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La Red nos hará conversadores

Conociendo el poder de la palabra y el ingenio para el desarrollo técnico, no es difícil imaginar este escenario de conversación como una forma de explorar el mundo digital y de que se nos revele

La interacción con el mundo digital está evolucionando de manera similar a la que cada uno de nosotros ha seguido con el mundo físico. Desde nuestro nacimiento no hemos dejado de interrogarlo. Al principio, cuando no habíamos desarrollado la capacidad de palabra, indicábamos con nuestro dedo el mundo que nos rodeaba, y de algún modo nos respondía, es decir, nos alcanzaban el objeto para jugar, teníamos alimento, recibíamos la sonrisa… Esta incesante actividad de interacción se dispara con la palabra: el niño que fuimos no dejará de preguntar y preguntar para explorar un mundo que se dilata a medida que recibe las respuestas. Hasta que llega un momento en que la situación se invierte: el niño ya no pregunta, sino que no dejan de preguntarle. Con la escolarización el sentido del flujo cambia: le dicen lo que le tiene que interesar, a lo que tiene que prestar atención. Le empaquetan el mundo y, sin pedirlo, se lo acercan, hasta ocultarle su paisaje. Para animar a abrir los paquetes, estos llegan envueltos en papel satinado de colores; pero, para asegurar que se abren, se le preguntará continuamente (pruebas, exámenes, ejercicios, controles…) qué contienen.

Cierto que hay muchos y loables esfuerzos pedagógicos con el fin de que no se frustre esta maravillosa capacidad natural de que el mundo se nos revele a partir de interrogarlo. Pero son aún insuficientes; a la sociedad le cuesta aceptar que la evolución nos ha dotado de unas posibilidades asombrosas para explorar el mundo… y nos hace sedentarios. No dejan de llegarnos objetos embalados.

En el mundo de ceros y unos por el que hemos empezado a movernos actuamos como en la primera etapa de la infancia: lo señalamos con nuestro dedo índice y nos responde, se nos revela, lo alcanzamos. Es una interrelación que atrae de tal modo, es tan natural, que hasta los más pequeños quieren también, para incomodidad a veces de los mayores, alcanzar ese mundo digital con sus dedos. Una atracción irresistible, porque es la rememoración y reinterpretación de la primera exploración que todos hemos hecho de nuestro entorno natural.

Pero ahora estamos en la fase de empezar a hablar. Comenzamos a relacionarnos de palabra con el entorno digital. Y nos responde también de palabra. Son los primeros balbuceos de una conversación. Aún los interlocutores son torpes, primerizos, sin embargo, conociendo el poder de la palabra y el ingenio para el desarrollo técnico —tan humano como la palabra—, no es difícil imaginar ese escenario de conversación como forma de explorar el mundo digital y de que se nos revele. Los asistentes de voz, los bots, y también nuestras destrezas, están actualmente en los rudimentos del primer ratón o mouse, las primeras pantallas gráficas, y los tanteos de la organización hipertextual de la información. Treinta años de evolución.

Para que esta conversación prenda y fructifique se necesita una fenomenal tarea de adecuación de la información a la nueva forma de alcanzarla. Porque ahora aún la componemos para ser entregada, enviada de un lugar a otro. Los medios técnicos que hemos ido desarrollando han permitido transportar la palabra, la información, —sobre el papel, en ondas electromagnéticas…— para salvar las distancias y para distribuirla. Así que ha seguido la logística propia de cualquier transporte: que el volumen compense el esfuerzo del traslado. Pero en la Red, como es un espacio sin lugares, se vive una forma de presencia, ya que no hay distancias. Y si se da esta proximidad, entonces la conversación, como en el espacio físico, es la manera más eficaz de que la información circule. Por eso la Red nos trae una forma nueva de oralidad, para la que hay que prepararse.

Puede sorprender que haya hoy personas que ven los vídeos a más velocidad de reproducción (1,5x o incluso 2x), sean vídeos de YouTube, de cursos en red o series. Se podría interpretar esta práctica como resultado de la sobreabundancia de oferta para los ojos, para el cerebro, en esta especie de bufé que hace que el ansia por ver más malgaste lo que se elige. Pero esta impaciencia quizá se refiera más a un síntoma de que ya se busca otra forma de relación con una información tan próxima —y no solo abundante—, y que por eso tendrá que estar estructurada para que responda a la interrelación dialógica con aquello que está presente, sin distancias por medio. De ser así, narradores, profesores, comunicadores en general tendrían que dar a su palabra en la Red la forma adecuada para que se trence en una conversación… y facilite la labor de mediación del asistente.

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid.

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