Puiggalí: “No almacenes nada en ‘blockchain’ que quieras que permanezca en secreto”
La tecnológica catalana Scytl es una autoridad cuando se habla de voto electrónico. Y Jordi Puiggalí, su vicepresidente, un escéptico de las expectativas creadas en torno a blockchain
Jordi Puiggalí Allepuz (Barcelona, 1970) no puede evitar reírse al hablar de la fiebre de blockchain. El vicepresidente sénior de Investigación y gerente de seguridad de Scytl —una de las seis startups españolas que han conseguido levantar más de 100 millones de dólares de financiación gracias a su sistema de voto electrónico cifrado— difícilmente puede impresionarse por algo que llega para él casi tres lustros tarde.
“Nosotros estábamos trabajando en una propuesta muy similar en 2004. El concepto de inmutabilización del sistema del voto. Es decir, cómo aseguro yo en una plataforma de voto electrónico que nadie se pueda meter y manipular la votación”. Las soluciones en las que trabajaba son una descripción idéntica al blockchain. Solo tenía una diferencia; eso sí, muy relevante: “Para encadenar las entradas, trabajábamos con la firma electrónica. Era un concepto de blockchain privada, centralizada y no distribuida”.
A Puiggalí le preocupa esta moda tecnológica y lanza una advertencia: “No almacenes nada en blockchain que quieras que permanezca en secreto. En teoría, se queda allí de por vida”. De por vida quiere decir que la información permanece inmutable, mientras que el paradigma tecnológico va cambiando. Puiggalí pone el ejemplo que le es más cercano, la información de los votos electrónicos: “En unas elecciones, evidentemente te interesa que el voto permanezca secreto para siempre. Pero pongámonos en un futuro con ordenadores cuánticos. Yo, habitante de ese futuro, podría decidir irme a una blockchain antigua e intentar romperla por la fuerza bruta. Y probablemente podría hacerlo con facilidad. No hay derecho al olvido en blockchain. Una vez subido algo, no hay manera de borrarlo. Es tanto su punto débil como su fortaleza”.
Y el conocimiento es poder. “Pongamos que he obtenido esa información de una red blockchain que gestionaba elecciones. Pues me encuentro que sé cómo cada ciudadano de un país ha ido cambiando su voto en cada elección”. Hay otros puntos flacos más técnicos. Por ejemplo, los límites que imponen las dos redes de blockchain más robustas, Ethereum y Bitcoin, para desplegar según qué proyectos en su infraestructura: “Ethereum te permitirá un máximo de entre cinco y siete transacciones por segundo a nivel mundial. No es un problema si hablamos de una transferencia de dinero, porque el tránsito entre bancos tarda uno o dos días en actualizarse. Pero si estás dando un servicio de voto online ocurriría que entre la realización efectiva del voto y su aparición en la red podrían pasar horas. Para servicios que necesiten una interacción inmediata no puedes usar este tipo de redes públicas”.
La enorme fluctuación de las criptodivisas, que impide fijar precios a los servicios, y la ausencia de un marco legal específico que ampare estas redes son, para Puiggalí, otros dos grandes problemas. “Hay muchos proyectos tecnológicamente posibles que no se están montando por estas barreras. Resumiendo, hay que ir con cuidado. Oigo a mucha gente decir: “Blockchain te da anonimato”. No es así, te da pseudoanonimato. No es la gran panacea. No estoy diciendo que sea una mala tecnología, pero tiene unos usos adecuados y otros que no”. Puiggalí termina su reflexión con un tirón de orejas a las bolas de nieve mediáticas: “Si le añades una capa de blockchain a cualquier cosa, hoy en día encuentras financiación. Y así te encuentras proyectos que… en fin”.
Aun así, su empresa se ha apuntado al proyecto de red de blockchain nacional para España de la Fundación Alastria, precisamente para atacar estos problemas de cómo puede mejorarse la usabilidad de la tan traída y llevada tecnología de bloques. “Tal vez esto sea el futuro, ecosistemas blockchain de redes nacionales. No llegará mañana, pero son proyectos que pueden desbloquear servicios que hoy no se pueden dar”.
La nueva fe es la confianza
El dinero, como la religión o las naciones, es una ficción colectiva. Creer en un ser superior, en formar parte del pueblo elegido o que un trozo de papel vale 50 €, son todos actos de fe. Es la magia de nuestra especie: somos animales de fe dispuestos a aceptar que un trozo de metal vale lo mismo que un café o un periódico. De hecho, hablamos de dinero fiduciario para referirnos a nuestras actuales divisas, porque como su nombre indica se basan solo en la fe al no estar respaldadas por nada que no sea una promesa de pago por parte del emisor. El uso moderno del dinero fiduciario se inicia en 1971 cuando el presidente Nixon decidió romper el patrón oro, dar barra libre para fabricar dinero y conseguir la hegemonía mundial de esa ficción llamada dólar que supone el 60 % de las reservas económicas y más del 85 % de las transacciones globales. Resulta curiosa la desconfianza en las criptomonedas, cuando globalmente aceptamos una ficción en manos (al menos, indirectamente) de un señor llamado Donald Trump que dice que los europeos somos sus enemigos y pone muros a sus vecinos. Eso sí, espera que mantengamos la fe en el dólar.
Las criptomonedas son también ficciones colectivas, pero esta vez basadas en la confianza que generan algoritmos distribuidos. Igual que un cisne negro solo demuestra que no todos los cisnes son blancos; las criptomonedas, con sus limitaciones y problemas, demuestran que hay otras formas de entender el dinero más allá de los viejos modelos centralizados. Esta es la verdadera revolución que blockchain promete: crear modelos de valor absolutamente distribuidos. Internet llevó este modelo a la información, democratizando su acceso; sin embargo, ha sido incapaz de distribuir el valor. Todo lo contrario, ha producido una gran concentración en torno a plataformas de publicidad, redes sociales o comercio electrónico. Blockchain podría hacer posible un "Internet del valor" con intercambios distribuidos y no dependientes de terceros y esto demostraría que otro dinero, otro modelo económico y hasta otro mundo es posible. Que sea mejor que el actual será responsabilidad de todos.
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