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Al rescate del trastorno mental adolescente que se desborda: “Nos inquieta cómo se banaliza la tentativa de suicidio”

En la nueva planta de psiquiatría infantojuvenil del Hospital Vall d’Hebron se ha ingresado, desde que abrió en abril, a más de 40 chavales. Autolesiones e intentos de suicidio son los cuadros más comunes de hospitalización urgente

Salud Mental
Varios sanitarios atienden a un grupo de pacientes de la planta de hospitalización psiquiátrica infantojuvenil del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona.Albert Garcia
Jessica Mouzo

Aquel martes de abril, Claudia Esteban, de 17 años, simplemente se derrumbó. “Tuve un bajón bastante fuerte”, relata ahora, tres meses después, al otro lado del teléfono. No era la primera vez. Habían pasado algo más de tres años desde ese primer día que pidió ayuda a su madre porque “llevaba mucho tiempo chof, bastante mal” y, tras un largo periplo por psicólogos y otros especialistas, tuvo su diagnóstico: una compleja amalgama de síntomas compatibles con anorexia, depresión y ansiedad. Cuando entró en abril por la puerta del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, la situación era crítica: “Sentía tristeza, agobio, soledad y un vacío enorme”, cuenta. La depresión estaba poniendo en jaque su vida y los médicos recomendaron su ingreso. Esta adolescente fue la primera paciente en cruzar el umbral de la planta de hospitalización de psiquiatría infantojuvenil del Vall d’Hebron, estrenada el pasado abril. En pleno auge de los trastornos mentales en la adolescencia, esta unidad es uno de esos dispositivos asistenciales que sale al rescate de los casos más graves, desde descompensaciones de patologías severas ya diagnosticadas hasta debuts de complejos cuadros psiquiátricos silentes o tentativas de suicidio. Claudia estuvo un mes.

El sol que aprieta a media mañana sobre el barrio de Vall d’Hebron, a los pies de la montaña de Collserola, atraviesa las ventanas de la planta de psiquiatría infantojuvenil de punta a punta. Baña las seis habitaciones para pacientes —cuatro individuales y dos dobles— y también el comedor y la sala de actividades. Media decena de chavales apuran el desayuno en torno a una mesa mientras charlan con la enfermera y las auxiliares que los acompañan. Pronto empezarán las visitas con la psiquiatra y en un rato llegará Natalia, la terapeuta ocupacional, para hacer actividades. “Ayer pintamos unas piezas de cerámica que hicimos el otro día y también solemos dar un paseo fuera o hacer relajación guiada. Depende del día, la actividad y el estado de ánimo, te apetece más una cosa u otra. A mí, por ejemplo, me gusta hacer cerámica. Pero aquí se pueden hacer muchas cosas, aunque también molaría tener una televisión para ver pelis juntos”, sugiere una joven. Está pedida y en camino, apostillan los médicos.

Cada uno tiene su historia. No hay dos pacientes iguales en el área de psiquiatría pediátrica y el abordaje terapéutico es individualizado, explican los facultativos. Todas las habitaciones, eso sí, están diseñadas para preservar la seguridad, con estancias neutras videovigiladas, sin cuadros ni espejos, y hasta con pomos especiales en las puertas para evitar autolesiones. Precisamente, las tentativas de suicidio y las conductas de autoinfligirse daño físico son los principales motivos de ingreso. Según un estudio del propio centro, entre 2015 y 2017, el 20% de las urgencias psiquiátricas infantojuveniles que llegaban al hospital eran por intentos de suicidio y autolesiones; entre 2017 y 2021, ya eran el 70% y ahora, según estimaciones del hospital, pueden rondar el 75%. Una investigación española señala que el suicidio adolescente ha aumentado un 32,35% entre 2019 y 2021, pasando de 34 a 45 fallecidos.

Las redes sociales explican, en buena medida, este fenómeno en auge, sostiene Antoni Ramos Quiroga, jefe de Psiquiatría del Hospital Vall d’Hebron: “Uno de los factores clave es el impacto de las redes sociales. Desde que están de forma masiva, pueden afectar. Es dicotómico: unos te pueden decir que les han salvado porque compartir con otros iguales les ayuda, pero también puede tener impacto negativo en gente que tiene cierta vulnerabilidad: el bullying, por ejemplo, ya no se para, como antes, cuando van a casa, sino que es constante. Y eso juega un papel”. En la planta, con todo, el uso de dispositivos electrónicos no está prohibido, sino controlado: lo habitual es que no puedan usar su propio móvil, pero en aras de evitar, precisamente, el aislamiento de personas especialmente vulnerables a esta situación, se individualiza cada caso según las circunstancias del paciente.

Marc Ferrer, jefe de hospitalización del servicio de psiquiatría, cree que, además de las redes, también el efecto imitación y los modismos sociales pueden tener un rol en el desarrollo de conductas que abocan a tentativas de suicidio: “En los adolescentes, las modas son clave. Y nos inquieta bastante cómo se juega o se banaliza con las tentativas de suicidio. Cuando exploramos al paciente vemos que no era consciente de lo que hacía. El concepto de la vida y la muerte es relativo y tienden a jugar con ello”. Ferrer matiza que no siempre hay una patología diagnosticada detrás de un intento de suicidio: “Hay chavales con una psicopatología real y hay otros que tienen una situación de desbordamiento emocional, un bloqueo por un momento puntual. El problema es que la impulsividad puede ser muy mala”. En la unidad también atienden casos muy agravados por trastornos de la conducta alimentaria o por el debut de una patología mental, como la esquizofrenia.

Una doctora de la planta de hospitalización psiquiátrica infantojuvenil del Vall d'Hebron de Barcelona presta atención a las imágenes que proyecta un sistema de realidad virtual inmersiva.
Una doctora de la planta de hospitalización psiquiátrica infantojuvenil del Vall d'Hebron de Barcelona presta atención a las imágenes que proyecta un sistema de realidad virtual inmersiva.Albert Garcia

Ingresos como el de Claudia, por una depresión agravada, son menos habituales, pero existen. También ella achaca a las redes sociales un papel clave en sus problemas de salud: “Cuando empecé a mirarme más al espejo fue por las redes sociales. Ver esas fotos perfectas me afectó un montón, hasta el punto de no querer tener redes. En el colegio también tuve problemas y, al final, lo que pasa allí acaba pasando en internet”, relata la joven.

El fin de curso, de hecho, se nota en los ingresos. “Ahora es una época más tranquila porque el factor estresante de la escuela se ha reducido. Cuando más presión suele haber es hacia diciembre y en mayo o junio”, puntualiza Ramos Quiroga. Ahora hay, incluso, camas vacías, pero en estos tres meses operativos, de las 249 urgencias psiquiátricas que llegaron al hospital, 41 pacientes acabaron ingresando en esta planta de psiquiatría pediátrica. En pleno auge de los problemas de salud mental, especialmente entre los menores, la nueva planta de Vall d’Hebron tiene capacidad para ingresar a ocho chavales, aunque también dispone de un puñado de plazas de hospital de día, para poder atender y hacer seguimiento a más pacientes durante el día.

Los problemas de salud mental llevan varios años al alza. Incluso antes de la pandemia, apuntan los psiquiatras de Vall d’Hebron, ya se atisbaba la tendencia creciente. La crisis sanitaria fue un nuevo factor estresor más, quizás de mayor dimensiones, que precipitó la velocidad de crecimiento de estos cuadros. En niños y adultos. Según el barómetro de la Fundación FAD, los jóvenes que declaran haber padecido problemas de salud mental con mucha frecuencia rozaba el 16% en 2021 (en 2017 era el 6,2%) y otro estudio de la Generalitat de Cataluña cifraba en el 27% del total a los adolescentes catalanes que se han autolesionado alguna vez. Las situaciones se repiten en distintos territorios: un estudio en Estados Unidos, por ejemplo, alertó de un aumento de casos de trastornos de la conducta alimentaria (TCA) de más del 15% en 2020 respecto a años anteriores; en España, otra investigación del Instituto Universitario de Investigación en Atención Primaria Jordi Gol, con datos de Cataluña, concluyó que los diagnósticos de TCA se duplicaron en adolescentes tras la crisis sanitaria.

Ante problemas de salud mental, el ingreso es la última opción, cuando no hay más remedio. “El ingreso lo tratamos de evitar. La hospitalización no puede ser excesiva, por eso debemos tener un equilibrio entre entender lo que les pasa y el paternalismo, ya que eso les puede generar cierta dependencia del sistema”, explica Ferrer. Trabajar de forma simultánea con la familia, el entorno y la escuela mientras el menor está ingresado también es capital para evitar recaídas. “Si no trabajas con la familia y el entorno, todo lo que has hecho en el ingreso, se puede ir al garete en pocas horas”, zanja el responsable de hospitalización.

El factor socioeconómico es clave

Precisamente, Vall d’Hebron tiene una población de referencia con un perfil socioeconómico muy complejo. Una docena de los 18 vecindarios de su área asistencial son los más desfavorecidos de Barcelona y eso se nota en el impacto en salud mental, explican los facultativos. “Hay muchos casos de familias desestructuradas, padres o tutores muy poco contenedores y situaciones económicas dramáticas”, conviene Ferrer. El entorno socioeconómico es uno de los grandes determinantes de la salud, también en patología mental.

En esa búsqueda de espacios de distensión emocional, la unidad de hospitalización dispone de un sistema Broomx, que permite hacer proyecciones audiovisuales con realidad virtual inmersiva: las paredes y los techos se llenan de una composición de luz, color e imagen para “romper dinámicas”, explican los médicos y hacer ejercicios de relajación y mindfulness acompañados del personal sanitario que los guía.

Antoni Ramos Quiroga, jefe de Psiquiatría de Vall d'Hebron, cambia la luz en el Espai Blau, una sala de autocontención en la planta de hospitalización psiquiátrica infantojuvenil.
Antoni Ramos Quiroga, jefe de Psiquiatría de Vall d'Hebron, cambia la luz en el Espai Blau, una sala de autocontención en la planta de hospitalización psiquiátrica infantojuvenil.Albert Garcia

Toda la unidad se ha conjurado, además, para avanzar hacia la contención cero. Esto es, evitar, en la medida de lo posible, tener que utilizar medidas farmacológicas o mecánicas —como atar al paciente— para impedir que se haga daño a sí mismo o a terceros. En esta línea, la planta dispone del llamado Espai Blau (espacio azul), una estancia de contención cero para ayudar a desactivar emocionalmente a los pacientes que se sienten angustiados. Se trata de una sala acolchada con un techo azulado y luces led según el estado de ánimo donde el paciente puede acudir siempre que lo desee para intentar rebajar el nivel de irritación o para estar solo un rato. “La idea es que vengan aquí y aprender a relajarse. Y si quieren dar un golpe a la pared, que no se hagan daño”, apunta Ramos Quiroga. “Es como un saco de boxeo para ellos y para evitar la contención. Y siempre hay alguien dentro con ellos porque si no, parece que es como una cárcel y eso es lo que queremos evitar”, agrega Ferrer.

Claudia tuvo que usar el Espai Blau más de una vez. Más que por irritación, dice, para poder tener espacios consigo misma: “Lo usé más veces que la realidad virtual. Me dijeron que fuese allí cuando necesitase estar sola y lo usaba mucho porque yo no quería compañía”. En ese mes ingresada, cuenta, aprendió a abrirse a los demás, a verbalizar lo que sentía, “a ganar confianza para hablar las cosas”. “Lo más difícil fue ver cómo detrás de mí entró gente y salía antes que yo. Cuando me dieron el alta sentí miedo porque llevaba mucho tiempo dentro, pero ahora estoy mucho mejor, muy bien y muchos de esos sentimientos con los que entré han desaparecido”, celebra la joven.

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Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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