de las mujeres trans. Ambos desafían al sistema. “Hay un libro de Sabrina Strings, Fearing the Black Body, que argumenta que la raíz está en el racismo y el colonialismo. Creo que hay una vuelta a la moralidad ligada a la delgadez y a la idea de controlar a tu cuerpo para mantenerte delgada. Sobre todo en el caso de las mujeres es algo que la sociedad valora y premia, la capacidad de demostrar que puedes castigarte y ser obediente para adelgazar, aunque sepamos que perder peso no depende de seguir normas. Hay mucha moralina sobre la gordura, que se asocia con la pérdida de control”.

Creo que hay una vuelta a la moralidad ligada a la delgadez y a la idea de controlar a tu cuerpo para mantenerte delgada.

Al otro lado del espejo

Existir como mujer hoy es navegar un océano de paradojas en el que cuesta ser optimista. Sobre todo cuando el canon, cada vez más restrictivo, se vende como elección. O, aún peor, como empoderamiento. La salida será juntas. “Podemos luchar contra ello como colectivo, sin olvidar el poder individual. Una quizá no pueda cambiar la estructura, pero sí influenciará a las mujeres cercanas. Por ejemplo, dejando respirar a nuestras barrigas o vistiendo ese biquini con el que no estás cómoda, igual lo ve una niña que interiorizará que todos los cuerpos son bellos. Usando un cosmético menos o renunciando a un procedimiento”.

Resistiendo cada una en la medida de sus posibilidades y su margen de acción: “Yo soy blanca y rubia, así que obviamente para mí es más fácil que para una mujer trans o para una mujer con la piel oscura, por eso mi responsabilidad es también mayor. Voy a dar charlas a colegios y me gusta variar cómo me presento ante ellos, para demostrar que puedo aparecer arreglada o no, y siempre mereceré ser escuchada. No se trata de acabar con todo, soy gran defensora de que la belleza puede ser divertida, autoexpresión. Jugar a maquillarse en una fiesta de pijamas, compartir secretos pintándose en los baños de una discoteca o en los salones de peluquería. Nos han arrebatado la versión de la cultura de la belleza que nos conectaba, la que nos permitía experimentar. Debemos reivindicar esa parte bonita y las decisiones que no contribuyan a la opresión de otras”. Hacerse cargo es un acto político.

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Sobre la firma

Patricia Rodríguez
Periodista de moda y belleza. En 2007 creó uno de los primeros blogs de moda en España y desde entonces ha desarrollado la mayor parte de su carrera en medios digitales. Forma parte del equipo de S Moda desde 2017.
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