El purgatorio de un narco arrepentido
La historia del joven que fue piloto para las mafias del hachís y ahora quiere "saldar la deuda con la sociedad"
Adicto a los 14 años. Traficante a los 16. Patrón de narcoembarcaciones a partir de los 20. José Antonio S. S. ha vivido tan deprisa que siente que si mañana muriese ya lo habría experimentado todo: las mieles del dinero rápido y las hieles de la infernal caída. Con 31 años ya ha probado la falsa euforia de la cocaína, la adrenalina de traficar en el Estrecho de Gibraltar y la culpa de pagar las consecuencias. "Yo solo podía acabar de tres formas: muerto, en el manicomio o en prisión", tercia con voz sombría. Fue la tercera opción.
Hace apenas dos meses que el gaditano salió de la cárcel. Ha pasado los últimos seis años y cuatro meses de su vida entre las prisiones de Puerto II y Puerto III pero aún le queda un juicio, fijado para este 23 de octubre, en el que se juega otros seis años más a la sombra. Pese está empeñado en salir adelante. Ha conseguido el graduado en ESO, estudia Educación Social y ahora quiere preparar unas oposiciones. Narrar su vida de excesos y arrepentimientos a EL PAÍS forma parte de esa catarsis: "Siento que he pagado mi deuda judicial, pero aún me queda otra social".
La vida de José Antonio se torció en 2001. Con 14 años probó el hachís, le gustó y comenzó un vertiginoso descenso al lumpen del narcotráfico. "A diferencia del resto, a partir de ahí mi escalera no fue de subida, sino de bajada", lamenta el exconvicto. Saltó a la cocaína y entonces surgió la necesidad de dinero: "Me fijé en que mi alrededor manejaban mucho y me dije 'yo puedo ser como ellos". A los 16 comenzó a menudear con hachís, con 20 entró "en otro nivel". No se le olvida cuál fue su primer gran trabajo: descargar los fardos de hachís de un barco de recreo que llegó a una playa de Chiclana de la Frontera. "Sentí una adrenalina adictiva", reconoce. Pero el verdadero "enganche" llegó después, cuando recibió 3.000 euros por un trabajo de cinco minutos moviendo paquetes.
Ya estaba dentro de una banda pequeña que operaba en Cádiz capital, lejos de las mafias del Campo de Gibraltar. José Antonio no da más pistas de sus jefes, aunque añade: "He trabajado para gente importante. Siempre he sido un empleado, aunque me he movido en la pirámide de organización". Con su primer sueldo, se compró una moto de 125cc y se lanzó al desenfreno de fiestas, entre la cocaína y el alcohol, de hasta cuatro días. "Era una bala, quemaba el dinero. Pero como no se acababa, era el cuerpo el que me decía cuándo parar. Tenía un manicomio dentro de mí", detalla.
La organización para la que trabajaba no usa potentes narcolanchas negras, como las bandas del Estrecho. Es más sutil, prefiere emplear barcos de recreo que enmascaran los alijos desde Marruecos. Allí, hasta la costa de Kenitra —cerca de Rabat— viajaba José Antonio durante años con asiduidad, ya como eficiente piloto. Cada vez cobraba más dinero, hasta 18.000 euros por un viaje. Participó en más de una decena de transportes sin aparentes consecuencias. "Llegabas y veías cómo la policía marroquí cubría la mercancía. Una vez, uno me paró y me encañonó. Temí por mi vida, pero hice una llamada, le pasé el teléfono al policía y me dejó seguir", rememora el gaditano.
En todos esos movimientos sospechosos, José Antonio tampoco encontró problemas en aguas españolas, pese a que el Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) de la Guardia Civil monitorea el Estrecho. "El SIVE no se esquiva, se compra", tercia, aunque añade que ese supuesto soborno no era cosa suya. El piloto se sentía tan imparable que llegó a soñar con crear su propia organización. Pero el 22 de mayo de 2012 el desenfreno se quebró en la desembocadura del río Guadalete, en El Puerto de Santa María.
Ese día, a las 10 de mañana, fue detenido cuando su barco ya estaba vacío. Su nombre pasó a engrosar uno de los 2.427 escritos de acusación que la Fiscalía Antidroga de Cádiz realizó en 2012, uno de los años récord de aprehensiones en la provincia. El juez le imputó un delito de narcotráfico y otro de organización criminal por supuestamente alijar 1.000 kilos de hachís. José Antonio prefiere no dar detalles sobre el caso, ya que es el mismo magistrado que le llevará al banquillo el próximo 23 de octubre.
El joven no asimiló que su carrera en el mundo del narco había acabado hasta que entró en prisión el 29 de mayo. La organización para la que trabajaba le pagó 6.000 euros "como finiquito" y le puso un abogado. A los seis meses, renunció al letrado cuando se dio cuenta de que velaba más por los intereses de los que fueran sus jefes que por su situación procesal. Aunque entró en la cárcel como preventivo, allí se encontró con dos condenas menores anteriores de las que, hasta entonces, se había zafado.
El resultado fueron seis años y cuatro meses entre rejas. En ese tiempo, José Antonio asegura que ha cambiado: "Empecé a leer y a reflexionar. Algo se encendió en mí, dejé de consumir y renegué de todo cuando vi el submundo de la droga que hay dentro de prisión". Decidió retomar los estudios que dejó cuando era adolescente. Ha conseguido el graduado, el examen de ingreso a la universidad para mayores de 25 y ha empezado a estudiar el grado en Educación Social por la UNED. Los exámenes de las primeras asignaturas ya los ha hecho en libertad.
Ahí, en las calles del centro de Cádiz por las que ahora pasea, ha descubierto que su purgatorio aún no ha terminado. Quería prepararse unas oposiciones como bombero, pero acaba de enterarse de que no puede debido a sus antecedentes. Subsiste con un subsidio de desempleo que acabará en diciembre. Para entonces, puede que esté de nuevo en prisión cumpliendo los seis años y nueve meses que le pide el fiscal por el alijo del Guadalete. José Antonio anhela alcanzar un acuerdo que le libre de la prisión. Sabe que no lo tiene fácil: "Estoy agobiado y desmotivado. Solo quiero aclarar mi futuro para seguir adelante".
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