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Inteligencia emocional vs inteligencia artificial: lucha por el éxito en la 4ª Revolución Industrial

Cada vez es más necesario un entendimiento lógico entre humanos y máquinas, asegura el periodista especializado Rubén Folgado

Muchos pensaron que en el año 2017 los coches ya podrían volar o que los cyborgs caminarían por las ciudades. Y aunque probablemente solo se equivocaron en la fecha, la IV Revolución Industrial, la de los robots, está dejando patente que cada vez es más necesario un entendimiento lógico entre humanos y máquinas.

Pero, ¿cómo se consigue esta convivencia entre neuronas y bytes? En los últimos años cientos de estudios han certificado la necesidad de que empresas de todos los sectores (y sus empleados) vivan una auténtica transformación digital en medio del despliegue de la inteligencia artificial. Es decir, que se adapten a los cambios que han impuesto las dinámicas de los mercados por la pujanza de las nuevas tecnologías.

Big data, machine learning, SEO… decenas de términos que hace tan solo unas décadas eran inexistentes, ahora son necesarios en casi todos los sectores de la economía. Y el reto de las empresas no es fácil: por una parte, han de implementar todas estas mejoras técnicas para acelerar sus procesos internos y, por otra, inculcar esta filosofía de lo instantáneo y digital dentro de sus plantillas.

Un reciente estudio de la consultora Accenture señala que el 84% de los directivos considera que la tecnología tendrá un impacto positivo en sus plantillas. Además, un 87% señala que en los próximos años parte de su trabajo será automatizado.

Ante esta tesitura, muchas empresas se encuentran con que el principal problema de esta transformación digital necesaria está en sus recursos humanos: muchos perfiles hasta ahora imprescindibles en las empresas se ven incapaces de adaptarse a este entorno tan volátil y las máquinas se convierten en sus peores enemigos por ser capaces incluso de ‘robarles’ su puesto de trabajo.

El propio expresidente de Telefónica, César Alierta, aseguró en una de sus últimas apariciones públicas que en España existen hasta 350.000 puestos de trabajo sin cubrir por la falta de competencias digitales necesarias para desempeñar esas funciones. La Comisión Europea eleva esa cifra hasta los 900.000 para el conjunto de la UE.

La justificación de muchos puestos de trabajo es cada vez más débil al tiempo que se despliegan drones, coches autónomos o asistentes por voz capaces de desempeñar las labores que hasta ahora solo podían realizar las personas.

Y aunque la formación continua y el reciclaje laboral son dos de los mantras que más se repiten en cualquier tipo de organización, lo cierto es que las principales empresas tecnológicas del mundo están haciendo su propio back to the basics. Es decir, a la hora de realizar sus procesos de selección, los conocimientos técnicos sí son imprescindibles, pero las habilidades personales para saber gestionarlos, lo son todavía más.

Así lo han señalado grandes responsables de Google o Facebook, reyes en el Olimpo de Silicon Valley, quienes han destacado en más de una ocasión que el curriculum ya no lo es todo: la experiencia vital y las habilidades sociales priman sobre el conocimiento puramente técnico o educativo.

Estas habilidades trasversales se vinculan a la conocida como inteligencia emocional. El objetivo de este tipo de inteligencia es conseguir en cualquier decisión un equilibrio real entre la parte racional (la que nos ayuda a analizar, evaluar y calcular) y la parte emocional (la que incluye sensaciones y sentimientos).

Uno de los autores que más ha trabajado sobre esta teoría de la inteligencia emocional es el psicólogo Daniel Goleman. El estudioso destaca que “la inteligencia emocional consiste en gestionar de forma eficaz nuestras emociones, motivarnos a nosotros mismos, reconocer las emociones en los demás y establecer relaciones positivas con otras personas”.

Aunque pueda parecer incongruente, las empresas y los expertos en recursos humanos actualmente pueden valorar más positivamente este tipo de habilidades que tener un expediente académico brillante. ¿La razón? Una persona con mayores dotes sociales será capaz de buscar las mejores estrategias para alcanzar el éxito sea cual sea la empresa y en cualquier sector.

Entre las principales cualidades que se miden para diferenciar al buen trabajador del buen profesional están la empatía, el liderazgo, la gestión del cambio y las habilidades comunicativas. En conclusión: las empresas quieren líderes que puedan persuadir y apoyar a sus compañeros a través de los sentimientos.

Además de las empresas, muchas instituciones educativas están también replanteándose los modelos donde la tecnología está muy presente. Un informe de la OCDE sobre sobre el uso de ordenadores y tabletas en el aula, destaca que “la utilización de los ordenadores por parte de los estudiantes, tanto en la escuela como en sus casas, no mejora necesariamente el rendimiento de los alumnos, y, de hecho, su uso excesivo lo empeora”.

Del mismo modo, es ya habitual ver como los colegios más pioneros en la implantación de conocimientos tecnológicos ya imparten clases de programación o robótica para que a una temprana edad, los niños sean capaces de realizar sistemas sencillos.

Pese a ello, tanto los colegios como las universidades ya se replantean sus programas para seguir incentivando las áreas más tecnológicas pero con las miras puestas en inculcar también otro tipo de valores que son (y serán) cada vez más necesarios en el mercado laboral.

Estos valores se entroncan dentro de las habilidades transversales (también conocidas como soft skills en inglés), que son las grandes ausentes en muchas etapas curriculares. Comprenden factores de la inteligencia emocional y otros más puramente ligados a los recursos humanos como el trabajo en equipo, la flexibilidad o estar comprometidos con los proyectos y empresas en los que se vaya a trabajar.

Muchos reclutadores señalan que precisamente estos aspectos no están completamente desarrollados en una abrumadora mayoría de los perfiles que actualmente existen en el mercado de trabajo porque no los han recibido en su etapa educativa.

Para terminar con este gap entre los profesionales que necesitan las empresas y los que genera el sistema educativo, es vital conseguir que la innovación sea inculcada desde las edades más tempranas pero sin dejar de lado otras disciplinas más ligadas a las humanidades clásicas. Es decir, programar y picar código, pero con sentimientos.

Rubén Folgado es periodista especializado en información económica e innovación

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