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La Cuenca, entre Washington y Macondo

El colombiano Juan Carlos Iragorri emite para el mundo desde una aldea soriana de cuatro habitantes

Juan Cruz
Juan Carlos Iragorri, en su casa de La Cuenca
Juan Carlos Iragorri, en su casa de La Cuencainma flores

La Cuenca es un puñetazo de luz amarilla contra el cielo azul de la provincia de Soria. Son cuatro habitantes, llegaron a ser trescientos. Ahora, en verano, viven aquí unas ochenta personas, descendientes de quienes en 1950 aún creían que podían subsistir en esta quietud de girasoles y ovejas. La mayor parte se fue a Cataluña, sin saber de otra cosa que del ganado y del trigo, y ahora aquí veranean nietos que, en gran parte, tienen encargos de alta dirección en España y en el mundo.

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En el invierno se cuentan los habitantes con los dedos de una mano. Entre esos dos o tres hay un colombiano, periodista, Juan Carlos Iragorri, que desafía la ausencia de la fibra óptica o el internet 5G y a la vez dirige y transmite para su país y para el mundo programas de radio y televisión que tienen audiencia desde Canadá a la Patagonia.

En su mesa chica, que mira a la llanura donde pastan las ovejas, este hombre de 57 años, que fue corresponsal de El Tiempo de Bogotá y de la revista Cambio de Gabriel García Márquez, tiene los materiales que le permiten el milagro de comunicar La Cuenca con Washington, con Bogotá y con el universo.

Lo hace para distintos medios colombianos a los que representa en Washington, tres meses al año al menos… desde La Cuenca. Ayer escribió desde aquí, para Semana, el prestigioso semanario colombiano, una crónica sobre la situación del presidente Trump, se estaba preparando también para un coloquio internacional televisivo en el que intervienen, desde Washington, corresponsales internacionales, y a medianoche tenía que moderar un debate radiofónico que es uno de los líderes de audiencia en la emisora para la que trabaja… desde Washington, RCN Radio, de Colombia.

En esas circunstancias podría pensarse que Iragorri se parece a algunos de los inventores a los que García Márquez hizo habitantes raros de Macondo, pues teje y desteje con frenesí periodístico información del mundo en medio del silencio sideral en el que vive y duerme en este lugar que eligió para trabajar y para ser feliz.

Pueblo de La Cuenca.
Pueblo de La Cuenca.inma flores (EL PAÍS)

Aquí tiene mil libros, muchos de periodismo o de política, le llegan los que quiera gracias a los correos cibernéticos o postales (¡viene el cartero a La Cuenca!), y se le considera uno de los periodistas más informados de la lengua española. Por esos programas que un trimestre al año (o más) organiza desde aquí ha recibido premios nacionales e internacionales, como el Rey de España o, últimamente, en Estados Unidos, el Emmy por su programa de televisión, Club de Prensa, que emite el canal NTN24 (y se ve en la web de EL PAÍS) y donde participan diariamente los mejores periodistas y analistas hispanohablantes a solo tres manzanas de la Casa Blanca.

Desde aquí podrían trabajar otros como él (periodistas, médicos, investigadores), pero no hay fibra óptica ni internet 5G. Esa es su contrariedad. A Iragorri le ayuda la madrugada, pues cuando en La Cuenca es muy de noche es la hora de emisión de sus programas en directo, “pero imagínate el problema si, por ejemplo, estoy hablando por radio con el presidente del gobierno Pedro Sánchez y se me cae la llamada…”. No le ha pasado, pero siempre está con el agua al cuello. Si hubiera fibra óptica, o el internet 5G y además autovía, dice, desde Soria trabajaría mucha gente y esta despoblación (zonas de Soria, como esta califican como desiertos) se iría atenuando.

Iragorri vino a España en 1995, por un año. Cada fin de semana viajó por todas partes (“nadie conoce este país mejor que yo”) con su familia. Ahora está empadronado en La Cuenca, a la que convirtió (con la ayuda de Peridis, Javier Marías y Fernando Sánchez Dragó, entre otros) en Bien de Interés Cultural. Compró la casa por un millón de pesetas del año 2000 a uno que quería poner en este pueblo una fábrica de violines, otro macondiano en La Cuenca. La casa estaba por los suelos y él la reconstruyó. Hay otras viviendas remodeladas, pero la afluencia está detenida en este sitio como el sonido y el tiempo.

Nacido en Cali, de familia ilustre de Popayán, el abuelo de Iragorri coleccionó autógrafos de Einstein, Churchill, De Gaulle o Carlos V. Él heredó esa afición. Entre otros, consiguió uno (que quiere para La Cuenca) de su maestro García Márquez, escrito en 2003 en una guarda de Cien años de soledad (Norma, 2001). Dice así: “Cien años de felicidad para los amigos de La Cuenca en la Provincia de Soria, con un abrazo desde aquí hasta allá”.

Iragorri ha achicado este “desde aquí hasta allá”. La distancia entre La Cuenca y Madrid es de 213, 6 kilómetros, a Washington hay 6.098 kilómetros, y hasta Bogotá el viaje cubre otros 8.110 kilómetros… En medio de estos bosques protegidos de sabinas, de enebros, ha comprobado lo que Gabo halló en los mismos lares, visitados por otro antecedente soriano, don Antonio Machado. Escribió Gabo en EL PAÍS en 1982, en una columna titulada España: la nostalgia de la nostalgia: “Encontré que, (…) como ya había dicho don Antonio Machado, los campos de Soria eran fríos y áridos, con sierras calvas y cerros cenicientos, donde la primavera dejaba entre la hierba un rastro perfumado de margaritas blancas”.

A este macondiano, que combina la tecnología de hoy con el ejercicio del viejo periodismo del que su maestro fue apóstol, lo que le fascina de “esta provincia inigualable y desconocida” es la luz, “esa piedra amarilla que refulge bajo el sol, los verdes bosques de enebro, el cielo azul que desafía los inviernos”.

En esa atmósfera, cuando se hace de noche y se queda en calzoncillos, deja de ver la inmensidad soriana de La Cuenca y, desde su mesa donde están su micrófono grande y su consola omnipotente, Iragorri se dedica a pulsar la actualidad del mundo para diez millones de hogares que lo escuchan desde Canadá hasta Patagonia. “Si La Cuenca tuviera fibra óptica no habría un día del año que no hiciera periodismo desde este mismo lugar”.

Hay noticia de La Cuenca desde hace mil años. La iglesia ya no tiene cura, y tiene encima al menos seis siglos, las calzadas son romanas, y el silencio es absoluto. A medianoche este macondiano interrumpe esa quietud para contar las guerras del mundo… y de España. “Este es”, dice, “un país fantástico en el que la mitad de los españoles simula odiar a la otra mitad”.

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