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El turismo después del turismo

Italia, el país donde nacieron los viajes de placer, debate sobre cómo hacer regresar una industria vital económicamente pero mortal en términos de sostenibilidad y futuro

Una visitante posa ante el monumento al soldado desconocido, en el centro de Roma.
Una visitante posa ante el monumento al soldado desconocido, en el centro de Roma.Antonello Nusca
Daniel Verdú

Los primeros síntomas, todavía en dosis homeopáticas, pueden verse ya en el centro de Roma. Los Museos Vaticanos lucen su inexorable cola donde la Santa Sede se divierte cociendo las almas de los pecadores a 37 grados en pleno julio. Las japonesas vuelven a cruzarse el mundo para fotografiarse vestidas de novia en el puente de Sant’Angelo; las barcas surcan el Tíber esquivando una plaga de nutrias, neveras y patinetes eléctricos de alquiler a la deriva río abajo. Aquella taquillera del Coliseo, que acaba de salir del ERE, blasfema en romanesco de nuevo ante una fila de turistas polacos que empuja sin escuchar a una irritante guía con megáfono. La ciudad eterna recupera lentamente el paso. Puede oírse ya el ralentí de uno de sus principales motores económicos, tal y como les sucede a Venecia o Florencia, dependientes en vena de esta industria. Pero resulta que nadie sabe, en cambio, si el mundo que conocimos antes de la pandemia volverá. Y mucho menos el de los cruceros, las aglomeraciones y las luces de neón del negocio de los viajes de masas: una de las industrias más golpeadas del mundo.

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La segunda preocupación es el paro (aunque es el primer problema personal para quienes responden); la tercera, el tráfico; la cuarta, la gestión municipal, y la quinta, el acceso a la vivienda. En la imagen, turistas en la Barceloneta.
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El turismo requiere tiempo libre, algo de dinero y cierta libertad de movimiento. También solía exigir un punto de espíritu aventurero (cada vez menos) y argumentos de peso para compartir diminutas parcelas de espacio y tiempo con seres humanos desconocidos. La pandemia ha sumido todos esos privilegios en una crisis de identidad y miedo que cuestiona la supervivencia de ese acto compulsivo que convertimos en símbolo de la prosperidad globalizada. En un documento de 2020 la Organización Mundial del Turismo ya calculó la caída del sector en hasta un 80% de las llegadas internacionales a nivel global respecto a 2019. En Italia, finalmente, se quedó en un 61%. Pero casi ningún sector económico (representa alrededor del 13% del PIB) ha recibido una bofetada tan agresiva. El turismo global, que perdió 2,4 billones de dólares en 2020 (unos dos billones de euros) por la pandemia, volverá a caer entre 1,7 y 2,4 billones en 2021: es decir, entre un 1,9 y un 2,7 % del PIB mundial, según un informe de la Agencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD). ¿Viajaremos menos y con mayor reflexión después de la pandemia? ¿Se terminará el turismo de masas? ¿O volveremos a dejarnos las pestañas para encontrar los vuelos más baratos sin importar a dónde vayan? Roma, Venecia y Florencia aportan algunas respuestas.

El pasado domingo unas 1.000 personas se acercaron a la plaza de San Pedro para escuchar al Papa celebrar el Ángelus desde el balcón de su despacho en el Palacio Apostólico. No estaba llena, pero el lugar empezó a congregar a fieles como hace dos años. Roma, más allá del romántico Grand Tour en el que se embarcaban jóvenes aristócratas británicos en el siglo XVII, podría inscribir su magnetismo en la génesis del gran libro económico como el primer destino turístico de la historia. El Caput Mundi fue desde el siglo II objeto de peregrinación de cristianos y curiosos que alimentaron toda una industria económica alrededor de estos viajes de fe y arqueología espiritual. Y así seguirá siendo tantos siglos como dure esta creencia. Pero durante un año y medio, quizá por primera vez en el último siglo, todo el variopinto ecosistema económico que creció en la vía de la Conciliazione o en las calles adyacentes a la basílica donde reposan los restos de San Pedro ha quedado paralizado.

Una turista ante la Fontana de Trevi, en Roma.
Una turista ante la Fontana de Trevi, en Roma.Antonello Nusca

—Cinco euros —pide por un agua mineral un vendedor bangladeshí a una pareja de turistas holandeses que rechaza sin pestañear un sobreprecio que, hasta hace solo un año y medio, formaba parte del statu quo de la economía global.

La pandemia trajo la ruina económica para muchos en el centro de Roma. Pero también el silencio, y de vuelta a muchos romanos, expulsados por los intereses comerciales e inmobiliarios de una selva de apartamentos turísticos sin regulación clara en Italia. La empresa de recogida de basuras cumplió con su misión tras años de no dar abasto. Y algunos restaurantes comenzaron a servir comida a los vecinos, con la consecuente exigencia local. TripAdvisor y los comentarios dieron un vuelco. Y la duda pasó a ser cuánto resistiría el nuevo clima cuando se restaurase la normalidad sanitaria. “La pandemia ha golpeado los puntos cardinales del turismo, como la libertad de movimientos. Y el desarrollo del mundo se manifestó en los últimos años en esa libertad que ahora se ha restringido a muchas escalas: piense en los viajes de novios, en los que la pareja se iba a la Polinesia y ahora se conforma con la región de al lado. Y eso tiene un efecto psicológico importante de cara al futuro”, apunta Stefano Franco, profesor de Gestión Turística en la universidad LUISS.

Venecia ha sido símbolo universal de años de desmanes, excesos y atentados contra el medioambiente del turismo de masas. También de las estafas a incautos en restaurantes de medio pelo, del vaciado del centro de la ciudad y de un paisaje social y comercial de cartón piedra en uno de los lugares más impresionantes del mundo. Incluso los 433 gondoleros que vivieron de ello se lamentan estos días del punto de no retorno alcanzado: cruceros, visitas de mordi e fuggi (muerde y huye) que regatean o no gastan y bajan con el bocadillo del barco. La llegada de la mayor partida de fondos europeos del plan de recuperación y la amenaza de la Unesco de incluir a Venecia en la lista negra de patrimonio amenazado empujaron hace dos semanas al Gobierno de Mario Draghi a aprobar una histórica ley por la que los cruceros no podrán volver a pasar por delante de la plaza de San Marcos. Pero la pandemia ha traído también una reflexión más profunda para una ciudad (la isla) que basa en el turismo más del 70% de su economía. “Hoy es el momento de decir que este modelo no ha funcionado y los ayuntamientos deben volver a ser los reguladores de su territorio”, anuncia al teléfono el concejal de turismo veneciano, Simone Venturini.

Turistas en frente del Coliseo de Roma, este miércoles.
Turistas en frente del Coliseo de Roma, este miércoles.Antonello Nusca

Nadie oculta ya que la ciudad jugó a la ruleta rusa durante años fiando su supervivencia al monocultivo económico. Cuando en marzo de 2020 los canales quedaron desiertos y los vecinos dejaron de oír el traqueteo de las maletas subiendo y bajando las escaleras de los 455 puentes que atraviesan los canales, todos supieron que con el silencio llegaría la ruina. “Los daños son enormes. Hemos perdido un 80% de la facturación del turismo que tenía Venecia. Más de 1.000 millones de euros que forman parte de toda la hilera económica. Solo la compañía de transportes ha perdido 80 millones de euros y los privados han perdido otros centenares. Es un golpe muy duro que no ha sido compensado públicamente como en otros países. Eso no ha sucedido aquí”, lamenta Venturini. Los problemas son parecidos algo más al sur.

La percepción de fin de ciclo sobrevuela también Florencia, que estima en unos 1.000 millones el agujero de la pandemia en el sector y sobrevive este verano con alrededor del 50% de la ocupación de otros años. Su alcalde, el socialdemócrata Dario Nardella, tiene muy claro que el modelo debe cambiar. “Era una economía muy frágil. Hay que invertir en la calidad y no en la cantidad. Antes del virus teníamos 14 millones de visitas al año y somos 400.000 habitantes. No parece sostenible. No podemos pensar en prescindir del turismo, pero hay que organizar una oferta distinta e implementar normas globales. El poder de las plataformas y touroperadores en línea es fortísimo y los alcaldes solos no conseguimos equilibrarlo. Es cierto que hay libertad de competencia, pero el turismo tiene un impacto social muy alto y tiene que ser regulado en nuestras ciudades. No puede dejarse a la libre competencia”, apunta.

Turistas caminan frente al Templo de Adriano, en el centro histórico de Roma, este miércoles.
Turistas caminan frente al Templo de Adriano, en el centro histórico de Roma, este miércoles.Antonello Nusca

Roma para los romanos

Florencia aprobará en otoño un nuevo plan urbanístico en el que se bloqueará la construcción de nuevos hoteles en el centro, como ya hizo Barcelona. Tampoco se permitirá abrir un restaurante más sin que haya antes cerrado otro y se ha previsto liquidar el IBI de las empresas que se instalen en esta área de la ciudad. Además, se ha creado una partida de 10 millones para comprar viejas tiendas de souvenirs convertidas en cadáveres inmobiliarios y alquilarlas a bajos precios a jóvenes artesanos. “El centro ahora es casi monosectorial”, explica Nardella.

Los vecinos de Roma, Florencia y Venecia que no vivían del turismo han redescubierto sus ciudades durante este año y medio. La suciedad y las aglomeraciones han disminuido y la calidad de los servicios ha mejorado. Roma para los romanos ha sido el mantra. Pero el daño económico desequilibra demasiado la balanza. ¿Será el virus el momento para conocer la nueva cara del turismo después del turismo? Paolo Figini, profesor de Economía de esta materia en la Universidad de Boloña, no cree en la redención poscovid de esta industria. “Lamentablemente se percibe una gran voluntad de volver a la vida precedente a la covid. Creo que cuando la pandemia esté totalmente superada, se volverá a viajar como antes. Habrá ganas. Y eso es algo muy peligroso, porque la crisis más importante de nuestro tiempo no es sanitaria, sino climática. Y el turismo contribuye enormemente a la contaminación. Volver a ese camino va en sentido contrario a la línea en la que va todo. El turismo lento crea ocupación en lugares menos importantes, pero mueve menos dinero que el de masas. Y sí, hay una voluntad política de perseguir esos objetivos sostenibles. Pero el interés económico de comerciantes, restauradores, hoteleros apunta en otra dirección”. Más turismo, en suma, después del turismo.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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