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Así suena ‘El Principito’ en la gran lengua muerta de Al-Ándalus

Una versión del libro de Saint-Exupéry y una gramática rescatan el romance andalusí, el idioma latino que desapareció por el árabe

José Manuel Abad Liñán
Portada de 'Elli Amirellu', versión en romance andalusí de 'El Principito', de Antoine de Saint-Exupéry.
Portada de 'Elli Amirellu', versión en romance andalusí de 'El Principito', de Antoine de Saint-Exupéry. EL PAÍS

Elli Amirellu. Casi nadie reconocerá ya en esas palabras el título de El Principito, pero si se hubieran pronunciado en la época de la Córdoba califal la mayoría de los habitantes de la Península no habrían tenido problema alguno en entenderlo. Ese ha sido el propósito del gaditano Pablo Sánchez Domínguez al abordar la traducción al romance andalusí de la famosa novela de Antoine de Saint-Exupéry.

El autor la ha publicado este mes en la editorial alemana Tintenfass. Es su segunda obra de este año, junto a la primera gramática (Origen y gramática del romance andalusí, Almuzara) de un idioma que se habló desde el Algarve a Cataluña hasta que quedó barrido por el prestigio creciente del árabe, la lengua culta, la del poder y la administración de Al-Ándalus.

Para completar la gramática y la traducción, Sánchez Domínguez se enfrentó a una dificultad: le faltaban palabras. Apenas han sobrevivido unos pocos testimonios escritos, unos 60 poemas de las jarchas y versos del cordobés Ibn Quzman (1078-1160) entremezclados con sus escritos en árabe, y la lengua se extinguió sin dejar prácticamente rastro en los idiomas que la reemplazaron. Todo un reto, pero también un aliciente, para Sánchez Domínguez, historiador del arte que se quedó prendado de un idioma que un día fue, a pesar de que apenas se tenga en cuenta, el más hablado de la Península. Cinco años le ha llevado completar su gramática. “Echo de menos saber cómo se saludaba. Solo sabemos buenos días’ ("asaba bon"), con una palabra árabe y otra romance”, apunta. El glosario que ha recopilado registra palabras como encrucijada o irlandés, pero carece de otras mucho más corrientes, como callarse, caer o reír.

Palabras como bostezar o desierto también le hicieron falta para narrar las aventuras del pequeño príncipe aprendiz de filósofo. “He recurrido para traducirlas a veces al latín vulgar y a veces al árabe, de donde he tomado los nombres de los planetas”. Se ha perdido quizá para siempre el rastro de muchas conjunciones y preposiciones, que presume muy numerosas en aquella lengua. Para el castellano hacia, el romance andalusí tenía dos: enta y capu. Pero mucho más clara está la cuestión de cómo se pronunciaba. “No había apenas diferencia con la pronunciación del latín final: la de un visigodo y un andalusí era la misma. Hoy nos sonaría de forma parecida al rumano: cinco se decía ‘chincu”.

Aunque la lengua tuvo al menos cuatro dialectos: sureño, central, norteño y levantino (apenas se sabe nada del que se tuvo que hablar en la actual Portugal), fue una lengua bastante homogénea. “Al-Ándalus era una sociedad sobre todo urbana, lo que hace que las lenguas se compartimenten menos. Dentro de las variantes, la cordobesa, sede de la corte, era la del prestigio y en esa modalidad se redactaron las jarchas, aunque Jehuda Ha Levi (1070-1141), autor de 11 composiciones en esa lengua, hubiera nacido en Tudela (Navarra). “Era una lengua, los propios andalusíes tenían conciencia de que hablaban una lengua unitaria”, que sus hablantes seguían denominando ‘latín’ (l’atinu, latini…) y que el geógrafo Al-Idrisi llamó isbaniya, ‘español’.

“Quien empezó a llamarla mozárabe fue Francisco Javier Simonet en el siglo XIX, por el nacionalismo español desorbitante que no asumía el pasado islámico de España y atribuía el romance a la lengua de los cristianos”. Pero aquella era la lengua de todos, fuera cual fuera su credo. “No hay ni un solo texto firmado por un cristiano, sino por musulmanes o por judíos”. El autor de la nueva gramática, que mantiene una cuenta de Twitter dedicada a la difusión del idioma, ha propuesto llamarlo andalutzí, pues cree que ese sonido, tz, era el que empleaban sus hablantes.

La lengua desapareció por desprestigio social. “Hasta Abderramán III [891-961] lo hablaba todo el mundo”. Terminó siendo una lengua ‘de pobres’. “Se estigmatizó: llegó un momento en el que quien hablaba romance lo hacía porque no podría pagarse una educación en árabe. De todos modos, sin el daño de los periodos almohade y almorávide habría sobrevivido a la conquista cristiana, aunque muy minorizada, como algunas lenguas del norte de España”, apunta el experto.

Gracias al último emir y primer califa sabemos que la palabra kul ("culo") era de uso corriente. En la corte de Abderramán III un vate recitaba un poema que acababa con la palabra qul ("dijo", tercera persona del presente de 'decir' en árabe) y él añadió otro verso que terminaba en kul, en romance. Con aquel monarca comenzó el declive de una lengua que, como Sánchez Domínguez ha podido atestiguar, no tenía palabras patrimoniales para decir nada, ni nadie, que se perifraseaban con las expresiones "no decir palabra" o "no haber persona/hombre". Como meros testimonios de aquella lengua, han llegado al castellano actual gazpacho. Tampoco está exenta de falsos amigos: la palabra follar significa en realidad "hojaldre".

La resurrección de la lengua no va queda en estos dos libros. Pablo Sánchez Domínguez colabora en un proyecto de película que contará la vida de Wallada bint al-Mustakfi, una mujer cordobesa del siglo XI, y que se rodará en su lengua, el romance andalusí: “Se dedicó profesionalmente a la literatura, abrió un salón literario al que acudían mujeres, esclavas incluidas, no llevaba velo y no se quiso casar para no depender de su pareja. Vivió su vida como quiso”.

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Sobre la firma

José Manuel Abad Liñán
Es redactor de la sección de España de EL PAÍS. Antes formó parte del Equipo de Datos y de la sección de Ciencia y Tecnología. Estudió periodismo en las universidades de Sevilla y Roskilde (Dinamarca), periodismo científico en el CSIC y humanidades en la Universidad Lumière Lyon-2 (Francia).

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