Por qué buscar la belleza con cirugía es caer en una trampa
El auge de la cirugía estética no frena pese a la falta de estudios que evalúen sus efectos a largo plazo


En Todo sobre mi madre, la Agrado pronuncia un monólogo que tiene algo de profecía. “Además de agradable, soy muy auténtica. Miren qué cuerpo: todo hecho a medida”, dice, y pasa a desgranar su periplo quirúrgico: “rasgado de ojos, 80.000, nariz, 200, tetas, dos, porque no soy ningún monstruo, 70 cada una, silicona, frente, pómulo, cadera, culo, el litro cuesta unas 100.000, así que echad las cuentas porque yo las he perdido…" Y remata con una frase que podría ser el eslogan de una clínica de estética: “Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”.
La cirugía, y la medicina en general, se suelen dedicar a personas que sufren alguna patología, para arreglar algo que no funciona. La cirugía plástica, en cambio, se practica a menudo en personas sanas movidas por un deseo: mejorar su aspecto, quizá, como decía la Agrado, cumplir un sueño. Jorge Javier Vázquez, el popular presentador, apareció hace unos días en su programa de televisión con la cara de otro. “Hola a todos, soy Jorge Javier, aunque no lo parezca”, dijo.
Su caso, como el de Courteney Cox, Mickey Rourke o muchos famosos que no aceptan su aspecto o el paso del tiempo, ilustra los riesgos de una cultura que anima a perseguir todas las aspiraciones, ve el conformismo como una debilidad de carácter y confía en la técnica para cumplir todos los deseos.
El anhelo de belleza y juventud es tan antiguo como la humanidad, pero hoy se vive con la sensación de que está al alcance de cualquiera. En España, el número de cirugías se ha multiplicado por más de dos en la última década y en EE UU, donde los magnates tecnológicos sueñan con que su dinero y su conocimiento les libre de la muerte, el crecimiento ha sido aún mayor.
Aunque la estética tiene mucho de subjetivo, ha habido intentos de evaluar la capacidad de las cirugías faciales para rejuvenecer el rostro. Un estudio publicado por la Sociedad Estadounidense de Cirujanos Plásticos empleó la inteligencia artificial para evaluar el rejuvenecimiento facial de la cirugía a través de fotos de antes y después en mujeres que tenían, de media, 58,7 años. El algoritmo calculó en 4,3 años la reducción aparente de la edad de su rostro. El resultado, similar a los 3 años calculados por otro estudio con jueces humanos, era muy inferior al que, según sus respuestas, percibieron las pacientes, que consideraban haberse quitado casi siete años de encima. “Las pacientes pueden tender a sobreestimar lo jóvenes que parecen después de la cirugía, algo que quizá refleje su inversión personal y económica en el procedimiento”, decía James Bradley, autor principal del estudio. Uno de estos estudios mostró que, aunque los demás percibían una reducción en la edad del paciente, eso no significaba que lo considerasen más atractivo.
Hasta hace poco, el envejecimiento y la muerte se asumían como fenómenos ineludibles, que solo se podían sobrellevar con estoicismo o esperanza en un más allá donde ya no existiesen, y las religiones tradicionales y la filosofía clásica advierten de que impugnar las reglas básicas de la vida produce infelicidad. Ahora, en el mundo de la superación personal y donde conformarse es el mayor pecado, la fe tradicional se ha sustituido por las ganas de creer en que la voluntad y la técnica lo pueden todo. Para obviar que la inmortalidad aún no está a la vista y quizá nunca lo esté, se identifica la causa de cada muerte individual, como el consumo de tabaco o alcohol, el sedentarismo, la exposición a microplásticos o el exceso de azúcar, y se cuentan los años ganados por el ayuno intermitente o el levantamiento diario de pesas. Luchar contra las causas de la muerte se convierte en el sentido de la vida.
El ejercicio y la buena alimentación, aunque no eviten la muerte, tienen beneficios indudables. Es más difícil evaluar las mejoras de las intervenciones estéticas, que tratan de moldear con bisturís o agujas algo tan escurridizo como los efectos psíquicos que nos produce nuestra imagen cuando nos la devuelve un espejo o una cámara o la mirada de los demás. Los deseos humanos, además, son insaciables. Pese a que el atractivo físico está claramente asociado a la juventud, un 29,5% de las intervenciones estéticas corresponden a personas de entre 18 y 29 años, según datos de la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética, y según la Sociedad Española de Medicina Estética, la edad media de la primera intervención de este tipo ha pasado en los últimos años de los 35 a los 20 años.
Pese al auge de estas cirugías, sus efectos, desde un punto de vista científico, son prácticamente desconocidos. Una revisión de estudios reciente concluía que sus resultados psicológicos o sociales no se han evaluado bien. Los trabajos que lo han intentado incluyen a pocos pacientes, son de baja calidad y tienen periodos de seguimiento de unos pocos meses. Algunos estudios muestran cierta satisfacción a corto plazo con la parte del cuerpo tratada, pero los resultados se vuelven contradictorios cuando se pregunta por la imagen del cuerpo completo. El único estudio con un seguimiento prolongado —once años— observó un empeoramiento de la salud mental. Todo apunta a que el alivio de retocarse es fugaz. “Hay una necesidad urgente de justificar o refutar las afirmaciones publicitarias sobre los beneficios de la cirugía estética que por el momento no se han comprobado”, concluyen los autores.
Aunque en el futuro se evalúe mejor el efecto de la cirugía plástica sobre el bienestar a largo plazo de los clientes y los resultados no sean positivos, es improbable que eso haga mella en el negocio de la estética. Este no vende tanto resultados objetivos como la posibilidad de cumplir un sueño. Un sueño azuzado desde nuestros móviles por la omnipresencia de cuerpos perfectos y una ideología que nos dice que nada es imposible y que ser feo es de flojos y de pobres. Quizá, entonces, convenga preguntarse si el discurso de la Agrado —tan brillante— no escondía también una trampa: siempre se puede estar más guapo —y por esa expectativa los que se operan suelen repetir—, el tiempo nunca se detiene y la verdadera autenticidad quizá resida en resistir las tentaciones de escapar de uno mismo.
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