El paraíso canario donde acaba nuestra basura
El parque natural del Archipiélago de Chinijo sufre una de las grandes plagas del siglo XXI: la contaminación por plástico
La guerra en la playa del Ámbar se libra ya solo con los trozos más grandes. Porque se ha perdido la de los microplásticos, esas partículas de menos de cinco milímetros de diámetro que ya se confunden con los granos de arena de este idílico lugar de la isla de La Graciosa. "Ya solo cogemos los trozos de plástico más grandes antes de que se descompongan con el sol", explica Alexis Rivera, biólogo y técnico de la organización ecologista WWF en las Islas Canarias.
Como si fuera Sísifo —castigado por los dioses griegos a empujar eternamente una enorme roca colina arriba—, Rivera carga a la espalda con una gran bolsa negra cada jueves durante tres meses al año, lo que dura la campaña de voluntariado de WWF que él coordina en el parque natural del Archipiélago de Chinijo. Y cada jueves se marcha de allí con la bolsa llena de basura (plásticos, fundamentalmente). Es como si Rivera y los voluntarios no hubieran estado en la playa una semana antes; el mar devuelve cada día nuestros desechos a este rincón del paraíso de Chinijo.
Botes, envases, colillas, peines, botellas de plástico, redes de pesca... "Los plásticos vienen de latitudes más al norte, del sur de Europa, del norte de África e, incluso, nos vienen desde América conducidos por las corrientes", detalla Rivera.
Una de las grandes plagas del siglo XXI —la que ha desencadenado el hombre con el uso desaforado de plásticos a partir de los años cincuenta— también se ha instalado aquí, en el parque marítimo terrestre más importante de las Islas Canarias y la reserva marina más grande de Europa.
La playa del Ámbar —en muchos mapas también aparece nombrada como Lambra— siempre ha sido un lugar de llegada. Está al noreste de La Graciosa, que a su vez está al norte de las Canarias. Esta orientación —que la expone a las corrientes y vientos del norte— convierte a La Graciosa —y a esta playa— en la proa del archipiélago. "Aquí llega la basura del planeta", lamenta Rivera.
Pero no siempre llegaron desechos hasta aquí. El viajero inglés George Glas ya se refirió a esta "pequeña bahía arenosa" en un libro sobre las Canarias publicado en 1764. "En la parte norte de la isla deshabitada de La Graciosa se encuentra una pequeña bahía arenosa, llamada por los del país playa del Ámbar. Aquí se encuentra a veces una especie muy buena de ámbar gris, en una forma parecida a una pera", escribía este viajero. El ámbar gris es una preciada (y carísima) secreción que genera el aparato digestivo de los cachalotes y que las corrientes acaban llevando hasta las costas y playas como esta de La Graciosa.
Enriqueta Romero —78 años, cuatro hijos, ocho nietos, tres bisnietos y nacida en La Graciosa— conoce este paraje por el nombre de la playa de Lambra. Antes de casarse y montar una pensión con su marido hace medio siglo, cuidaba de las cabras de su familia y visitaba la playa con frecuencia. Recuerda los tesoros que el mar arrojaba hasta la arena tras una fuerte tormenta o algún naufragio. "Aparecían cajas de tabaco... ¡Y una vez me encontré una de galletas!". También encallaba alguna botella de plástico. "Para nosotros era un regalo, cuando encontrábamos una botella blanca, eso era una contentura", explica Romero. Porque, a diferencia de lo que ocurre ahora, esa botella blanca no había acabado en el mar desechada al considerarse un residuo; y ella le acabaría dando un uso.
En 1950, cuando Romero era una cría de 10 años y recorría La Graciosa con sus cabras, la producción de plástico en todo el mundo rondaba los 1,7 millones de toneladas. En 2016, según los datos que maneja la asociación PlasticsEurope, la producción llegó hasta los 335 millones de toneladas. El problema no solo radica en el incremento descomunal de la producción, sino en el corto ciclo de vida de muchos de los productos elaborados con este material derivado del petróleo. También, de las bajas cifras de reciclado. Según los datos de la Comisión Europea, tan solo un 30% de los residuos de plástico de la UE se recogen para ser reciclados. Y, lo que no se recoge, en demasiadas ocasiones acaba en el mar y las playas.
El Centro Común de Investigación de la Comisión Europea (conocido por JRC) realizó en 2016 un completo análisis de la basura de las playas europeas. Y la conclusión era que el 84% de los residuos encontrados eran plásticos. Otro estudio publicado en 2015 en Science cuantificaba en ocho millones las toneladas de plásticos que acaban en los mares del planeta cada año como residuos. Luego, el mar los devuelve a las playas. "Esto es una lucha continua... La basura llega cada día", se lamenta Rivera mientras camina por la arena con la bolsa negra llena de plásticos a la espalda.
"Presenta cantidades alarmantes de basuras marinas menores de cinco milímetros (microbasuras) y de cinco milímetros a dos centímetros (mesobasuras) durante todo el año", concluye un estudio sobre la playa del Ámbar liderado por la investigadora de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Alicia Herrera. El informe señala que el 52,7% de las muestras recogidas en la arena eran de fragmentos plásticos y el 35,6% de petróleo. "Es una de las playas de Canarias que mayor acumulación presenta por su orientación", apuntaba el estudio de Herrera y sus compañeros.
Más de 20.000 kilos
La playa, al igual que el resto de La Graciosa, forma parte del parque natural del Archipiélago de Chinijo, que también incluye algo de Lanzarote y otras cuatro pequeñas islas e islotes más. Este espacio —que cuenta con innumerables figuras de protección nacionales e internacionales— surgió en 1986 como una forma de preservar la zona ante el desarrollo urbanístico ligado al turismo. WWF lleva 20 años trabajando allí y ha invitado a EL PAÍS a conocer la labor que desarrolla en el parque, que incluye la retirada de los residuos de sus playas.
"Cada temporada de voluntariado se recogen entre 4.500 y 6.000 kilos de basura de todo el parque", señala Rivera. Se suman a los más de 20.000 kilos que el Organismo Autónomo de Parques Nacionales recoge por su parte. Este ente, dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, es propietario del 98,5% de las 2.689 hectáreas que ocupa la isla de La Graciosa. Es decir, el Estado es el dueño de toda la isla, salvo los dos núcleos urbanos en los que residen unas 700 personas de forma permanente.
La "contaminación marina" ocupa un lugar destacado en la lista que Rivera hace sobre los problemas actuales del parque natural, junto al incremento de la presión turística y algunos casos de furtivismo que afectan a las pardelas, las aves más emblemáticas de este espacio.
"Ahora en vez del ámbar gris nos llegan bolas de petróleo y plásticos", lamenta Rivera sobre un problema que tiene una difícil solución desde el ámbito local. La contaminación por plástico es un fenómeno global que se ha convertido en una de las prioridades del área de medio ambiente de la ONU, que intenta involucrar a los Gobiernos en la reducción del uso de este tipo de materiales.
España ya ha aprobado el decreto que impedirá que se entreguen gratuitamente bolsas de plástico en todos los comercios —una medida que ya aplican otros países de la UE—. La Comisión Europea aprobó en enero su estrategia sobre residuos plásticos y está previsto que esta semana anuncie nuevas medidas para limitar el consumo de los plásticos de un solo uso. El objetivo último, según reconoce la Comisión, es reducir los desechos plásticos que terminan dañando los mares y paraísos como La Graciosa.
De Adán y Eva a los 260.000 turistas al año
Enriqueta Romero se acuerda bien de aquella pareja francesa. "Fueron de los primeros turistas", rememora sobre aquellos dos forasteros que llegaron a La Graciosa en el último cuarto del siglo pasado. En la isla los llamaban Adán y Eva. Y no porque fueran los primeros. "Iban desnudos a la playa", recuerda con una sonrisa Romero.
Ella y su marido fundaron hace medio siglo la pensión más antigua de La Graciosa. Romero enviudó hace 10 años y está jubilada. Aunque su hija es la responsable de la pensión ahora, sigue atendiendo llamadas y llevando el registro de entradas y salidas de la pensión.
"La Graciosa ha pasado de ser una población aislada a vivir del turismo", explica Miguel Páez, vecino de la isla y colaborador también de WWF. En 2017, llegaron 259.000 personas a La Graciosa a través del puerto de la Caleta del Sebo, donde arriban los barcos de línea regular, según los datos que maneja el Organismo Autónomo de Parques Nacionales, propietario del 98% de toda la isla. El crecimiento es continuo en los últimos años, cuando la isla y el Archipiélago de Chinijo se han puesto de moda. En 2014, las llegadas apenas superaban las 173.000. Además, se concentran en los meses de verano. Más del 40% de las visitas de 2017 fueron en los meses de julio, agosto y septiembre. Alexis Rivera, de WWF, no duda al incluir la "presión turística" como una de las amenazas del parque natural. Esa presión afecta también a los islotes protegidos que forman parte del parque.
Giorgio, un holandés de padre italiano, llegó a La Graciosa hace justo un año como turista con su pareja. Y ahora trabaja como camarero en uno de los bares que hay junto al puerto de la Caleta del Sebo. "Nos encantó y decidimos quedarnos a vivir". Y, como la inmensa mayoría de la población de La Graciosa, se dedica a una actividad relacionada con el turismo.
Pero el incremento de los visitantes ha hecho, por ejemplo, que aumenten los apartamentos dedicados al turismo. O que se multiplique el número de coches en una isla que no está asfaltada y en la que, en teoría, se necesita un permiso especial para tener un vehículo. "La gente protesta porque dice que hay mucho turismo, pero para mí está bien", dice Peinado. "Hay mucha gente cuando llega el verano, pero en el invierno aquí no hay nadie", añade.
Tradicionalmente, la población de La Graciosa se había dedicado a la pesca. Sin embargo, en 1995 el Ministerio de Medio Ambiente decidió crear una enorme reserva marina —la mayor de Europa—, con lo que se redujeron considerablemente las capturas y la flota, que cayó alrededor de un 70%. Y muchos de los que se dedicaban entonces a la pesca y sus hijos trabajan hoy en el sector del turismo, ya sea atendiendo en tierra a los visitantes o transportándolos hasta la Caleta del Sebo en la veintena de barcos que arriban a la isla durante la temporada alta. "El parque era un espacio desconocido hasta hace unos años para el resto de Canarias y de España", explica Alexis Rivera. "Es muy frágil y, si las visitas no se hacen de una manera controlada, pueden afectarle". Por eso apuesta por un estudio que permita conocer la capacidad de carga del parque.
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