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Procrastinación: a los monjes medievales también se les iba el santo al cielo

Resulta que el empacho por exceso de información no lo inventó internet. Así se combatían las distracciones en la Edad Media

Salmo titulado 'El monje Ruodprecht presentando su trabajo'.
Salmo titulado 'El monje Ruodprecht presentando su trabajo'.Getty Images

Te imaginas un lugar más apacible que un monasterio? ¿Puede haber ambiente más propicio para la concentración? Sería razonable pensar que sí: un monasterio de la Edad Media. Sin 5G, sin 4G, sin 3G, sin 2G... Canto gregoriano, códices y escasísimos medios para la procrastinación. Y aún así, a los monjes medievales se les iba el santo al cielo.

"Su tecnología era obviamente distinta de la nuestra, pero su ansiedad a causa de las distracciones, no. Se quejaban de estar saturados de información y de cómo, cuando finalmente decidían qué leer, les resultaba fácil aburrirse y pasar a otra cosa", explica Jamie Kreiner, profesor asociado de Historia en la Universidad de Georgia, en un artículo publicado en la revista Aeon.

No estaban bajo el influjo del pandemónium que es la red, pero se sentían abrumados ante las distracciones de la vida monacal. Kreiner prueba su teoría citando a Juan Casiano. Este sacerdote y asceta que vivió en Rumanía entre los siglos IV y V, se quejaba amargamente de las "incursiones aleatorias" que llevaban su mente de sus obligaciones monásticas -leer, orar, escribir- a asuntos sin importancia. "Vaga como si estuviera borracha", afirmaba.

Para contrarrestar estos impulsos, que, explica Kreiner, atribuían unas veces al mismo demonio y otras a los instintos básicos del cuerpo, los religiosos inventaron maneras de neutralizar sus debilidades. Entre sus trucos estaba la opción de renunciar a las ataduras de la vida terrenal: quien no tiene que preocuparse por su familia, sus propiedades, su negocio y los dramas del día a día no invierte tiempo en reflexionar sobre ello.

Ejercitaban el autocontrol poniendo cortapisas a sus hábitos; de ahí el celibato y la austeridad en sus dietas. Además, a estos regímenes se añadían en ocasiones trabajos manuales cuyo desempeño les permitiese dedicar la mente a cuestiones más elevadas: hornear, cultivar, tejer...

"Un método más avanzado para concentrarse era construir elaboradas estructuras mentales en el curso de la lectura y la reflexión", añade Kreiner. "Un árbol con muchas ramas, un ángel de finas alas o un arco de muchos niveles podía servir como lienzo para dividir materiales complejos en un sistema ordenado". Unas ocasiones estas imágenes se relacionaban con la materia en cuestión, en otras hacían las veces de rodrigón para los pensamientos del monje, como un esquema.

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También llevaban las reglas mnemotécnicas a otro nivel. El profesor pone como ejemplo la tarea de memorizar la secuencia del zodiaco. "Thomas Bradwardine -un teólogo del siglo XIV- sugiere que imagines un carnero blanco con cuernos de oro dando una coz en los testículos a un toro. Mientras en toro sangra a borbotones, imagina que hay una mujer enfrente dando a luz a gemelos, en un parto sangriento que parece partirla en dos. Mientras los gemelos son alumbrados, juegan con un cangrejo que les pellizca y les hace llorar". Y así.

Algo más simple era el uso de los salmos, cuya repetición, prescribía Casiano, permitiría mantener la mente bien amarrada. "La distracción es un problema antiguo, y también lo es la fantasía de que puede esquivarse por completo", sentencia Kreiner.

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