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La vida en digital

La cultura digital entre el entretenimiento y el conocimiento

El entretenimiento es necesario y beneficioso, pero el cuidado que hay que tener es evitar que la estrategia de la comunicación en esta sociedad en red —sobreinformada, disipada— se reduzca a esta fórmula.

I'm Here, but Nothing, de Yayoi Kusama
I'm Here, but Nothing, de Yayoi KusamaTate Photography (We Present)

La Fundación General CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) ha publicado recientemente el Informe ComRigor sobre La calidad y el rigor en los contenidos culturales digitales. Recoge oportunamente una preocupación muy extendida acerca del efecto que una sociedad en red está produciendo en la cultura.

La manifestación más inmediata de nuestra vida en la Red es que nos sentimos traspasados por una cantidad de información inconcebible hasta hace muy poco tiempo. Esta abundancia, que no tendría que ser en principio negativa, se ha hecho excesiva por la dificultad de metabolizarla.

La Red nos está poniendo ante un desmesurado bufé de información. Y, porque acabamos de descubrirlo, no nos resistimos a probar toda su oferta, picando en tanta abundancia. En los procesos de comunicación, esta disgregación se traduce en la fractura de los discursos, es decir, de las relaciones con las que damos coherencia a las ideas, a las razones, a las narraciones, a los datos… Porque nuestra naturaleza impone que las relaciones multidimensionales que crea el cerebro se transmitan encadenadas, en un orden que impone la dimensión temporal: tienen que discurrir una detrás de otra como eslabones de una cadena. Por eso, cuando no hay tiempo para dedicar atención, se fractura lo que ya aparece como excesivo… y nos quedamos solo con un eslabón, sin cadena.

La consecuencia de esta fractura por parte del receptor es que quien emite una información tienda a reducir su extensión para evitar así esta intervención tan frustrante e imprevisible que disgrega el discurso. Pero esto lleva a que se procure compensar con el barniz de la emoción la pérdida de fuerza de aquello que ha quedado tan reducido. Hay que añadir de algún modo emociones a falta de razones. Quizá esto explique el exceso emocional y gestual de nuestra sociedad hoy.

El exceso también lleva a la desgana. Así que hay que avivar la atención. Y para mantener esa atención hay que entretener. El entretenimiento se basa en una confirmación: lo que estoy viendo, ya lo he visto; lo que se me muestra no me resulta extraño, sino que encuentro en mi memoria una huella que encaja y, por tanto, lo reconozco. Este reconocimiento inconsciente produce la gratificación que dan las muestras de identidad, de sentir la pertenencia a un entorno que no resulta ajeno. Es suficiente para entretener añadir a esta coincidencia una proporción pequeña de incertidumbre, de desviación respecto a lo esperado. Y bajo esta fórmula se crean los productos de entretenimiento. 

Naturalmente que el entretenimiento es necesario y beneficioso, pero el cuidado que hay que tener es evitar que la estrategia de la comunicación en esta sociedad en red —sobreinformada, disipada— se reduzca a esta fórmula. Porque tal reduccionismo limita la necesidad de que una cultura sea no solo entretenimiento, sino conocimiento. Conocer supone revisar con la información que recibimos lo que ya tenemos, lo que ya sabemos, para corregirlo, rehacerlo, transformarlo. De manera que la memoria no guarda huellas que contrastar, para coincidir, con la información nueva que nos llega, sino una construcción de piezas que se quitan, se añaden, se reajustan con aquello que nos informa. Una actividad así significa aceptar más incertidumbre y aplicar más trabajo. Pero una cultura y una educación que pretenden alcanzar el tan repetido estadio de una sociedad del conocimiento no pueden dejar de buscar caminos que lleven a que sus ciudadanos estén capacitados para aceptar el riesgo y el trabajo intelectual de un entorno con más incertidumbre: más conocedores, en fin, de su mundo, aunque no resulte tan entretenido.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

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La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

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