César Lucas: del Che en Madrid al desnudo de Marisol
Autor de imágenes históricas de la España de la segunda mitad del siglo XX, el fotógrafo repasa sus casi seis décadas de trayectoria en las que conoció a grandes estrellas de Hollywood y fue pionero de la figura del editor gráfico
A unos metros se oyen las olas remansar en la orilla, aún quedan horas para que en Marbella huela a sardinas en espeto. El fotógrafo César Lucas, nacido en Cantiveros (Ávila), en 1941, lleva una camisa estampada de cocos, helechos y cangrejos. Ha celebrado sus 80 años con el final de un encargo de la Asociación Nacional de Informadores Gráficos: 115 retratos a fotógrafos españoles de distintas generaciones. Él es autor de imágenes icónicas de la España de la segunda mitad del siglo XX; “un todoterreno”, “ha dominado todas las suertes”, dicen de él colegas de oficio que le reconocen como maestro. Hoy no bajará a la playa a hacer fotos con el móvil a turistas desprevenidos. Cada recuerdo de sus casi seis décadas de trayectoria se convierte en un capítulo de una vida fantástica.
Pregunta. ¿Cómo nació su interés por la fotografía?
Respuesta. Mis padres vinieron a Madrid cuando yo tenía cinco años. Vivíamos cerca de la Gran Vía y al volver del colegio veía los escaparates de los estudios de fotógrafos, Alfonso, Vicente Ibáñez... Empecé por un amigo que tenía una hermana que me gustaba, y tenía otra con laboratorio en casa. Ella me lo enseñó y cuando vi que de un papel sumergido salía una imagen… dije: “Yo quiero hacer esto”. Me dejaba su cámara. Un día que leí en el periódico que un australiano que daba la vuelta al mundo a pie estaba en Madrid, justo iba yo por Cibeles y vi a un tipo vestido raro… Le dije: “Are you walking around the world?” [¿Está dando usted la vuelta al mundo?]. Le hice una foto, me la revelaron y la llevé al Abc. Me dijeron: “Dile a tu jefe que otra vez la haga más grande y con más contraste”. ¡Pero si la he hecho yo! No dormí esa noche, de madrugada fui a por el periódico y allí estaba la foto... [Se le ilumina la cara] Acababa de cumplir 16.
P. Con 18 lo contrataron en Europa Press, agencia para la que, en junio de 1959, hizo el histórico reportaje al Che Guevara en Madrid.
R. El periodista Antonio Olano me avisó de que el Che Guevara iba a venir a Madrid de paso y que si quería acompañarle para las fotos. Lo recibimos al pie de la escalera del avión, se fue al hotel y quedamos con él a las seis de la mañana del día siguiente. Fuimos a la Ciudad Universitaria, yo no hablaba nada, solo iba detrás para sacar aquello que indicara que estaba en Madrid. No había nadie por esa zona porque era domingo y de repente lo vi con el fondo del arco del triunfo franquista, él mirando para un lado, como perdido, y en dirección contraria, la flecha de una señal de peatones. Solo hice un disparo.
P. ¿La gente lo reconocía por la calle?
R. No, dijo que tenía que comprar unas cosas, una máquina de escribir, pero todo estaba cerrado. Así que Olano, que era amigo del dueño de Galerías Preciados, lo llamó para que le abrieran esos grandes almacenes. En una cafetería de la Gran Vía lo reconoció una camarera, que pidió hacerse una foto con él. Al final me regaló tres puros y cuando, años después, me los pidieron para un programa, les dije que me los había fumado. ¿Para qué son los puros?
P. Pueblo, que dirigía Emilio Romero, lo fichó con 21 años. Allí llegó a publicar 21 fotos en un día.
R. Sí, porque eran reportajes que iban en portada... Cuando iba a cubrir un acto tenía problemas con otros fotógrafos. Me llamaban intruso porque no tenía el carné que daba el régimen y avisaban para que me echaran. Le dije a Emilio Romero que lo dejaba, pero él me respaldó. Aunque luego me echó…
P. Por unas fotos que publicó la revista Sábado gráfico de una pelea entre los toreros Paco Camino y El Cordobés.
R. Ellos ya venían picados y en Aranjuez se liaron por un quite. Yo tenía dos fotos del puñetazo de Paco Camino. Me las llevé a casa [Pueblo se publicaba por las tardes], pero el director de Sábado gráfico se enteró de lo que tenía. Quedamos y se las vendí, pensando que saldrían el sábado, después de que publicaran las otras en Pueblo. Pero al día siguiente me llamó Jesús de la Serna, redactor jefe de Pueblo: “Están los quioscos empapelados con tus fotos en Sábado gráfico, el director está muy enfadado y dice que no quiere verte más, pero vente y lo arreglamos”. Le contesté: “Si Emilio Romero no quiere verme más, no me verá más...”.
P. Entonces decidió hacerse empresario y fundó la agencia Cosmo Press, con la que hizo reportajes de rodajes de estrellas de Hollywood en España.
R. La primera con la que trabajé fue Romy Schneider, viví su cumpleaños, en Segovia. Brigitte Bardot era una cachonda. Volvíamos juntos del rodaje, en Almería, en su Rolls blanco con chófer negro vestido de blanco. Le gustaban los animales y un día pasamos por un sitio con muchos perros, bajó y se llevó uno al hotel. El perro vivía con aire acondicionado, buena comida… Un día, la secretaria de Bardot dice que no va a venir al rodaje, que se había pasado la noche llorando porque se había muerto el perro y había mandado al chófer enterrarlo. El perro no aguantó la buena vida.
P. Clint Eastwood no era tan simpático.
R. Vino a hacer Los violentos de Kelly. Era muy serio, yo creo que no es actor, en las películas es igual que como es. Cuando me veía que le hacía fotos venía con una pistola y me apuntaba. Yo le preguntaba: “¿Está cargada?”. Y él respondía: “Voy a probar”.
P. Una de sus fotos célebres es la que hizo a John Lennon.
R. Yo tenía muy buena relación con el director Richard Lester y quiso que fuera a Almería para el rodaje de Cómo gané la guerra. Yo llevaba una semana casado, pero me tuve que ir dos meses. Lennon no era hablador, pero sí agradable, me dedicó un disco e intenté enseñarle a jugar al mus, pero eso no fue posible. Un día, me dijo que tenía un [objetivo] ojo de pez y que lo usaba en conciertos para hacer fotos al público. Lo trajo y nos tiramos una tarde haciendo fotos, dando saltos.
P. Se acercaba el final de Franco y Juan Luis Cebrián lo llamó para EL PAÍS, del que usted fue uno de sus fundadores.
R. Conocía a Cebrián desde Pueblo. Me quería de jefe de fotografía para un periódico nuevo. Hasta entonces, la fotografía era suplementaria, no tenía lenguaje propio... Había gente en el periódico que decía: “¿Un fotógrafo decidiendo cómo es la portada?”. Inventamos un periódico que chocó por su diseño, fue abrir una ventana en una habitación llena de humo. No he tenido un momento comparable.
P. Estaba tan a gusto que le dijo “no” a Julio Iglesias.
R. Él se iba a instalar en EE UU y me pidió que fuera para ser su fotógrafo. Le contesté que no por el periódico. “Pero César, renuncias al dinero y a las tías que te puedes tirar por ser el empleado de un periódico. ¡Te has vuelto gilipollas!”. Le sentó como un tiro.
P. Y por quedarse lo que se llevó fueron algunos porrazos.
R. Cuando salió EL PAÍS había muchas hostias en la calle. Si la policía intervenía, el primer objetivo eran los que llevaban EL PAÍS en la mano. Me detuvieron en una manifestación cuando estaba haciendo fotos. Nos habíamos metido en el coche, pero los guardias nos sacaron a porrazos. Nos llevaron a un cuartel y decían: “A ver, rojos, gritad ahora libertad”. Nos soltaron, pero estuve una semana en una clínica por los golpes.
P. De esa época es su famosa foto del niño del puñito.
R. Se publicó en la contraportada de EL PAÍS [23/6/76]. Con el tiempo tuvo trascendencia, me dijeron que estaba preparada, pero yo estaba a la entrada de una tienda en la calle Preciados por una protesta vecinal. Vi venir a ese niño tan guapo, subido a hombros de su padre, con ese gesto...
P. Tres meses después, Interviú publicó el desnudo de Marisol que le había hecho en 1970 para un reportaje. Le llevaron a juicio por “atentar contra la moral”. El fiscal pedía tres meses de arresto. ¿Qué cuerpo se le quedó?
R. Antonio Asensio [fundador del Grupo Zeta] se había enterado de que tenía esas fotos y me las compró. Yo pensaba que no se iba a atrever a publicarlas... En el juicio, Marisol se ofreció a ayudarme. Al final, me absolvieron porque no aparecía “el sexo”, decía la sentencia, y porque era una imagen artística. Uno de los jueces le pidió a mi abogado un ejemplar. Esa foto ha quedado como símbolo de libertad.
P. ¿Cómo se hace un buen desnudo?
R. Para muchas era la primera vez, así que había que tener sobre todo respeto. Entre la primera foto y la 90 había diferencias, la tensión del principio se diluía y las mejores imágenes estaban entre las últimas.
P. ¿Por qué dijo adiós a EL PAÍS en 1978?
R. Asensio me hizo una oferta para Zeta. Estuve allí hasta 2009, cuando me jubilé. Trabajé en Interviú y luego creamos varias revistas. Esos cambios me enriquecieron mucho.
P. ¿En qué estado se encuentra su archivo?
R. He sido un desastre, no he documentado lo que hacía. Es un material que se han quedado los medios y cuando cerraban, desaparecía.
P. Estuvo en la presentación de la plataforma de fotógrafos que reivindica un centro nacional de la fotografía.
R. Creo que no va a existir, les importa un huevo.
P. ¿Por qué el Nacional de Fotografía es tan esquivo con el fotoperiodismo?
R. Es que ahí intervienen galeristas, coleccionistas… y ellos no nos consideran fotógrafos. Una vez, en una exposición, una de estas personas me dijo que mis fotos eran alimenticias. ¡Claro!, ha sido mi medio de trabajo, he hecho encargos, yo no digo: “Estoy haciendo un proyecto”.
P. Lo que hace son fotos con el móvil.
R. Siempre me han dicho que yo era moderno. Yo he mirado hacia adelante porque para subirse al tren hay que hacerlo cuando está parado, si te subes en marcha es complicado. Da igual la tecnología, la cámara que tengas, lo que al final cuenta es el ojo.
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