Patricia Ramírez lideró ‘la carrera’ por encontrar a su hijo
Los valores profundamente humanos mostrados por la madre del niño Gabriel Cruz frente a la perversidad de la mujer que mató a su pequeño han conmovido a la sociedad
En el cuento que contó el martes pasado Patricia Ramírez, la madre del pequeño Gabriel Cruz, a las puertas de la catedral de Almería, junto al féretro blanco de su hijo, la bruja ya no existía; y su niño, de ocho años, estaba ya “jugando con los peces”.
Era una más de las metáforas usadas por una mujer que en los últimos días ha dado varias lecciones de humanidad. Minutos antes de enterrar a su pequeño asesinado, recordaba a las buenas personas del mundo, subía la voz por “la buena gente”, mencionaba “los girasoles” de la canción de Rozalén, la que últimamente más escuchaba Gabriel.
Patricia Ramírez, “una mujer muy cariñosa, capaz de generar entusiasmo y alegría en su entorno, muy querida por todos los corredores a los que animaba en las carreras populares en las que hacia de speaker”, fue capaz de sobreponerse a la devastación de haber perdido a un hijo pequeño de manera inexplicable. “Al cuarto día de la desaparición de Gabriel salió la verdadera madre, tomó el control de la situación y se puso al mando”, aseguran los investigadores que han estado más cerca de la familia.
Desde que desapareció su hijo, el pasado 27 de febrero, todos los focos se pusieron en ella. Pudimos verla deshecha de dolor en esos primeros momentos de desconcierto. Desorientada por el desgarro: “Nadie puede hacer daño a mi niño, porque es bueno, es lindo”, lograba decir a duras penas, ahogando el llanto en la bufanda turquesa de su niño, donde aún podía sentir su olor. Y enseñando una foto del pequeño sonriente. Una sonrisa que durante 12 días enamoró a España. Una madre que impresionó a un país.
En aquellos primeros días, los investigadores no pudieron ni siquiera tomarle declaración, “se deshacía”, recuerdan.
Patricia, separada del padre de su hijo, Ángel Cruz desde hacía seis años, tuvo primero que encajar el golpe de que alguien pudiese haberle arrebatado a su pequeño. “Lo era todo para ella, su principal afición era su hijo”. “Solía llevarlo una vez al mes a excursiones educativas, con padres de otros niños, a que aprendieran cosas como el arte de la pesca y cosas así”, cuentan sus amigos.
Ella, una técnica del área de Deportes de la Diputación de Almería, comprometida con los demás a través de la asociación Cada Paso Cuenta, encarnó, sin querer, los valores más humanos. Se mostró comprensiva, piadosa, generosa ante los potenciales captores de su pequeño: “No guardaremos rencor, que lo dejen donde él pueda valerse por sí mismo, en cualquier parte”, decía evitando la súplica pero apelando a algo más profundo: la humanidad.
Con esos mensajes, lanzados a través de los medios de comunicación, llegó a todo el mundo. Generó la compasión de quien la escuchaba. Pero no de Ana Julia Quezada, la última pareja de su exmarido y ahora ya autora confesa de la muerte de Gabriel, que se ha descubierto impermeable a todos los aspectos humanos ensalzados por Patricia.
Ese contraste, entre el bien y el mal, entre la bondad y la maldad, han conmovido a miles de personas y generado toda una ola de solidaridad con ella y con la familia. Una de las últimas expresiones de eso ha sido el anuncio de la Unión Deportiva de Almería, el club de fútbol de la ciudad, de lucir en su equipación —hasta el final de la temporada— un pececito azul.
Los peces se convirtieron en el símbolo, en la marca de Gabriel Cruz después de que, también su madre, explicara que le llamaban “pescaíto” en la familia, por su afición y gusto por el mundo marino.
Surgió toda una corriente de peces. Miles de personas han salido a la calle estos días con esas imágenes en multitud de versiones, pidiendo primero el regreso de Gabriel y después, justicia.
Durante los 12 días que ha durado la búsqueda de Gabriel se ha visto a una madre intentándolo todo para recuperarlo, afanada en ablandar el corazón de su captor. Se ha visto a una mujer, decidida a lograrlo y aferrada a la más mínima esperanza, capaz de consolar a quienes, sintiendo con ella, se hundían. Abrazando a los voluntarios, acariciando la cara de un ministro del Interior visiblemente emocionado, animando a los periodistas que la grababan entre lágrimas. Ella, se convirtió en la speaker de su propia carrera, la meta era encontrar a Gabriel con vida. Ojalá fuese una fábula.
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