Un Don Juan entre las criptas abiertas
Un montaje lleva el mito escénico de Zorrilla al cementerio sevillano de San Fernando
Cae el crepúsculo. Un horizonte morado se vislumbra tras los cipreses del cementerio de San Fernando de Sevilla bajo el halo de la luna. Entre enterramientos de proscritos, apóstatas, suicidas, fusilados y judíos, surge el personaje de Doña Inés, con su hábito blanco, un candil y una carta. "Doña Inés del alma mía", lee en alto la intérprete. Las campanas suenan de fondo y Don Juan Tenorio aparece de la oscuridad y se la lleva de la mano tras las tapias en un pasaje de la obra escrita por José Zorrilla en 1844. Es la representación teatralizada de un mito, de la historia de un cruel seductor de mujeres, crápula y huidizo asesino que cada noviembre, cuando llega Todos los Santos, se escenifica sobre las tablas de muchos teatros.
En esta ocasión, el escenario es el camposanto de Sevilla, el lugar donde el dramaturgo ubicó los espacios en los que Don Juan se dispondría a sufrir el castigo eterno de vagar entre los espíritus de los muertos que dejó tras de sí. "No se sabe la ubicación exacta del cementerio mencionado en la obra de Zorrilla, pero sería a un par de kilómetros del actual. Carlos III ordenó que se construyeran todos a las afueras de los centros urbanos, lo que alejó la muerte de lo cotidiano. Antes había una relación más estrecha con ella", apunta Sergio Raya, historiador del arte y guía de Engranajes Culturales, empresa que desde hace cinco años realiza estas visitas, por las que ya han pasado unas 15.000 personas.
"Entre los pasajes de la obra mostramos también la riqueza patrimonial y cultural de este cementerio, donde descansan personajes como Antonio Machín, toreros, tonadilleras e incluso un verdadero Tenorio, Miguel Tenorio de Castilla, que fue secretario y amante de Isabel II, con la que tuvo tres hijas", explica Raya, que muestra la tumba del Tenorio histórico, que exhibe una evidente simbología masónica. Una clepsidra que evoca la fugacidad de la vida, tres adormideras, una serpiente rodeada de alas que se muerde su propia cola, patas de león y columnas se plasman en un bajorrelieve de mármol donde descansan los restos del Tenorio real, que fue senador, diplomático, poeta y periodista.
A unos metros se alza el mejor grupo escultórico del cementerio, el del sepulcro del torero José Gómez Ortega, Joselito, realizada por el valenciano Mariano Benlliure e inaugurada por Alfonso XIII. Son 17 figuras de bronce y mármol que representan a quienes portaron el féretro del matador. En la composición, una niña lidera la comitiva con un vestido de volantes, mientras otros personajes cargan el peso al hombro; la imagen de Ignacio Sánchez Mejías, que encargó la obra, mira al cielo con gesto de desolación. Alumbrados con lamparitas de mano, los asistentes a la representación se adentran en la oscuridad entre los estrechos pasillos que dejan los primeros osarios de este cementerio de cerca de 24 hectáreas que fue inaugurado en 1853.
Tras pasar lápidas y criptas que se mantienen abiertas para que se aireen por la humedad del subsuelo, la representación prosigue en un mausoleo de estética clásica. El espíritu de Doña Inés, con un velo negro sobre el hábito blanco, abre una puerta de bronce del siglo XIX.
El sonido de la espada que Don Juan arrastra hace volver la mirada a la puesta en escena del drama, cuyos dos principales papeles en este montaje encarnan Miguel Tarifa y Cristina Royo. Con luz contrapicada y sobre un pedestal negro, el espíritu del Comendador, el padre de Doña Inés, asesinado por Don Juan, le tira de la mano para llevarlo al infierno. Aquí el Comendador es el actor Óscar Hernandez. Ella, en una muestra de entrega hacia el hombre que la cautivó, perdona al seductor y le salva de la condenación eterna. La figura de los dos, cogidos de la mano, se pierde entre el humo del fuego que arde en un pebetero bajo los cipreses del cementerio, a oscuras y en silencio total.
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