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El códice de mil años que guarda un cura en su casa

Un grupo de vecinos de Santillana del Mar lleva años pidiendo acceder a la obra de gran valor histórico que custodia celosamente un sacerdote

Colegiata de Santa Juliana, en Santillana del Mar (Cantabria).
Colegiata de Santa Juliana, en Santillana del Mar (Cantabria).Allenuk

“Doña Sendina, por el remedio de su alma y la de sus padres, dona a la iglesia de Santa Luliana y al abad Iohannes el terreno que posee en Liébana, en la villa de Casiellas, sobre el camino que va a Frama”. La dádiva está registrada hace casi mil años, el 16 de noviembre de 1021, en el cartulario de la colegiata de Santa Juliana, en Santillana del Mar. Se trata de una valiosa prueba documental de la historia y evolución de este municipio cántabro. Sin embargo, son pocos los vecinos que han tenido acceso al libro. Algunos se quejan de que el párroco local, Luis López Ormazábal, lo guarda celosamente y que solo lo muestra a quién considera oportuno. El sacerdote se excusa en que ninguna ley le obliga a exponerlo públicamente y que, para verlo, solo hay que pedírselo. Pero, ¿dónde está el cartulario? La polémica comenzó hace años y está muy lejos de amainar.

Los cartularios son copias de documentos medievales manuscritos que se transcriben para asegurar su conservación y facilitar su consulta. Sirven como testimonio de la sociedad del momento, del estado de cuentas y propiedades de la iglesia y de los cambios experimentados en la demografía, la cultura y la lengua. El Códice de Santillana comenzó a escribirse en el siglo IX, cuando se asentó en Santillana del Mar una pequeña comunidad religiosa que portaba las reliquias de Santa Juliana y que dio origen a la localidad. En el enclave de aquella primitiva iglesia, construida por monjes para repoblar la zona, se encuentra la colegiata de Santa Juliana, declarada Monumento Nacional en 1889.

La diócesis de Santander, de la que depende el párroco, redactó un inventario de bienes en los años ochenta, pero tampoco puede asegurar dónde se encuentran sus tesoros, entre ellos el cartulario. “Conocimos su existencia de rebote, por una persona que pudo verlo”, asegura Guillermo Herrera, un vecino de este municipio de 4.000 habitantes. En sus inmediaciones se encuentra la cueva de Altamira, lo que lo convierte en uno de los pueblos más visitados de la región. Herrera sostiene que se guarda un gran silencio sobre el asunto y que muchas personas ni siquiera conocen la existencia del libro. “El cura y su sacristán se jactan de enseñarlo en su casa”, avanza Herrera. Propone que, si el sacerdote no quiere entregarlo a la diócesis, puede mostrarlo en la Casa de los Abades, un edificio anexo a la colegiata, en pleno casco histórico.

“Queremos que el tesoro se exponga. Tenemos miedo de que pueda desaparecer. ¿Qué pasa si entran una noche en la casa del sacerdote para robar?”, relata María Eugenia Allende, que ya informó de este asunto a la diócesis el año pasado por carta, aunque no obtuvo respuesta. Al sacerdote don Luis, como le gusta que le llamen, le hace gracia toda esta historia. “Es muy fácil ver el cartulario. Quien lo desee solo tiene que venir a verme, pero no se puede decir públicamente dónde está. Es un libro tan valioso que no se pueden tomar ni fotografías”, relata por teléfono el religioso. Su sacristán, Agustín García, revela que el códice se encuentra en la vivienda particular del párroco, en la plaza Mayor de Ramón y Pelayo, en pleno casco histórico. Los vecinos denuncian que la vivienda no cuenta con las medidas de seguridad ni de conservación necesarias.

Antonio Arribas, delegado de medios de comunicación de la diócesis, explica que el párroco puede guardar el cartulario donde desee, siempre y cuando lo mantengan en buenas condiciones. “Me consta que es así porque nuestra archivera ha visitado la casa del cura varias veces para certificarlo”. E insiste: “No hay ninguna normativa que obligue a exponerlo y, hacerlo, tampoco garantiza nada. El códice calixtino de Santiago de Compostela desapareció ante los ojos de todos”.

Hace años, el anterior obispo de Santander, Vicente Jiménez Zamora, emitió un decreto para solicitar a las parroquias la entrega de todos los documentos con más de un siglo. “Es evidente que el mejor sitio donde pueden estar es el archivo diocesano, pero don Luis es un párroco muy celoso. No obstante, me consta que lo expone cuando debe y que lo muestra a estudiosos”, reconoce Arribas. El sacristán explica que existe un acuerdo arzobispal para que el cartulario siga en la colegiata. Guillermo Herrera se lamenta: “Aun así, no nos dejan verlo. Una vez más, se cumple el dicho de que con la Iglesia hemos topado”.

Un pergamino protegido

El cartulario de Santillana del Mar fue compilado en el siglo XIII, cuando comenzó la decadencia de la colegiata de Santa Juliana. Está escrito en latín con letra gótica textual, aunque presenta adiciones posteriores. Sus dimensiones son de 15 por 24 centímetros, el encuadernado exterior es de madera cubierta con piel y contiene copias, completas o fragmentadas, de 94 documentos comprendidos entre los años 870 y 1202 distribuidos en 64 hojas de pergamino. En 2003, el Gobierno cántabro lo declaró Bien de Interés Cultural (BIC), la máxima protección legal. No obstante, algunos expertos señalan que, en lugar de bien mueble, debió ser protegido como parte del Patrimonio Histórico Documental, lo que evitaría que pudiese salir de un archivo y ser enviados a un museo, donde se exhibirían como si se tratase de un cuadro. En el siglo XVIII, Francisco J. de Santiago Palomares compiló otro cartulario con todos los documentos que poseía la colegiata. Los documentos fueron publicados por Eduardo Jusué en 1912.

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