El ‘thriller’ español de Cilene Domingues
Víctima de trata, perseguida por la mafia, despojada de su hija por la Administración y ahora parapléjica. El Supremo le ha cerrado la puerta en su lucha por recuperar a la niña
En algún lugar vive una niña con el pelo oscuro, de 11 años y medio, que al nacer fue inscrita como Laura Kiara. Ahora quizás ya no la llamen así. Laura era el nombre que más le gustaba a su madre biológica. Kiara, el de la hija del Rey León. El bebé "miraba como un felino", "maullaba como un gato" al llorar. Por eso aquel 25 de junio de 2006 Cilene Domingues Lourenço (São Paulo, 1974) eligió nombrar de esta manera a la cría que "tanto había deseado" y que heredó sus mismos apellidos. Laura, que según cuenta su madre fue fruto de un servicio sin condón en el club Los Cedros de A Coruña, era la alegría de esta mujer. El consuelo en la inmensa soledad que había conocido desde que llegó al país en 2002, vía Barajas, con una deuda de 3.800 euros supuestamente contraída con un grupo de gallegos: El Increíble, El Melenas y El Pelao, tres viejos conocidos de los tribunales lucenses en materia de prostitución.
Cilene Domingues, que en América había estudiado marketing, sabía que a España viajaba para trabajar en un burdel; pero había enviudado y no le quedaba otra que sacar adelante a los dos hijos de su matrimonio en Brasil. El mayor, que ahora tiene 26 años, se llama André Raul. El pequeño, de 22, con parálisis cerebral por las complicaciones de un parto prematuro, es Iago. Quedaron en São Paulo al cuidado de la abuela, que ya ha muerto. Aunque ahora va enterándose de la vida de ambos por WhatsApp, hace 16 años que Cilene no ve a los chicos. De Laura Kiara, la niña española, no sabe nada. La tuvo en sus brazos solo un mes de vida, y a partir de ahí la historia de esta mujer quedó presa entre los folios de dos gruesos sumarios judiciales en los que figura como víctima.
"Tengo mala suerte con la muerte, ¿Por qué no me aplican la eutanasia?"
Uno es el de la Operación Carioca, el mayor golpe contra el proxenetismo que ha conocido España, en fase de calificación por la fiscalía de Lugo. El otro, el del caso Bebé, que acaba de ser archivado definitivamente después de mantener abierta durante siete años una investigación sobre presuntas retiradas irregulares de niños a sus padres por parte de la Xunta de Galicia. Desesperada cuando la Administración le quitó a la cría, a las pocas semanas Cilene Domingues terminó arrojándose al vacío desde una altura de más de 20 metros. Recuerda que trepó por el andamio de las obras del hospital de Montecelo (Pontevedra) y ya no sabe qué más ocurrió hasta que despertó un mes después en una de las camas. Pasó un año hospitalizada, y desde hace 11 vive en silla de ruedas.
Después de quedarse embarazada, esta mujer brasileña se negó a abortar. A los seis meses de gestación decidió que "la niña no podía nacer en el ambiente de un club" y se marchó sin rumbo fijo. Acabó en una residencia lucense de monjas para madres desamparadas. Allí, según figura en las páginas de la Operación Bebé, se dedicaba a limpiar. El parto, cuando al fin llegó, la dejó muy débil y enseguida tuvo que volver a ingresar en el hospital de Lugo por una hemorragia. "Al salir pesaba 46 kilos", rememora. Derrotada, extenuada, "enferma y sin salida", admite que firmó un consentimiento previo para entregar a la niña. Luego, según su testimonio, las religiosas la apremiaron a abandonar la casa de acogida y le dieron "40 euros" para un bus. Días después apareció deambulando desorientada por el municipio de Forcarei (Pontevedra), a 110 kilómetros del punto de partida. Había tirado su documentación al río. Lloraba sin consuelo mientras pronunciaba el nombre de sus tres hijos. Atribuyeron su estado a un brote psicótico y quedó ingresada en el hospital.
"Las primeras en denunciar lo que pasaba en el club fueron cinco mujeres lituanas. Hubo una redada y las expulsaron a todas"
Tras el intento de suicidio, Cilene Domingues quedó parapléjica y le amputaron el brazo izquierdo. Hoy tiene además una pierna necrosada que han tratado de salvarle con cirugía, y padece la enfermedad de Crohn. Pero no ha dejado un solo día de soñar con "la libertad de vivir en un piso" y con la quimera de juntar alguna vez a toda su descendencia. En los años que ejerció la prostitución, después de empezar en Lugo, cuenta que presenció funestos sucesos en un club de Málaga y que fue perseguida. Denunció una mafia amparada por agentes y vivió ocultándose. Creía que la iban a matar y asegura que tomaba 15 cafés al día para mantenerse en guardia.
"Allí vi de todo", recuerda, "el dueño del club hacía contrabando de fármacos. Era un hombre macabro en un lugar horroroso donde las mujeres eran vendidas y drogadas". Las primeras en denunciar fueron las cinco trabajadoras lituanas, explica: "Me acuerdo bien de que una de ellas tenía un tiro en una pierna y muchas heridas por el cuerpo. Después de una redada terminaron expulsándolas a todas. Yo ya había vuelto a Galicia y cuando denuncié los hechos me llegó también la carta de expulsión, pero la policía acabó devolviéndome el pasaporte. Me dieron por loca y entiendo que esa fue una forma de protegerme". Las autoridades concluyeron que sufría manía persecutoria e ingresó un tiempo en un psiquiátrico. Pero hace 10 años su caso llegó a manos de la juez de Lugo Pilar de Lara, instructora de la Carioca, que creyó todo lo que la víctima contaba. Esta magistrada fue la que detectó en primer lugar supuestos delitos de sesgo burocrático en el proceso de adopción.
Después de ser "dada por loca", hace 10 años la juez Pilar de Lara le creyó y la convirtió en testigo clave
Ahora, esta testigo clave contra la trata vive en el Centro de Referencia Estatal para la Atención a Personas con Grave Discapacidad de San Andrés de Rabanedo (León), cobra una pensión de 550 euros y se paga su único placer, la cajetilla diaria de tabaco, vendiendo algún perfume. El Supremo rechazó en diciembre los últimos recursos de los abogados de oficio que desde 2010 mantuvieron vivo el caso Bebé. Luchaban juntos en los juzgados por una docena de familias sin recursos que fueron despojadas de sus hijos en una endiablada maquinaria burocrática que no comprendían. Y lograron que llegasen a estar imputados varios funcionarios y monjas en una instrucción renqueante que cambió al menos tres veces de magistrado.
El último juez instructor no alcanzó a ver pruebas contra ninguno de los investigados y el Supremo cerró la última puerta poco antes de Navidad. Ahora Cilene Domingues se da por vencida y se siente demasiado acabada como para seguir: "No tengo fe en la Justicia. Amo España, pero este país que tanto vigila la legalidad de los inmigrantes a la hora de velar por los derechos de la gente no siempre es tan legal. He perdido la salud y la juventud, si ya no tengo fuerza para cuidar de mí ¿cómo voy a cuidar de mi niña?", concluye desengañada. "Varias veces he estado en riesgo de fallecer y no he fallecido. Odio la vida, pero tengo mala suerte con la muerte", se lamenta: "¿Por qué no me aplican la eutanasia?".
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