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Esperpento en Bruselas

Puigdemont ha hecho de Bélgica la base de su “Gobierno en el exilio”, donde quiere instalarse para dilatar su extradición y hacer campaña electoral

Carles Puigdemont sale de su anterior hotel en Bruselas.Foto: atlas | Vídeo: D. ÁLVAREZ Atlas-Quality
Silvia Ayuso

Desde que Puigdemont cerró la noche del martes la puerta de la habitación número 67 del céntrico hotel Chambord de Bruselas, pidió un taxi y desapareció por las calles de la ciudad, ha sido el hombre más buscado de Bélgica. En ese tiempo ha habido algunos avistamientos y, sobre todo, falsas alarmas sobre su presencia en este o aquel lugar, carreras locas por media Bélgica y pistas —bien o malintencionadas— sobre dónde se encontraba el expresident catalán, que se cuida mucho para evitar que se sepa dónde se oculta.

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La estrategia de Carles Puigdemont parece tener su objetivo en el 21 de diciembre. El expresident, despojado de poderes por declarar unilateralmente la independencia de Cataluña desde Barcelona, ha decidido defender lo que considera su “Gobierno legítimo” y, previsiblemente, hacer campaña electoral a mil kilómetros de distancia, paradójicamente desde la capital de una monarquía que se bate contra sus propios fantasmas independentistas.

Una placa pequeña, discreta, colocada hace una década en la fachada de la Maison du Cygne de la majestuosa Grand Place en honor a Karl Marx recuerda que Bruselas tiene una larga tradición como refugio de disidentes políticos. El autor de El Capital se instaló tres años en la capital belga, entre 1845 y 1848, huyendo de la persecución que sufría en Alemania primero y en Francia después. Desde ese país también puso pies en polvorosa rumbo a Bruselas Víctor Hugo unos años más tarde, en 1851, temeroso de las represalias del régimen de Napoleón III, al que él había llamado “Napoleón El Pequeño”.

Casi dos siglos después, Puigdemont también ha elegido la capital belga —y corazón de Europa— como destino de lo que él presenta como un exilio y vincula a una persecución política, aunque está buscado por los jueces, por presuntos delitos de rebelión, sedición y malversación de fondos públicos. Su estrafalaria huida ha provocado incontables chistes y memes, como su representación cual Tintín a la carrera. Algo que no ha hecho ni pizca de gracia a políticos belgas como el exprimer ministro y eurodiputado Guy Verhofstadt. “Tintín encuentra siempre soluciones en sus aventuras, mientras que Puigdemont ha dejado Cataluña en el caos y en ruinas”, criticó.

La llegada

Pero, más que el personaje de cómic más internacional de Bélgica, el periplo del expresidente catalán pareciera estar inspirado en el título de una novela de otro insigne belga, el escritor Georges Simenon y su Le voyageur de la Toussaint (El viajero del día de Todos los Santos). Con la mala suerte de haber elegido unas fechas en las que el corazón de Europa estaba vacío por el largo puente festivo, haciendo más ruidoso aún el silencio de una UE que, de todos modos, no ha hecho gran caso hasta ahora a su discurso.

Puigdemont llegó sorpresivamente a Bruselas el lunes, tras un rocambolesco periplo que lo llevó a viajar hasta la ciudad francesa de Marsella en coche y, desde ahí, abordar un avión que lo depositó en la capital belga junto a seis de sus exconsejeros. Todos ellos, como el expresident, reclamados ahora por la justicia española por los cargos de rebelión, sedición y malversación, que ya han acabado con una orden de prisión preventiva para sus compañeros que sí decidieron ir la Audiencia Nacional el jueves.

Acompañado en todo momento por su amigo Josep Maria Matamala, que se ha encargado de cuestiones de intendencia como las reservas hoteleras, Puigdemont se instaló el lunes en el sexto piso del Chambord, un tranquilo hotel de rango medio y tres estrellas (su habitación costaba 128 euros por noche). Está a apenas diez minutos a pie de las instituciones europeas a las que Puigdemont apela —hasta ahora en vano— desde sus primeras horas en la capital belga, en un intento de internacionalizar el conflicto. Además, a la vuelta de la esquina está la sede de la European Free Alliance, la organización que agrupa a partidos nacionalistas de todo el continente y de las pocas entidades que hasta ahora han mostrado apoyo a la causa independentista catalana.

Pero la calma duró poco. El martes, el único día en que Puigdemont se paseó abiertamente por las calles bruselenses, convocó lo que acabó siendo una caótica rueda de prensa —“circo” fue lo más amable que dijeron los periodistas— para intentar convencer a los medios internacionales de la necesidad de la huida de medio Govern ante la falta de “garantías” procesales en España. Mientras unas horas más tarde se daba un paseo por la plaza de Luxemburgo —en el que se dejó fotografiar y filmar charlando con turistas—, la prensa localizaba su hotel y lo asedió. Entonces, Puigdemont decidió desaparecer de nuevo. Comenzaba la parte más esperpéntica del viaje.

Su pista se pierde poco después de las 20.00 de ese martes en el 82 de la Rue de Nemur, en la entrada del Chambord. Puigdemont tenía reserva para tres noches, pero el acoso de la prensa le hizo cambiar de planes. A las 19.00, el expresident y Matamala bajaron hasta la planta baja y, cerca del ascensor, en un lugar alejado de la mirada de los periodistas, consultaron con el conserje de la tarde, Boubakar Messaï. Una hora más tarde, ambos montaban en un taxi y desaparecían.

Los periodistas corrieron hasta el aeropuerto, convencidos de que Puigdemont había decidido regresar a España o, según algunos soplos, que podría huir a otro país, desde Rumania a Rusia. Pero ni Bucarest ni Moscú ni Barcelona ni Madrid. Puigdemont no salió de Bruselas. “Me dijo que tenía hambre, que quería comer, y me preguntó por un sitio no turístico y donde se pudiera escuchar música tipo jazz”, revela Messaï sobre su conversación con el expresident. “Le imprimí varias direcciones de restaurantes y luego llamé a un taxi”.

Al conserje francés de origen argelino, que de Puigdemont solo hasta entonces conocía su nombre, el expresident le pareció “simpático y muy auténtico, nada esnob ni arrogante”, aunque esa última noche le sintió “un poquito cansado y con miedo, preocupado por su seguridad”.

Su abogado en Bélgica, Paul Bekaert, prepara desde su oficina en la ciudad flamenca de Tielt —hacia donde la prensa también emprendió una carrera el miércoles, tras otra falsa pista sobre una posible comparecencia— la estrategia para evitar o dilatar todo lo posible su extradición a España, como ya ha logrado hacer con varios etarras. Mientras, el círculo catalán en Bruselas, donde eurodiputados como Josep Maria Terricabras (ERC) o Ramón Tremosa (PDeCAT) promueven la causa independentista, protege celosamente al expresident.

Redes sociales

 Ni un detalle se ha filtrado de su paradero, más allá de que sigue en la capital belga, donde el viernes acudió a la sede de la televisión pública a dar su primera entrevista (grabada) y, el jueves, fue fotografiado junto con Matamala en un café próximo al Parlamento europeo. Aunque Elvis, el camarero venezolano que trabaja allí todas las mañanas, jura que no estuvo allí ese día. “He vivido en España varios años y si lo hubiera visto lo habría reconocido”, aseguraba a todos los que acudieron ese día al Karsmakers café, incluidos muchos curiosos, residentes en Bruselas y turistas, que siguen, entre desconcertados y divertidos, la intensa búsqueda —relatada en Twitter— del expresident en la capital belga.

La red social se ha convertido también en el medio de expresión preferido de Puigdemont, lo que no ha dejado de provocar algunas paradojas. Como cuando el 1 de noviembre celebró su “orgullo de pueblo” por el primer mes transcurrido desde la celebración del referéndum ilegal con un tuit enviado desde su escondite bruselense. Un mensaje mandado casi a la misma hora en la que, en Barcelona, centenares de personas despedían a dos de los miembros de la Mesa del Parlament disuelto, Anna Simó (Junts pel Sí) y Joan Josep Nuet (Catalunya Sí que es Pot), antes de abordar el tren a Madrid para comparecer ante la juez a la que Puigdemont ha plantado.

Un día más tarde se repetía la situación. Mientras que nueve de los miembros del disuelto Govern ingresaban en prisión, Puigdemont, desde algún lugar seguro de Bruselas que sigue sin querer revelar, enviaba un mensaje grabado en el que, declarándose el “presidente del Govern legítimo de Cataluña”, denunciaba como un “atentado a la democracia” el encarcelamiento de sus compañeros; y eso a pesar de que su huida ha podido favorecer la orden de prisión para ellos, al aumentar el riesgo de fuga.

La placa del restaurante La Maison du Cygne recuerda que ese fue el lugar que eligió Marx para celebrar la nochevieja de 1847 a 1848. No parece que Puigdemont tenga intención de repetir 170 años más tarde. Aunque su orden de detención y posible extradición a España puede demorarse más de dos meses, la estrategia del expresident gira en torno una fecha: el 21-D, el día de las elecciones catalanas en las que quiere ser candidato.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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