Ivan Redondo, el hechicero de la Moncloa
El jefe de Gabinete de Pedro Sánchez se encuentra detrás de sus grandes éxitos y de sus fracasos
Nunca un presidente del Gobierno español ha puesto de actualidad en tan poco tiempo y con semejante notoriedad la figura de su jefe de Gabinete. Iván Redondo se llama la voz gutural de Pedro Sánchez. Y se ha convertido en un cargo de confianza específico y, al mismo tiempo, representa una abstracción, cuando no un misterio. A Iván Redondo se le atribuyen indistintamente tanto los mayores aciertos de Pedro Sánchez —la moción de censura, el perfil del equipo ministerial, el Aquarius— como sus mayores errores. Incluidos, entre estos últimos, el abuso de la propaganda escénica —las manos, las gafas de sol en el Air Force One— y la gestión negligente de las negociaciones de RTVE. No le disgusta al fornido ego del king maker esta dimensión amorfa, penetrante y silenciosa del poder. Ni le preocupan sus antecedentes como Pigmalión de Xavier García Albiol (Cataluña), Antonio Basagoiti (País Vasco), y José Antonio Monago (Extremadura), mosqueteros territoriales del PP a los que Redondo puso en órbita desde un diagnóstico político-técnico que trascendía cualquier implicación ideológica personal.
Iván Redondo (San Sebastián, 1981) es un analista de guantes de látex que propone a cada cliente la receta conveniente. Sirva como ejemplo el contraste de la campaña xenófoba que diseñó en los comicios municipales (2007) de García Albiol —“Limpiando Badalona”— respecto a la filantropía y xenofilia con que propuso a Sánchez recibir en Valencia a los pasajeros del Aquarius. Están en las antípodas Albiol y Sánchez, más allá de la afición al baloncesto, pero la homeopatía-gurú de Iván Redondo en su cinismo, o posibilismo, ha sabido identificar tanto las emergencias particulares de sus empleadores como la oportunidad y el instinto de la opinión pública.
Es la perspectiva desde la que se explica la clientela heterogénea, prêt-à-porter, de Redondo & Asociados, una consultoría política de idiosincrasia estadounidense, y de geometría variable, que presumía de haber resuelto las inquietudes a IU, PNV y CiU. La sopa de siglas requería el reclamo comercial de un éxito concreto y reconocible. Y José Antonio Monago fue la criatura ideal en la camilla del doctor Redondo, no ya como antagonista al poder que el PSOE ejerció tres décadas en Extremadura, sino como protagonista de un acuerdo de investidura que resultaba inconcebible: el PP gobernaría con el apoyo de... Izquierda Unida.
Sobrevino entonces el apodo del barón rojo en alusión a la versatilidad del líder extremeño y a la relación mefistofélica urdida entonces. Redondo era el copiloto del avión y figuró durante tres años (2015-2018) como director del gabinete del presidente de la Junta. No pudo remediar el escándalo de los viajes a Canarias que sacudió a su paciente, pero sí perfilar un carisma híbrido entre los guiños progres y las referencias conservadoras. Se trataba de ganar la presidencia. Y se ganó desde una campaña original, campechana y emocional.
Despierta recelos en la familia del PSOE porque combatió antaño contra los intereses del partido
Semejante pragmatismo y audacia explican que Sánchez decidiera recurrir a Redondo como oráculo en las primarias de 2017. Se habían conocido un año antes en el trauma de la derrota electoral y desalojo de Ferraz. Y concordaron entonces una estrategia de remontada cuyos resultados han sobrepasado las expectativas de ambos. No estaba en el calendario la coyuntura de una moción, pero la sentencia de la Gürtel la precipitó sin contraindicaciones. Y se atribuye la propuesta a Sánchez de un atajo a la Moncloa que no podía desperdiciarse. Menos aún después de ofrecer a Rajoy la oportunidad de dimitir.
Tan fértil fue la operación que a Redondo le había reaparecido hasta el pelo en la calvicie. Un injerto prosaico y alegórico de la prosperidad que simbolizaba la euforia del milagro. Estaba desahuciado Pedro Sánchez en octubre de 2016. Había renunciado a su acta de diputado. Se había negado a facilitar la investidura de Rajoy. Y parecía constreñido a viajar por las carreteras de España a bordo de un Peugeot constipado. Pedro Sánchez tenía la salud de un espectro.
Cuando recorrían España, le dijo a Sánchez: “Ganarás las primarias y serás presidente del Gobierno”
La estrategia de reanimación que recetó Redondo provenía de la épica. Se trataba de reivindicar la valentía y la coherencia de un líder extirpado por el sistema. Y de convencer no a los votantes del PSOE, sino a los militantes que abjuraban del pacto marianista y que observaban en el líder depuesto la versión posmoderna de Espartaco. Contra el hábitat mediático, contra el partido, contra el poder de Susana Díaz, la victoria de las primarias predisponía una resurrección a la que se han ido añadiendo jalones e incrédulos: Sánchez presidente.
Es la razón por la que Redondo ha sido alojado a la derecha del padre. O a la izquierda, pues no hay manera de identificar la ideología de Pepito Grillo. Estudió en Deusto Humanidades y Comunicación. Se especializó en asesoría y marketing políticos. Y se ha pluriempleado como columnista y tertuliano. Un perfil mediático en contradicción con su personaje sombrío que lo mantuvo de agitador en todas las televisiones del espectro nacional. De 13 TV, a la Tuerka de Pablo Iglesias. De hecho, el líder de Podemos, escasamente proclive al elogio ajeno, reconoció haberse quedado impresionado con el carisma del gurú: “Una persona ágil y culta, lástima que haya trabajado para nuestros adversarios”, condescendía Iglesias.
Despierta recelos en la familia del PSOE. Porque es un cuerpo extraño. Y porque combatió antaño contra los intereses del partido, pero la lealtad de Sánchez y el reconocimiento a su trabajo tanto lo han premiado en la Moncloa como han alejado de ella al jefe de Gabinete titular antes de producirse la investidura (Juanma Moreno ha sido exiliado a Correos).
Redondo es la cuadratura del círculo. El chamán visionario que no puso precio a su trabajo cuando Sánchez andaba justo de presupuesto. Y que se pavonea ahora como expresión milagrera de la política española, acaso exagerando sus méritos, pero no la premonición que le hizo al líder socialista cuando vagaban en los páramos de España sin el hálito de Rocinante: “Ganarás las primarias y serás presidente del Gobierno”.
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