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La izquierda nunca ha gobernado sola en Holanda

El Gobierno holandés basa sus coaliciones en la confianza mutua, el compromiso y la contención del ego

Isabel Ferrer
Desde la derecha, el primer ministro holandés, Mark Rutte, Gert-Jan Segers de ChristenUnie, Alexander Pechtold de D66 y Sybrand Buma de CDA, en la presentación de la coalición de Gobierno de 2017 en La Haya.
Desde la derecha, el primer ministro holandés, Mark Rutte, Gert-Jan Segers de ChristenUnie, Alexander Pechtold de D66 y Sybrand Buma de CDA, en la presentación de la coalición de Gobierno de 2017 en La Haya.Jerry Lampen AFP

Pese a la idea generalizada de que los holandeses llevan el pacto en su ADN, tampoco a ellos les resulta fácil lograr un acuerdo político entre distintos partidos que resista una legislatura. El liberal Mark Rutte, primer ministro, va por su tercer Gabinete desde 2010. Y su antecesor, el cristiano demócrata Jan Peter Balkenende, sumó cuatro entre 2002 y 2010. El éxito no está garantizado, pero sí hay dos verbos conjugados por todos los grupos con voluntad de ejercer el poder: colaborar y ceder.

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Ambos conceptos permean unas negociaciones a veces largas —como los siete meses necesitados en 2017 para cerrar el actual Gobierno de centro derecha— pero que no servirían de nada sin la suma de un adjetivo: confianza, en este caso, mutua.

Teniendo en cuenta que la izquierda radical nunca ha gobernado en el país, ni siquiera en calidad de socio menor, el afán de Podemos por coaligarse con el PSOE, a la manera holandesa, no está exento de ironía.

Las coaliciones se han sucedido en Holanda desde 1918, tras la introducción de la representación proporcional como sistema electoral, y cuando distintos partidos confesionales, al mando durante décadas, tuvieron que entenderse. Pero son algo más que el resultado de una tradición.

“Se nos elige para que trabajemos juntos, no para volver a las urnas una y otra vez”, dice Joost Sneller, portavoz de finanzas de los liberales de izquierda (D66), una de las formaciones hoy en el poder, y el resto de sus colegas y rivales le secundan. Figuran en el Gobierno junto a los liberales de derecha —el mayor partido y el del primer ministro—, cristianodemócratas y la Unión Cristiana, de inspiración protestante.

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Las negociaciones se prolongaron 208 días plagados de tanteos de los grupos proclives al acuerdo, que unas veces eran los ecologistas de Izquierda Verde y otras la Unión Cristiana. “Un poco como parece haber ocurrido, en diversos momentos y grados, y salvando las distancias, con Ciudadanos y Podemos”, apunta Sneller. Al final, Jesse Klaver, el líder de los verdes, dijo que no por diferencias en las políticas de inmigración. En particular, sobre el derecho continuo de los refugiados de guerra a pedir asilo en Europa. A partir de entonces, el grupo confesional se convirtió en el socio definitivo.

“Dada la fragmentación social, cada vez es más difícil cerrar una coalición. Necesitas mayor número de partidos y muy pocos quieren esa responsabilidad. El modelo pólder [basado en la moderación salarial acordada entre sindicatos, patronal y Gobierno] implica cooperar pese a las diferencias, y forma parte de nuestra cultura, sin embargo, el compromiso supone que los socios que obtuvieron menos votos no cumplan a veces todas sus promesas. Aun así, responden como parte de un Gobierno, y pueden perder votos en las siguientes elecciones”, señala Nelleke Weltevrede, jefa de campaña de la democracia cristiana (CDA), que habla con la experiencia ganada como concejal del partido en el Ayuntamiento de Róterdam. Porque las coaliciones abarcan el arco completo del poder en Holanda, y de ahí la confianza mutua y el diálogo constante. “La política es una competición, justo lo contrario de hacer concesiones, por eso es importante que nadie parezca el perdedor. Y que no haya sorpresas. Hay coaliciones que han caído por una forma de traición, o por alguien deshonesto”, advierte Weltevrede.

Expertos independientes

Según Joost Sneller, “se trata de facilitar, no de obstruir ni enfrentar egos, pero una vez confirmados los grupos dispuestos a pactar, todo empieza con un gesto aceptado sin reservas: se convoca al Banco de Holanda, a la Oficina Central de Planificación y a expertos independientes, para que calculen si los planes de los partidos son viables en términos macroeconómicos”. “Se evalúa el déficit, y posibles recortes e inversiones para saber lo que se puede gastar, y sobre ese panorama se intenta un acuerdo. Puede parecer que todo gira en torno al dinero, pero las inversiones también representan valores, por ejemplo, si es más en defensa que en educación. Y creo que preguntar a la Oficina de Planificación es poco frecuente a escala internacional”, apunta.

Simon Otjes, profesor de Política Holandesa en la Universidad de Leiden, se pregunta si el modelo holandés sería el adecuado para la formación de Pablo Iglesias. “Nuestros Gobiernos incluyen derecha, socialdemocracia o liberales, pero nunca han sido solo de izquierda. Si Podemos dice que sus principios son lo primero, una coalición es una sucesión constante de acuerdos, y sin experiencia gubernamental, pueden pensar que pierden su color”. Bernadette van den Berg, presidenta de Unión Cristiana en la provincia de Drenthe (este del país), conjura la posible pérdida de identidad con dos consejos: “Transparencia, porque no siempre se puede cumplir todo lo prometido, y responsabilidad en nombre de tu país”.

“Ha habido egos que han tumbado coaliciones”

“Si viajas a Holanda en avión y miras por la ventanilla, verás dónde se inspiró Mondrian para sus cuadros: orden y disciplina dibujada en la tierra”. Paul Scheffer, escritor, catedrático de Estudios Europeos en la universidad holandesa de Tilburg, y miembro del partido socialdemócrata, bromea así sobre la cultura política nacional, volcada en el compromiso. “Históricamente, la relación entre ciudadano y Gobierno es distinta que en España, Italia o Polonia. Hay en Holanda un elevado grado de confianza entre ambos y ello favorece el acuerdo. Además, el contacto entre patronal y sindicatos es poco conflictivo, y la moral geográfica del país —pequeño y densamente poblado— favorece la cultura de la pacificación. Pero el hecho de dar y tomar todo el tiempo tiene un precio: la claridad. No tienes una visión robusta como Gobierno, y eso lleva a comentarios como el de Mark Rutte, el primer ministro liberal de derecha, cuando dijo algo parecido a: ‘Si necesitas una visión acude a la óptica”.

Sentado en su casa de Ámsterdam, recién llegado de Bruselas, Scheffer repite en varias ocasiones que “sería inmodesto dar consejos a los políticos españoles”, a PSOE y Podemos, sobre sus problemas actuales. “Sin embargo, visto desde fuera, no parecen defender cosas tan distintas. Pedro Sánchez es un socialista moderno muy apreciado, entre otros, por el presidente francés, Emmanuel Macron. Y Podemos es progresista, así que tal vez tenga que ver con la personalidad de ambos”, apunta, para luego regresar al terreno holandés. “Aquí, los partidos establecidos no suelen personalizar, aunque ha habido egos que han tumbado coaliciones. Saben que el rival de hoy puede ser su socio mañana, y hay una moderación intrínseca. También influye que es una sociedad bastante igualitaria”. El compromiso favorece la estabilidad, pero en su opinión “los políticos holandeses no han tenido que responder a cuestiones sobre la integridad estatal o el reto de los independentistas en Cataluña. En terrenos así es más difícil, porque sobre ciertas cosas no se puede ceder”.

Scheffer señala también los puntos vulnerables de las coaliciones de Gobierno en un sistema fragmentado. “[Aquí] se necesitan al menos cuatro partidos para formarlas; cuando surgen cuestiones acerca de la libertad de expresión, la religión o inmigración los gobernantes tienen dificultades para responder”, concluye.

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