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Drones para rescatar a Indiana Jones

Ya no quedan mecenas que paguen las excavaciones. Así son las tecnologías que salvarán la arqueología

Catorce años estuvo Howard Carter buscando a Tutankamón. Excavando aquí y allá hasta que encontró una escalera. 14 años de picos, palas y brochas que ya nadie financiaría y que hoy podrían saldarse con el aleteo de un dron o el barrido de un sensor geofísico. La arqueología ha dejado de ser la ciencia de agujerear el terreno hasta encontrar un escalón milenario.

No es Harrison Ford con sombrero huyendo de un peñasco rodante y ya no será Carter con pajarita señalando con su bastón el hoyo definitivo, heredero de tropecientos anteriores. “Ahora tenemos métodos preventivos y predictivos que hacen de la actividad arqueológica algo sostenible de verdad”, explica Antonio Monterroso, investigador de la Universidad de Córdoba.

Estamos destruyendo a marchas forzadas cientos y cientos de sitios arqueológicos

Victorino Mayoral, CSIC

Aquí entran el estallido de la cartografía digital, el surgimiento de la agricultura de precisión, la conquista de los drones y hasta el Open Data. En general, la revolución tecnológica ha traído una arqueología más asequible para bolsillos castigados y eficiente en lo que respecta a localizar sitios arqueológicos antes de que les crezca un parking encima.

Atrás quedaron los años en que un conde británico y forofo del antiguo Egipto podía derramar sus millones sobre el Valle de los Reyes. “Por un lado, la crisis nos ha limitado enormemente los recursos. Por otro, la transformación que estamos haciendo en el paisaje es cada vez más acelerada. Necesitamos tener un diagnóstico del territorio en su conjunto porque la urbanización y los cambios del suelo están destruyendo a marchas forzadas cientos y cientos de sitios arqueológicos”, explica Victorino Mayoral, investigador del CSIC.

Fotografía aérea: La Serena

Las herramientas y técnicas que salvarán la Historia parten de premisas como que las estructuras enterradas alteran las formas naturales del terreno, tienen conductividades distintas a las de la tierra que las envuelve, revelan diferentes propiedades magnéticas y complican la fotosíntesis de las plantas que viven encima.

Unos matojos de trigo mustio podrían esconder un asentamiento del neolítico. Las variaciones de las propiedades de los materiales enterrados revelarían el trazado completo de un castro de la Edad de Hierro. Una deformación ovalada en el terreno descubrió a Antonio Monterroso el anfiteatro romano de Torreparedones (Córdoba) y a Victorino Mayoral, el de Contributa Iulia (Badajoz).

Prospección geofísica: Contributa Iulia

En el caso de Monterroso, la primera epifanía llegó en forma de datos abiertos, cuando el Instituto Geográfico Nacional (IGN) actualizó los vuelos LIDAR -convierten los puntos detectados en una reconstrucción tridimensional- de la zona de Córdoba. "Estos datos nos dan el microrrelieve y las deformaciones del terreno. Vi un óvalo que en esa orografía era muy sintomático de la presencia de un anfiteatro", recuerda. La certeza era enorme, pero la prospección geofísica verificó en la tierra lo que habían fotografiado desde el aire los aviones del IGN. Sin Open Data, recopilar esta información habría costado cuatro o cinco proyectos de investigación a una disciplina que lleva décadas escasa de benefactores. "Somos uno de los países que tienen este privilegio. Nuestros vecinos portugueses pagan cantidades abusivas", añade Mayoral.

Los datos abiertos del IGN han sido un factor decisivo en el aumento de la actividad arqueológica en España, pero no el único. "Cuando yo era estudiante, teníamos un GPS y era poco menos que un ídolo sagrado. Ahora todos tenemos uno en el teléfono. Y fíjate en los drones. Hace apenas cinco años eran un trasto que exigía conocimientos de electrónica. Ahora abres la caja y prácticamente salen volando solos", razona Mayoral.

Entre 10 y 8.000 euros

¿Cuánto cuesta encontrar un poblado romano? "En general no sirve un solo vuelo. Esto es una cebollita con capas, donde los distintos vuelos van confirmando o refutando las pesquisas previas", explica Monterroso. Según sus cálculos, las fotografías ópticas de cualquier compañía de satélite comercial pueden rondar los 10 euros por kilómetro cuadrado, pero ofrecen una resolución limitada. Estudiar la humedad de las plantas, el vigor de su fotosíntesis, engorda la factura: "Los vuelos espectrales o térmicos ascienden a siete u ocho mil euros por 300 hectáreas. Puede parecer caro, pero hay que tener en cuenta que estas fotograrías nos pueden dar, calle por calle, edificio por edificio, muro por muro, el trazado de una ciudad enterrada", explica.

La agricultura de precisión es responsable de parte de este empujoncito técnico. Los esfuerzos de los ingenieros agrónomos para mejorar el rendimiento de los cultivos e identificar las áreas menos productivas crearon el truco: planta estresada, resto enterrado. Las cimentaciones subterráneas dan como resultado marcas de crecimiento diferencial en la vegetación. Así, por donde discurra el muro, las plantas tendrán menos tierra y menos humedad, de modo que se desarrollarán menos y madurarán a un ritmo diferente. "Lo que al agricultor le estorba a nosotros nos interesa", resume Mayoral.

Si buscas "arqueología" en Google Earth, encontrarás cosas muy bizarras Victorino Mayoral, CSIC

¿Hay un arqueólogo en ti?

Otra consecuencia del desarrollo y la democratización de la cartografía digital es que entrar en Google y “descubrir” una ciudad maya es tan fácil y científicamente sólido como mirar al cielo y ver una nube con forma de oveja. “A menudo, cuando tenemos tantas imágenes satelitales, tanta foto aérea, se producen fenómenos de intrusismo o falta de rigor. Si escribes arqueología en el buscador de Google Earth vas a encontrar cosas muy bizarras”, lamenta Mayoral.

Así llegó William Gadoury a las portadas. ¡Un niño canadiense encuentra una ciudad maya en la selva mexicana! Más tarde, las formas rectilíneas que probaban su teoría y deslumbraban al mundo, se identificaron como lo que de verdad eran: un campo de maíz abandonado.

No hace falta ir tan lejos. En Cuenca tuvimos brevemente un Valle de los Reyes en potencia. “Una persona muy entusiasta dijo que aquello desde el aire parecía una pirámide”, explica Mayoral. Pero lo que los medios bautizaron como la pirámide de Cañete era en realidad un poblado fortificado romano. “La moda es buscar cosas desde el aire porque se ven muchísimas formas, pero esto tiene mucho peligro y las comprobaciones del sentido histórico y arqueológico son necesarias. Las cosas de la época antigua están donde están por una razón”, sentencia Monterroso.

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