Oihan Iturbide: “El discurso del famoso que se rehabilita de las drogas, ejemplo de superación, no es representativo y genera frustración”
El editor y biólogo clínico lanza el sello Yonki Books para dar a conocer la realidad de la adicción por la que él mismo pasó: “Los medios hablan mucho de drogas, pero la comunicación es tremendamente mala”
Oihan Iturbide nació hace 45 años en Pamplona y desde muy temprano tomó un camino vital que le llevó a engancharse a las drogas. Tras rehabilitarse —no se atreve a denominarse exadicto— se formó para ser biólogo clínico y entender las raíces de la adicción. Ahora está al frente de la editorial Next Door Publishers, de divulgación científica, desde donde lanza un sello llamado Yonki Books, que bajo ese nombre que “resignifica el estigma” publica todo tipo de libros que ayuden a contar la verdad las adicciones y sus circunstancias. “Para llegar a estratos socioculturales distintos, sin que se nos caigan los anillos por adaptar el lenguaje para poder llegar a todos”, explica.
Pregunta. Además del sello, tiene ya muchas entrevistas sobre este problema en el canal de vídeo y podcast, ¿qué impacto busca?
Respuesta. Me gustaría que llegara a la familia, a los medios de comunicación, que fuésemos aprendiendo que hay otras realidades. Me gustaría conseguir que las políticas públicas se adaptaran a la realidad, que no estemos tratando con pseudoterapias el problema, que es lo que estamos haciendo ahora. En salud mental siempre pasa: se están abordando los problemas de adicción desde modelos que no tienen ningún sentido.
P. Hacen falta distintas aproximaciones, no solo ciencia y datos.
R. Los adictos que nos rehabilitamos tenemos la necesidad de crear un único relato, nos agarramos a él y sobrevivimos gracias a él. El adicto recuperado tiene muchísimo miedo de cuestionar eso, a enfrentarse a relatos distintos al suyo, como que no es una enfermedad cerebral, sino un trastorno de conducta o de aprendizaje. Porque le han enseñado que es eso, ha basado en eso su recuperación y si cuestiona el modelo, corre el riesgo de volver a consumir. Me di cuenta de que si no dábamos espacio a todos los relatos que existen, difícilmente íbamos a poder mejorar un problema de salud pública, como es ahora el de las adicciones. Y por eso yo en Yonki incorporo voces que incluso se contradicen.
Me gustaría que las políticas públicas se adaptaran a la realidad, lo estamos tratando con pseudoterapias
P. No hay un patrón universal que describa al adicto.
R. A día de hoy no hay un patrón. En las primeras fases de su tratamiento, eso al adicto no le importa, porque lo que tiene que hacer es dejar de consumir. Pero en la comunidad provoca ciertos debates que a la larga sí perjudican. En la adicción hay un espectro: parece que primero consumes, luego consumes un poco demasiado y ¡pum! Ya eres adicto. No, en medio hay muchísima gente, mucha, mucha, mucha gente que ni siquiera se cuestiona que sea adicto y que es normal que no lo haga si el consumo no está interfiriendo en su día a día.
P. En su canal de Youtube entrevista a yonkis y neurocientíficas, ¿algún discurso no cabe?
R. Conozco mogollón de adictos, que se han rehabilitado y que no, porque los yonquis están por todos lados. Hay voces muy distintas y yo estoy muy cansado de que todo se reduzca a la imagen del yoncarra. Pero sobre todo estoy muy cansado del discurso del famoso que se rehabilita y que es un ejemplo de superación. No es representativo, la gente que deja de consumir pretende ser eso y, perdona, tú no eres eso. Porque tienes un salario que no llega a mil euros, vas a tener que trabajar como un mulo mientras dejas de consumir, y no vas a poder hacer como yo, que yo estuve dos años sin hacer nada, dedicado exclusivamente a la rehabilitación. La gente no puede hacer eso. Si te sale un famoso contando su experiencia de todo lo que se ha metido, no puedes identificarte con eso. Es más, genera una frustración bastante importante. Necesitamos crear un espacio donde haya voces reales. Hay entrevistas de gente que lo ha pasado realmente mal y que incluso no ha logrado salir todavía de la droga; que una madre, un padre o el propio yonqui lo ve y dice: sí, eso es lo que me pasa. Me han escrito yonquis de desde el poblado con el móvil, a través del podcast: ‘Estoy aquí, me voy a pinchar. Estoy oyendo tu entrevista, por fin puedo oír mi historia’. Ese objetivo perseguía.
P. Muestra su propio caso para ponerlo como ejemplo, para que todos lo entendamos.
R. He tenido que aprender a no dar mi experiencia por representativa ni ejemplar de un problema de adicción, por mi capacidad económica. Pero me sirve, porque si te muestras, desde la vulnerabilidad de uno puedes acceder a la del otro con respeto.
P. Los yonquis se preguntan si son malas personas.
R. Todos los adictos y nuestros familiares se han preguntado en algún momento si somos malas personas. Yo me lo he preguntado mucho. Supongo que la tradición judeocristiana tampoco ha ayudado mucho [ríe]. Esa sensación de ‘soy un canalla, ¿cómo he podido hacer esto?’. Eso nos cuesta mucho asumirlo, que tengamos en nuestro entorno alguien a quien queremos que es mala persona. Para la familia es más fácil asumir que tu hijo es un adicto desgraciado y no un hijoputa. Y me parece importante que las familias, sobre todo las que sufren mucho la impotencia del adicto mentiroso, sepan que en el cerebro de esa persona está pasando algo que lo explica en parte. Los que hemos hecho los procesos como el mío, que te desprograman el cerebro, parecemos santos o pusilánimes. Todo lo intentas hacer bien. Y esa transición a veces es difícil, evitamos enfadarnos porque tu cortisol sube cuando te cabreas, y es muy fácil que luego te apetezca beber o fumarte un porro para bajarlo. Tienes que controlar tus conductas, que están relacionadas con ser buena o mala persona.
Todos los adictos y nuestros familiares se han preguntado si somos malas personas
P. ¿Funciona mejor etiquetarse como enfermo?
R. La etiqueta de enfermo te ayuda mucho a tomar cierta distancia esencial. Ya no te defines tú como una persona mala o buena, sino que eres un paciente y puedes alejarte un poco y centrarte en la enfermedad. No me identifico con el modelo de enfermedad cerebral, porque he aprendido más, he leído más y me doy cuenta de que no encaja demasiado. Pero esa etiqueta te ayuda a presentarte ante el mundo también cuando te has recuperado y tienes que explicar tu historia, si la quieres explicar. Aunque a la larga puede perjudicarte, porque un crónico de salud mental tampoco es que tenga las cosas muy fáciles.
P. ¿Se considera exadicto?
R. No, nunca nos ponemos ex. Hay alguna gente que sí, que reniega de su pasado. Yo no me pongo ex por protección, me genera cierto conflicto interno decir que soy exadicto. Siempre digo que soy adicto rehabilitado. Pienso que a la vuelta de la esquina igual me tomo algo porque yo mismo he procesado eso.
P. Por ejemplo, hay un grupo de música que aún no puede escuchar. Tan fuerte es la asociación mental entre sus canciones y las drogas.
R. Sí, no lo puedo escuchar, puro condicionamiento, no puedo, se me pone el cuerpo mal. En cuanto tengo una conversación de dos minutos sobre algún tema relacionado con el consumo, empiezo con pesadillas: mi cerebro sigue ahí. Los olores, pero sobre todo la música, a mí me pega unas tortas...
Estudié Biología porque quería demostrarme que la adicción era una enfermedad y no teníamos ninguna culpa de nada
P. Estudió Biología tras la rehabilitación tratando de entender, ¿es un tópico rehabilitados se echan en brazos de algo que le ayude a darle sentido a todo?
R. El adicto tiene una dificultad tremenda para sentirse pleno, una insatisfacción que tapa con las sustancias o con las conductas. Creo que estamos en una sociedad con ese problema, en cualquier caso, necesitada de obtener esa satisfacción inmediata con el móvil o el porno o el chocolate. En mi caso, necesitaba justificar mi vida, que había sido un desastre. Entonces me esforcé mucho en construir ese único relato sin darme cuenta de que lo estaba haciendo. Estudiaba con un sesgo de confirmación monstruoso que me ha costado años verlo. Me apunté a Biología porque quería demostrarme a mi mismo que la adicción era una enfermedad cerebral y que no teníamos ninguna culpa de nada, que habíamos nacido con una predisposición y punto. Lo demás había ido solo. Eso a mí me ayudó a sustituir de alguna forma lo que el consumo no me daba. Pero no fue suficiente. El trabajo tremendo vino cuando tuve que cuestionar ese relato al darme cuenta de que la adicción es mucho más compleja, que probablemente es un rasgo que se presenta de diferentes maneras y que no pasa absolutamente nada.
P. Ahora decimos que somos adictos a cualquier cosa, hasta a Instagram.
R. Lo veo muy frívolo porque la etiqueta no debería de utilizarse de esa manera. Cuando llega el trastorno de verdad, le hemos quitado toda la profundidad, toda la complejidad. Como pasa con la depresión: ‘estoy depre’. No, no lo estás.
P. ¿No reconocemos bien el problema?
R. Creo que hace falta conocerlo para ser capaz de reconocerlo. Si no conocemos cómo funciona la adicción y el proceso que te puede llevar a ella, no podemos reconocer al que tenemos al lado o a nosotros mismos cuando estamos funcionando así y vamos hacia una situación complicada. Hablamos mucho de la adicción, los medios hablan mucho de las drogas, pero se habla muy mal, la comunicación es tremendamente mala. Luego no somos capaces de reconocer el problema en una amiga nuestra.
P. ¿Somos todos un poco yonquis o en potencia?
R. Sí, somos muy hedonistas y esa búsqueda de placer nos lleva a ser un poco yonquis. Antes de ser un yoncarra te lo pasas muy bien con las cosas que te dan placer. Y el ser humano tiene conformada su neurobiología para poder experimentar ese placer y repetir esas conductas.
P. El cerebro facilita que ese ciclo de disfrute se convierta en un círculo vicioso.
R. Vicioso, nunca mejor dicho, malditos viciosos [ríe]. En terapia de familia he oído tantas veces: mi hijo es un vicioso [ríe]. Y es verdad que somos viciosos, pero lo somos todos, no solo los yonquis. Se está mucho mejor en ese estado placentero que en el estado normal, pero ese estado presente no se puede prolongar.
P. Estamos bien en la tercera cerveza, pero nunca te quedas en la tercera.
R. Exacto [ríe]. Cuando estaba en rehabilitación solíamos decir: no, no, yo no he venido aquí a dejar de consumir, he venido a que me enseñéis a consumir, para no perder el control. Qué cojones, ya no había marcha atrás ahí.
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