La felicidad de mi madre viene en tren
El AVE, que llegó en 2015, lanza el turismo y tira del crecimiento en León
León, truchas, belleza y porrón. Era ver aquella pegatina en cualquier Seat 124 y clasificábamos de enormísimo hortera a su dueño. León, la bella desconocida. Más cursi que la perrita Marilin, pero ahí el fervoroso conductor tenía razón. La ciudad de mi infancia salía por partida triple en nuestros libros de historia del arte con San Isidoro, San Marcos y la Catedral, que ardió como Notre Dame la semana antes de mi primera comunión (por cierto, que la recibí, ay, el 6 del 6 del 66). Los leoneses trasegaban chatos por el Barrio Húmedo con tapas no aptas para estómagos pusilánimes y burlaban el cierre franquista de Semana Santa con partidas ilegales de chapas. De los pueblos de la extensa provincia llegaban nuevos vecinos (superamos los 100.000 habitantes rozando los años 70) pero nadie parecía pasar por allí, muy que le pesara a mi madre, catálogo viviente de proezas leonesas. Una señora cosmopolita capaz de convencer a un neozelandés para que viajase a sus antípodas solo para conocer Las Médulas, descubrir a un Gaudí inesperado o atiborrarse a chorizo picante regado con un vino que, ejem, raspaba la faringe. Aunque según se oía entre los amigos de mi abuelo vinatero, tenía gran potencial.
Por la calle que sube hasta la Catedral hoy oyes todos los acentos e idiomas nacionales e internacionales y ves barbudos piripis vestidos de gitana -sí, también sufrimos de la plaga de las despedidas de soltero- entre peregrinos en sandalias. Claro que ya nos sirven los vinos en copa (tenemos tres denominaciones de origen), salimos en las listas de las mejores tapas (gratis) de España y arquitectos de premio han construido el Auditorio y el Musac. “Cuando voy por ahí siempre encuentro a alguien que ha oído hablar de León o ha venido aquí”, dice el alcalde, Antonio Silván (PP), que es de mi quinta y es quinto en llevar las siglas del partido conservador desde 1978 (el PSOE solo ha gobernado cinco años). ¿Qué ha pasado en mi ciiudad? Pues que el 30 de septiembre de 2015 el primer Ave, un tanto cachazudo (más de dos horas para cubrir apenas 300 kilómetros) llegó desde Madrid con Rajoy dentro. “Y eso nos puso en el mapa”.
Ni el regidor ni yo hemos vuelto a coger el coche y mi madre sabe cuándo llego por la concentración de trolleys por metro cuadrado que escupe la estación. Eso es lo de menos, porque lo de más, dice Silván, al que las encuestas le vuelven a hacer alcalde, con permiso de Vox, es que en este año se abren cinco hoteles, que León es la ciudad del norte de España a la que más viajeros lleva el Ave (superaron el medio millón en 2018) y también la única que ha suscrito un acuerdo con Ifema para celebrar ferias fuera de Madrid, en plan satélite; que el comercio gana y empresas tecnológicas biofarmacéuticas consiguen atraer a jóvenes a una de las provincias más envejecidas del país y la que más se vacía de toda la Comunidad. Eso dice el alcalde.
Y ahora que el ave va a ser AVE con mayúsculas (en junio nos llevará a 300 kilómetros por hora) mi madre podrá soltar a más turistas despistados eso de: “¿Sabía que León tuvo las primeras cortes de Europa? ¿No? ¿Y que la Catedral tiene más superficie de vidrieras que de piedra?”
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