Ni casposa ni de ama de casa: por qué seguir amando la bata (sí, incluso la de guatiné)
Por comodidad, sensualidad o para reivindicar a la señora. Es una de las prendas más versátiles del armario de andar por casa y no le estamos dando su valor.
Cuando hablamos de batas de mujer es probable que nos venga a la mente alguno de estos referentes: Rita Hayworth o cualquier otra diva del star system viviendo la vida dramáticamente, o la señora que lleva la prenda de guatiné con zapatillas y anda a la carrera porque el trabajo doméstico y la vida familiar no le dan un respiro. Yo amo a las dos. Y también a todas las variables que pululan alrededor: ¿quién no tiene una bata en casa?
“Con la revolución juvenil en el vestir de lo años 60 y 70 y el consecuente establecimiento de la ‘eterna juventud’ como pauta para el mundo de la apariencia, la bata quedó relegada a mujeres más conservadoras”, explica Diana Fernández, diseñadora de vestuario escénico y profesora de Teoría e Historia del traje y la moda, a S Moda. “Las opciones de estar en casa con otras prendas, menos cómodas pero más ‘a la moda’ se generalizaron y el chándal y los leggings ganaron terreno, además de para hacer deporte, para estar en casa y salir”. Pero a pesar de la disminución de su uso en lo privado, la bata sigue (y mucho) entre nosotros. Publicaciones como The Cut o Elle recomienda sus versiones más sexys y gustosas para regalar en estas fechas y su primo hermano, el kimono, lleva dos veranos ganándose el terreno en los armarios. La tendencia sleepleisure, que demuestra que la barrera entre la ropa de casa y de calle se difumina cada vez más, ya ha puesto algunas batas guateadas en las calles. Y salir en pijama o la obsesión por el slip dress confirman la búsqueda de comodidad, estilo o sensualidad en ambos ámbitos. Pero al rey lo que es del rey: la bata es la máxima expresión de la mezcla de estos atributos.
Nació como prenda masculina y, conocido como banyan, en el siglo XIX, las mujeres también empezaron a usarla, según explica Diana Fernández. “La bata ofrecía un respiro a las mujeres al suavizar la silueta, siempre oprimida con corsés y estructuras interiores. Les permitían moverse más libremente por su casa”. Pero también tenía otras connotaciones: “Durante una época estuvo ligada esencialmente a la sociabilidad burguesa, en la cual la mujer debía estar presentable siempre, atenta a su aspecto, no solamente para amistades sino para los propios miembros de la familia”, explica. Un estereotipo al que contribuyó más tarde Hollywood. “Heddy Lamarr, Carole Lombard, Rita Hayworth, Ava Garner… todas han aparecido en algún fotograma con una bata. Confeccionadas en satén de seda, en cortes que silueteaban la figura que caracterizaba la femme fatale de la época: seductora, manipuladora, subyugante. O confeccionadas en tejidos naturales, adornados con detalles más románticos como volantes o encajes, nos remite a un carácter más decoroso, convencional y tradicional”, explica Diana.
Se ha usado también como uniforme de trabajo, especialmente para identificar a la mujer que ha trabajado en el propio hogar, la ama de casa y, a menudo, de manera despectiva. La película inglesa de 1957, ‘Una mujer en bata’, tira de la prenda como símbolo de la ama de casa aburrida, deprimida y desesperada por no tener una vía de escape que pasa el día en su casa caótica mientras su marido se la pega con una compañera de trabajo más joven. El retrato no nos es ajeno, en España la bata ha servido incluso para contribuir a la caricatura de lo que es una señora, que como explicaba la periodista Carmen Pacheco en su artículo “Señora” es un insulto, la identificamos como “un ente social, carente de individualidad, un colectivo como las palomas de las ciudades, que pululan por ahí, estorban, son pesadas y no tienen ningún valor real a menos que puedan personalizarse en el papel de madres o abuelas”. Una figura, que como atina también, nos encanta pero con las que en realidad no queremos ser identificadas: “Ya verás la gracia que nos hace a todas las que hemos disfrutado mucho del meme señora que un buen día, de la noche a la mañana, tan distintas como somos, nos fusionemos por completo en un ente borroso, y nuestros hábitos, nuestra estética, nuestros gustos, es decir, nuestra Cultura con mayúsculas, se convierta en motivo de risa y de la más absoluta condescendencia disfrazada de ternura”.
Me contaba mi tía una anécdota que sirve de ejemplo. Hace unos años en Lagunillas, un barrio del centro de Málaga donde siempre ha sido habitual encontrar a personas (sobre todo mujeres que salen a comprar) en pijama y bata, vio entrar a una mujer extranjera de apariencia nórdica en una mercería con un escaparate lleno de batas de guatiné. Al salir, llevaba una colocada encima de su ropa a modo de abrigo. Para ella, esas prendas de estampados floreados -que bien podría explotar hoy Gucci- no significaba nada de lo que significan para nosotros. No había connotación clasista.
Es bastante probable que la mayor puesta en valor que ha experimentado la bata de uso cotidiano en nuestro país haya sido al conocerse que el imperio Inditex lo construyeron Amancio Ortega y su primera mujer, Rosalía Mera, sobre su marca de batas GOA. Una exposición y la venta de las pocas piezas de estas que quedan valoradas como piezas de coleccionista y a 600 euros lo corroboraban.
No a estos precios, pero ¿por qué no aprovechar el comienzo del año con ella puesta para abrazar a la bata sin prejuicio y por el mero gusto (en todas sus acepciones) de llevarla? Como la mujer nórdica de Lagunillas, como Lauren Bacall o como tu abuela.
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