El poder del lenguaje para alcanzar el bienestar
Las palabras que utilizamos tienen la capacidad de transformar nuestra realidad. Ya lo decía el filósofo Ludwig Wittgenstein: "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo"
Las palabras que utilizamos tienen la capacidad de transformar nuestra realidad. El lenguaje genera cambios en nuestro cerebro y modifica nuestra percepción del entorno que nos rodea. Ya en 1921, Ludwig Wittgenstein escribía: "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo".
El lenguaje va vinculado a las emociones. Nuestras palabras envían constantemente mensajes a nuestro cerebro. A nivel neurológico, el uso del lenguaje positivo genera cambios en el lóbulo parietal, la parte del celebro que determina la forma en la que nos vemos a nosotros mismos. Según los estudios de los neurocientíficos Andrew Newberg y Mark Robert Waldman, las palabras negativas hacen que liberemos cortisol, la hormona del estrés. Por lo cual, adoptar una actitud negativa y usar un lenguaje basado en expresiones como no puedo, fracaso o es imposible podría debilitar la salud física y mental de una persona.
Por el contrario, estudios como el famoso Informe Monja —que demostró que las monjas que usaban en su lenguaje más términos positivos vivían hasta diez años más—, nos muestran que expresar palabras positivas y escuchar lenguaje motivador en nuestro ambiente diario favorece nuestra salud. Somos las palabras que usamos.
Actualmente, son muchas las corrientes que utilizan técnicas asociadas al cambio del lenguaje para tratar diversos trastornos psicológicos. Ejemplo de ello son las terapias cognitivo-conductuales, que demuestran que el fomento de pensamientos positivos a través del lenguaje que usa el paciente mejora su estado mental.
Esta teoría tiene como objetivo sustituir las opiniones negativas de los pacientes sobre sí mismos y sobre lo que les rodea por otras más positivas. Estas técnicas han demostrado ser un tratamiento eficaz para trastornos como la depresión —aunque también para fobias, adicciones o ansiedad—, ya que la actividad de nuestra amígdala cerebral aumenta al percibir un futuro más próspero a través de palabras positivas. En muchas ocasiones, estas terapias han resultado ser igual de eficaces que las medicinas.
Uno de los expertos actuales más reconocidos a nivel mundial, el citado neurocientífico Mark Waldman de la Universidad Loyola Marymount (Los Ángeles), asegura que el cerebro se vuelve más saludable cuando empezamos a usar "tres, cuatro o cinco expresiones positivas por cada una negativa". El lenguaje tiene una potente capacidad de cambiar nuestro mundo. Lo bueno es que, igual que un lenguaje pobre y derrotista nos influye negativamente, también funciona a la inversa.
La solución pasa por comenzar a adoptar una serie de técnicas sencillas y cotidianas, pero muy efectivas. Por ejemplo, usar todavía en lugar de un no radical. Todavía deja las puertas abiertas, plantea una esperanza, evoca una motivación. También debemos olvidarnos de los peros o, al menos, cambiarlos de lugar. No causa el mismo efecto decir: "has hecho un buen trabajo, pero me lo has entregado tarde" que "me lo has entregado tarde, pero has hecho un buen trabajo". Dejar lo malo para el final hace que el efecto negativo perdure, que ese pero anule lo anterior.
Los tiempos verbales también nos dan una gran oportunidad para cambiar nuestras emociones. Si en lugar del condicional usamos el futuro, cambiamos un escenario hipotético por uno cierto. No es lo mismo decir: “Si escribo un libro, sería sobre felicidad” que “Cuando escriba un libro será sobre felicidad”. En el condicional vive la duda, en el futuro la certeza.
Al mismo tiempo, palabras como fracaso, problema, imposible o culpa deben ser desterradas de nuestro lenguaje y sustituidas por construcciones más estimulantes como error, reto o responsabilidad. Estás últimas no solo nos empujan a crecer y nos abren más puertas, sino que además hacen que nos tratemos con más benevolencia.
Además, cambiar los ¿Y si...? negativos por los ¿Y si...? positivos hace que entrenemos nuestra valentía y que pasemos de pensamientos que nos hunden a otros que nos impulsan. Dicho de otra forma, tenemos que dejar de ponernos siempre en lo peor. La precaución es necesaria, pero distingamos entre la advertencia y la parálisis. Los que triunfan no emplean un lenguaje decaído, sino que expresan un mensaje positivo, fuerte y convincente.
Las palabras no son inocuas: contienen la energía de su significado. Cambiando tu lenguaje mejorarás tu imagen frente al resto, pues es nuestro vehículo para llegar al otro. Con tus palabras influyes emocionalmente en los demás; con un vocabulario estimulante, mejoras el ambiente que se crea a tu alrededor.
María Fernández es fundadora de Coaching & Media y autora de El pequeño libro que hará grande tu vida.
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