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El cine del futuro se mete en la pantalla

Butacas dispuestas en círculo, a modo de anfiteatro. Realidad virtual. Interacción con los actores. Las salas de cine buscan soluciones para crear experiencias inolvidables

La realidad virtual trasciende a la vista y al oído. Es una inmersión plena donde se siente, se toca e incluso se huele.
La realidad virtual trasciende a la vista y al oído. Es una inmersión plena donde se siente, se toca e incluso se huele.

Peter Jackson entra por la puer­ta. Christopher Nolan entra por la puerta. George Lucas entra por la puerta. Ang Lee entra por la puerta. Se sientan a ver una película y el proyector se rompe. Aparece un operario en pantalla para avisar de que ha habido un problema técnico difícil de solu­cionar. Los cineastas, confusos, se levantan. Y es entonces cuan­do Douglas Trumbull, creador de los efectos especiales de 2001. Una odisea en el espacio, Encuentros en la tercera fase, Blade runner o El árbol de la vida indica a sus colegas, son­riente, que se vuelvan a sentar. Porque la película no se ha roto en ningún momento. La película era ese operario dirigiéndose al público y diciendo que había un problema técnico.

Tiene 12 metros de altura y 93 altavoces que emiten sonidos independientes y a distinto tiempo. La pantalla es de 200 metros cuadrados y el patio de butacas está dispuesto en curva para mejorar la visión.
Tiene 12 metros de altura y 93 altavoces que emiten sonidos independientes y a distinto tiempo. La pantalla es de 200 metros cuadrados y el patio de butacas está dispuesto en curva para mejorar la visión.

“Es una historia totalmente cierta. Y es muy fácil engañar­los”, confiesa el cineasta de 75 años, tres veces nominado al Oscar. Trumbull vive el ocaso de su carrera obsesionado por encontrar un Grial que al cine se le escapa desde hace medio siglo, uno que pocas veces aca­para titulares porque quedan mucho mejor los que anuncian que se ha batido un nuevo récord histórico de recauda­ción en taquilla. Desde los años sesenta, la cuota de público que va al menos una vez al cine por semana se ha mantenido prácti­camente invariable. En Estados Unidos, uno de cada 10, cuando en los mejores tiempos, en la época de la Gran Depresión, más del 70% de los estadouni­denses pasaban semanalmente por taquilla. Este dato negativo, medio siglo sin lograr estimular al público, se ha enmascarado con una meteórica subida del precio de las entradas.

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Hoy, las amenazas para el cine son múltiples. La mayor de todas es el éxito imparable de Netflix, la plataforma de streaming que acumula 118 millones de suscrip­tores en todo el mundo. Pero el éxito de Netflix y otras simila­res —Disney lanzará la suya en 2019— va en paralelo al aumen­to de la calidad de imagen de los televisores, en muchas ocasio­nes muy por encima de la imagen de la sala de cine convencional. El sueño de Trumbull es vencer en este campo, el de la tecno­logía, para crear una experien­cia por la que merezca la pena pagar una entrada incluso más cara. “Se trata de aprovechar la tecnología digital para ofrecer una experiencia cinematográfi­ca muy mejorada”.

El cóctel tecnológico pro­puesto por Trumbull responde a las siglas de MAGI. Tras ellas se oculta un complejo sistema de proyección que multiplica la velocidad por encima de las 120 imágenes por segundo, a una resolución 4K y con una mayor luminosidad. “Al llegar a estos umbrales, se produce un efecto nuevo. Los espectadores no sienten que están viendo la imagen proyectada en una pan­talla, sino una ventana a otra realidad”. Trumbull combina esta calidad de imagen con la proyección en pantallas curvas para engrandecer aún más la experiencia cinematográfica al envolver al espectador.

El cineasta define esta expe­riencia como cercana al teatro y la ha aprovechado en un cor­tometraje que prueba el poder de la tecnología, Ufotog, para romper la cuarta pared de for­mas no convencionales. “Hice que mis personajes miraran y hablaran directamente al públi­co como si fuera teatro. El nivel de intensidad e inmersión ante estos trucos es tremendo”. Este creador destaca cómo mejora la verosimilitud de los efectos digitales. Elimina el uncanny valley —la repulsión de recono­cer una imagen digital que emu­la a lo real— y lo integra sin que se aprecie la diferencia con los actores de carne y hueso. Entre los cineastas que contemplan adoptar la tecnología MAGI sobresale el director James Cameron, que tiene pendiente de estreno cuatro continuacio­nes de Avatar, la película más taquillera de todos los tiempos.

La mayoría de películas se graban a 24 fotogramas por segundo. La tecnología MAGI alcanza los 120, la velocidad óptima para una proyección en 3-D en una sala como la de abajo.
La mayoría de películas se graban a 24 fotogramas por segundo. La tecnología MAGI alcanza los 120, la velocidad óptima para una proyección en 3-D en una sala como la de abajo.

Salto de coordenadas en el mapa. Barcelona, las butacas circulares, dispuestas como en coliseo, de la única sala Dolby Vision de España. El objetivo es similar al de Trumbull, aun­que desde una tecnología más pegada al presente. Si un tele­visor doméstico es capaz de reproducir 4K y HDR para una resolución, color y una lumino­sidad mucho mayor, ¿por qué no un cine? Las salas Dolby Vision, y las de su competidor IMAX, buscan aplastar la experien­cia televisiva por una cuestión de tamaño. Golpe por golpe, la diferencia en calidad de imagen apenas es apreciable. Lo que sí marca un abismo es obser­var esas imágenes de colores perfectos y negros profundos en una pantalla de 200 metros cuadrados con 93 altavoces que ofrecen un sonido en tres dimen­siones. Y otros pequeños deta­lles, como un pasillo curvo que prolonga el momento de entrar a la sala y proyecta imágenes gigantes de la película.

“Pero hay que dejar claro que la experiencia de ver una pelícu­la está en eso, en la experiencia, no en la tecnología. Lo que bus­camos con la calidad de imagen y de sonido es que la tecnología se vuelva invisible y solo quede la historia. De ahí que en una sala Dolby Cinema no veas los alta­voces”, explica Julian Stanford, director de desarrollo de nego­cio de Dolby Cinema Europa.

Stanford reconoce que es necesario convencer a los pro­pietarios de los cines de que hay que renovar las salas. Y no solo en la calidad de imagen y sonido. “El mundo del cine está cam­biando. Hace veinte años la men­talidad era la de los multicines. El mismo tamaño y sala sirve para todos los públicos. El suelo, el olor y la comida era igual. Esto ya no es así. Hay espectadores que quieren ir con frecuencia pero sin pagar tanto. Y los hay que no van tan a menudo pero que, cuando lo hacen, quieren la mejor experiencia posible. En ese nicho de mercado es donde una sala de alta calidad como Dolby Cinema tiene sentido”.

Hay una gran diferencia entre dónde se encuentran y dónde creen que están.
Hay una gran diferencia entre dónde se encuentran y dónde creen que están.

Hay una segunda vía más radical para reformular el cine, una que pioneros como James Cameron o Francis Ford Coppo­la exploraron en películas pen­sadas para parques temáticos. Terminator 2 3-D: Battle Across Time —una de las atracciones más longevas del parque Universal Studios de Florida, que se mantuvo operativa durante 21 años— mezclaba la proyección de una película convencional, que continuaba la historia de Terminator 2, con un espectáculo interactivo con actores en vivo. Esa vía para un cine llevado por la interacción es la que exploran empresas como The Void.

El concepto es similar a un mul­ticine. Diversas salas con distin­tas experiencias, del intimismo a la epopeya. Pero en el interior no hay butacas, sino un mismo espacio que se reinventa gracias al uso de visores de realidad vir­tual y trajes hápticos, con los que sentir los efectos.

Curtis Hickman, mago de formación y CCO de The Void, explica cómo se logra el truco de tener encerrados a los asis­tentes en una habitación de dimensiones limitadas y hacer­les creer que caminan por enor­mes extensiones con diversos niveles de altura: “Desde fuera, haremos que la gente camine en círculos. Pero ellos no se darán cuenta porque jugaremos con su percepción. Alteraremos el entorno virtual para que parez­ca que avanzan a otros lugares”.

Una de las experiencias, que ya se puede probar en Londres, Orlando y Anaheim, permite convertirse en un rebelde dis­frazado de tropa imperial y vivir una aventura de Star Wars. El precio es superior al de una entrada convencional de cine, cerca de 25 euros.

Nomadic VR, una empre­sa californiana dedicada a la tecnología virtual, plantea esa integración con la sala de cine en términos cercanos a LEGO. Sus objetos físicos manipula­bles en el mundo virtual son modulares: palancas, armarios, monitores que adquieren nue­vos significados y sensaciones al superponerse la capa virtual. En su amplio artículo sobre la convención de exhibidores, la CinemaCon, Brian Bishop escri­bía esta opinión en The Verge: “[Nomadic] ilumina un posible futuro potencial para las salas de cine, uno en el que ya no son las catedrales para los cinéfilos de hoy, sino centros de entrete­nimiento que ofrecen una gran variedad de opciones. Y, si las tendencias del público conti­núan como hasta ahora, esto tal vez no sea una opción más; tal vez sea la única”.

Julian Stanford, directivo de Dolby, contrarresta esta visión pesimista de que a la sala solo le queda el renovarse o morir: “Un amigo de mi hijo, cineasta, me dijo algo que creo que es la clave: ‘Voy al cine porque me obliga a apagar el móvil y concentrarme totalmente en la película. Y eso si estoy en casa es prácticamente imposible”.

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