Vida a la altura de un gigante
Mikel Joakin Eleizegi Arteaga, el coloso de la película 'Handia', se enriqueció con la exhibición de su físico, se construyó una diligencia adaptada a sus 2,40 metros y fue recibido por la reina Victoria
Llenaron con hogazas de pan el ataúd del gigante. La familia transportó así desde Tolosa (Gipuzkoa), en el féretro hecho a medida para el cuerpo de un hombre que alcanzó los 2,40 metros de estatura, el ágape para la despedida de Mikel Joakin Eleizegi Arteaga en 1861. Al funeral estaban invitados todos los de Altzo. “Esto me contó mi abuela, pero ahora quizá todo sea mentira”, dice una de las vecinas del pueblo, cuyos antepasados lo fueron también del gigante guipuzcoano. Ha empezado a dudar de los recuerdos sobre el tipo más popular de esta localidad, nacido en 1818, desde que hace unos días encontraron sus huesos en el antiguo cementerio. Los restos hallados por la Sociedad Aranzadi entierran una de las leyendas truculentas que empañaban la verdadera vida alegre del célebre vecino: los huesos siempre estuvieron allí y nunca fueron robados para ser expuestos en un museo inglés, como se rumoreó durante décadas.
Se convirtió en un hombre público y reconocido al que la reina Victoria quizo conocer junto al resto de la familia real en el palacio de Buckingham
“La familia decidió ocultar la verdad para que nadie tuviera la tentación de robar su cuerpo”. Esta es la hipótesis del egiptólogo y doctor en Historia por la Universidad de Barcelona Karlos Almorza, que puso en marcha la búsqueda de Aranzadi. Hace unos meses, mientras tomaba un café con el alcalde, Txomin Rezola, le preguntó qué había sido del vecino más famoso de Altzo. “Quisimos resolver la pregunta más sencilla: ¿está en el cementerio o no? Y lo conseguimos”, cuenta ahora Almorza.
Pero el desenterramiento teórico del mito lo había iniciado dos años antes el historiador Luis Ángel Sánchez Gómez, profesor de Antropología Cultural en la Universidad Complutense de Madrid, en el libro El gigante de Altzo. Un vasco mítico (aunque muy real) en la Europa del siglo XIX (Diputación de Gipuzkoa, 2018), donde ya advirtió de que los restos estaban en el cementerio del pueblo natal. El suyo es el único estudio académico dedicado a la vida y obra de Eleizegi. Después de rastrear prensa inglesa y francesa y los archivos de la familia, retrata a una personalidad muy distinta a la popularizada por Aitor Arregi y Jon Garaño en Handia (2017), reconocida con 10 premios Goya en 2018.
Sin apreturas económicas
Para empezar, el dinero. El padre nunca fue inquilino del caserío en el que vivió la familia Eleizegi, a pesar de lo que ha mostrado el cine. La falsa escasez económica justifica en la película que el gigante se convirtiera en un hombre objeto y fuera usado y paseado por toda Europa a la desesperada. La realidad es bien distinta, el padre había heredado dos caseríos y varios terrenos de su madre, y no vivió tantas apreturas con sus nueve hijos como se dibuja en la pantalla. Es decir, Mikel Joakin no tuvo la necesidad de exhibirse, ni de convertirse en quien fue para sacar adelante a su familia. Abandonó el valle, salió de la provincia y disfrutó, desde los veinte años, de una vida inverosímil para un guipuzcoano de mediados del siglo XIX. Viajó por toda la Península y encargó la construcción de una diligencia a su medida para recorrer Francia y Reino Unido, donde también montó en tren en una de las primeras líneas de ferrocarril que surgían en la nueva Europa del progreso industrial.
Se convirtió en un hombre público y reconocido al que la reina Victoria quiso conocer junto al resto de la familia real en el palacio de Buckingham en una audiencia celebrada el 24 de junio de 1848. Desde ese día, en los carteles que anunciaban su espectáculo se incluyó el escudo real inglés como reclamo. En su gira británica aparecieron crónicas en más de 90 cabeceras, se exhibió en Londres seis meses ininterrumpidos e inspiró la letra de una canción. El semanario satírico Punch aprovechó la fama y la estatura del “Spanish giant” (el gigante español) para cebar a sus lectores y atraer nuevos suscriptores: en una pequeña viñeta publicaron un dibujo garabateado de los pies y parte de las piernas del descomunal vasco con el reclamo de que concluirían la ilustración de la figura de Mikel Joakin Eleizegui en el siguiente número. Una semana después apareció el de Altzo, embutido en un frac, con pajarita y pelo corto, pulido y engominado a un lado. Completa el conjunto la sorpresa de los espectadores diminutos y la mirada de superioridad del gigante.
“Lejos de ofrecer a la vista un espectáculo repugnante como el de otros fenómenos que suelen albergarse de vez en cuando en el recinto de la coronada villa de Madrid, presenta Eleizegui un conjunto admirable de belleza en la perfección y armonía que resaltan de sus colosales dimensiones, cual puede colegirse del retrato que sirve para ilustrar estos apuntes”, escribió el periodista Enrique Gil en El Laberinto. Periódico universal, editado en la calle de Carretas, en la edición del 1 de enero de 1844. En esta ilustración el gigante aparece ataviado con un atuendo turco. El artículo también dice que se presenta vestido con diferentes trajes “sentándole todos perfectamente”. Eleizegi se alojaba y se exhibía entonces en la calle de Montera.
El gigante montó su negocio, hizo mucho dinero y se divirtió lo que pudo. Está claro que se exhibió porque quisoLuis Ángel Sánchez, historiador
Trabajaba dos horas al día, a veces cuatro. Le gustaba mentir sobre su edad, siempre joven. Nunca actuó en circos, alquilaba un apartamento y en el piso principal montaba el breve show: levantaba los brazos, giraba y hacía pasar a los clientes bajo sus piernas. El resto del día se quedaba en la habitación, leyendo y fumando, y ya de noche salía a pasear. “Una vez en París preparó una lucha con dos enanos. El gigante montó su negocio, hizo mucho dinero y se divirtió lo que pudo. Está claro que se exhibió porque quiso y que ni lo explotaron ni fue un monstruo maltratado. Hablaba en euskera, pero chapurreó el castellano, el inglés y el francés. Viajó en barco y en ferrocarril... Handia está muy bien como película, pero no tiene nada que ver con la realidad”, cuenta el historiador Luis Ángel Sánchez.
Aitor Arregi, codirector de la película, investigó y escribió el guion antes de que el historiador publicara sus pesquisas. Explica que “no hay documentos” y que “solo hay pinceladas que se nutren de mitología”. “Hicimos el esfuerzo de tratar de entender lo que vivió y cómo sintió él, una persona pasiva y con necesidades económicas. Nosotros creemos que no quería salir de Altzo, pero no le quedó más remedio”, sostiene el cineasta, al que la ficción le permitió crear un nuevo relato que no satisfizo a la familia. Dámaso Zubeldia, descendiente de sexta generación del gigante, no cree en esa imagen filmada: “No pasó hambre y las investigaciones recientes demuestran que tuvo una vida alucinante. Nada de pobre hombre, fue a ciudades con muchos habitantes a sacar pasta gansa”, cuenta Zubeldia.
Prestar dinero
Los archivos muestran a una persona que administró con sabiduría su dinero, que hizo préstamos a la gente del pueblo y llevó a los tribunales a quienes no cumplieron con la devolución; que tuvo representante solo unos meses, la primera vez, cuando actuó en Donosti, e inmediatamente rompió el contrato con el navarro José Antonio Arzadun alegando que no le dejaba ir a misa. Aunque un año de gira por Reino Unido pareció enfriarle esa práctica religiosa. A dos semanas de su muerte cambió el testamento y desheredó a su hermano mayor para entregarle sus bienes a su padre. ¿Por qué ese cambio a última hora contra quien le acompañó en las giras europeas? Los documentos desvelan el qué, pero no el por qué.
Los archivos muestran a una persona que administró con sabiduría su dinero, que hizo préstamos a la gente del pueblo y llevó a los tribunales a quienes no cumplieron con la devoluciónDámaso Zubeldia, descendiente del gigante
Esta semana Dámaso acudió al cementerio de Altzo con su madre, de 73 años, que se emocionó ante los trabajos de los arqueólogos, que han exhumado los huesos de Mikel Joakin Eleizegi Arteaga. “La familia tampoco ha atendido mucho a la historia del gigante. Estamos despertando ahora, a raíz de las investigaciones de Luis Ángel”, comenta. Al historiador Luis Ángel Sánchez Gómez no le extraña este largo olvido, porque “no representó el mito euskaldún del campesino esforzado en cuidar sus tierras”.
El esqueleto ha revelado que fue un hombre maltratado por los dolores de su diferencia. Los papeles muestran que su diferencia pudo hacerle feliz. Aunque quizás habría preferido un tamaño discreto, casarse y emigrar a América como dos de sus hermanos.
La atracción por la teratología humana
La fascinación por los gigantes parece incrustrada en la imaginación y la fantasía de los seres humanos. El pensamiento mágico ha creado seres míticos de condición gigantesca y de poderes sobrehumanos, y también pruebas de su paso por la Tierra: megalitos, grandes construcciones de la Antigüedad, grutas, acantilados... La invención parece no acabarse. Pero hubo un hombre que no mintió: Pedro González Velasco (1815-1882), creador en 1875 del gran Museo Antropológico, actual Museo Nacional de Antropología. El doctor Velasco sentía verdadera pasión por la teratología humana, es decir, por el estudio de los “monstruos humanos” (personas afectadas por graves patologías deformantes). Los casos que generaban mayor interés. Disponer y exhibir el esqueleto de uno de esos hombres grandes, enfermos de gigantismo y acromegalia, era una de las máximas aspiraciones. Velasco fue uno de los pocos afortunados que logró hacerse (de forma legal) con uno de esos fenómenos de la naturaleza cuando le compró a Agustín Luengo sus huesos. El Gigante Extremeño, que llegó a medir 2,35 centímetros, se exhibe hoy en el museo.
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