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Fútbol no es fútbol: El Barça y su deriva soberanista

El Barça proyecta la propaganda de la causa soberanista desde la etapa del presidente Laporta

Revestía interés el partido que el Barça disputó ante el Eibar la noche del martes. No ya por la premonitoria goleada (6-1) que el soberanismo pronostica al hipotético recuento del referéndum, sino porque era el último partido que iba a jugarse en casa antes del 1 de octubre.

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Proliferaron los gritos de independencia en el umbral del minuto 17.14, como siempre, pero la liturgia político-balompédica de la jornada incorporó una gigantesca pancarta del sí y predispuso el trance en que los graderíos atronaron con el mantra del “votarem, votarem”.

Oficialmente, el Barcelona defiende el derecho a decidir. Y, oficialmente también, el club divulgó un comunicado el miércoles en que condenaba los registros judiciales de las consejerías catalanas, sosteniendo que habían sido coartados la democracia, la libertad de expresión y los derechos.

Se demostraba así que el club ya se había actualizado con las novedades de la trama independentista. Y que consolidaba su papel cómplice, estimulante y hasta inductor del discurso político, todo ello mientras un jugador argentino mítico-apolítico, Leo Messi, iba más lejos del hat trick y enardecía le fervor blaugrana en su fabulosa noción universal.

Un club político de siempre y casi siempre

Sabía lo que decía el presidente Agustí Montal Costa cuando proclamó que el Barcelona era “mès que un club”. O cuando Vázquez Montalbán aludió a la hinchada y al equipo como el ejército simbólico de Cataluña, redundando en un ardor político que había logrado expresarse en la agonía del franquismo, con el símbolo mesiánico de Cruyff y con la aparición de senyeras en el estadio, conmemorándose en clave subversiva el 75º aniversario del nacimiento del club.

Ya había herido la moral del barcelonismo un arbitraje de Guruceta que favoreció al Madrid en 1970. Y que acumuló razones al discurso victimista y reivindicativo, presente cada vez que el Estado central o los tribunales neutralizaban las expectativas del Estatuto de autonomía (1919, 1932, 1979 y 2006).

La dinámica de contracción y de dilatación forma parte, pues, de la idiosincrasia del equipo, más o menos como si la mejor manera de conocer la temperatura política de Cataluña con unos grados más fuera asistir al Camp Nou.

La contradicción se antoja elocuente: el Barça se ensimisma en la independencia, en la fortaleza identitaria tanto como aspira a colocarse en la órbita planetaria y aspira a seguir jugando en la Liga española. De hecho, los partidos continentales de la Champions se han convertido en la gran oportunidad de exhibición de eslóganes reivindicativos: “Catalonia is no Spain”, “welcome to the Catalonian Republic”.

Es una manera de “internacionalizar” el procés y de retratar al Barça en una implicación política que conecta con el fervor religioso del balón. “Dios, patria y fútbol”, fue el lema que el dictador Salazar elaboró para recrear su modelo opiáceo de la sociedad que gobernaba.

“Se produce la reunión de la fe del fútbol con la fe de la política”, explica Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas). “Y no se trata tanto de un plano ideológico como de un plano emocional. Son las pasiones las que se alimentan entre sí, de tal forma que el estadio aloja ambas —fútbol, política— y recrea un escenario de manipulación. La clase política catalana, porque estamos hablando de ella ahora, utiliza el fútbol. Se sirve de él, no con discursos elaborados, sino con la fuerza de las imágenes, de la iconografía, del sentimiento”.

Sabe de lo que habla Mandianes porque ha escrito toda clase de ensayos sobre la “metafísica” balompédica. El último se titula El fútbol (no) es así (ediciones Sotelo Blanco) y abunda en la dimensión religiosa del fútbol, cuya influencia en la sociedad no sólo se reconoce en haber sustituido los credos tradicionales y sus liturgias, también explica la apropiación que ejerce la clase política en la idea primaria del populismo. “Y el Barça se ha convertido en el gran brazo de propaganda de la causa independentista, valiéndose de la credibilidad de sus ídolos y de un lenguaje de resistencia y de victoria que se mimetiza con la causa política”.

Se explicaría así el tuit en el que el president Puigdemont equiparó la remontada del Barça ante el Paris Saint-Germain con la proeza que le aguardaba a la causa soberanista. Artur Mas había llevado a parecidos extremos las alegorías político-balompédicas, pero las sobreactuaciones tuiteras de su heredero provocan cierta estupefacción en la grey blaugrana porque nunca se le había visto a Puigdemot en los ambientes fervorosos del Camp Nou, demostrándose, si hubiera dudas, el oportunismo con que ha puesto a rodar el balón cuesta abajo.

“El Barcelona siempre ha sido un reflejo de la sociedad civil”, explica Mandianes, “y ha exteriorizado de una manera u otra la posición predominante de los humores políticos”. “Pero ha habido dos extremos muy interesantes. Uno, pasivo. Es decir, los 22 años que Josep Lluís Núñez, reacio a la injerencia de Jordi Pujol, desconectó al Barça de la política (1978-2000). Y el otro, activo y militante, el periodo en que Joan Laporta (2003-2011) abusó del club como una expresión propia del independentismo, hasta el punto de fundar un partido. El Barça ya no era un simple termómetro más o menos recalentado, sino un partido político cuyo presidente, Laporta, venía del antisistema y cuyo entrenador, Guardiola, se convirtió en referencia de la causa”, añade.

Hay líderes políticos blaugranas, como Inés Arrimadas (Ciudadanos), a quienes repugna la manipulación del Barcelona como expresión de propaganda . Y hay figuras mediáticas, como Xavier Sardà, que anunciaron incluso públicamente la decisión de borrarse del equipo. “Era una respuesta racional a la impresión negativa que me produjeron las últimas elecciones del club, porque los cuatro candidatos que aspiraban a la presidencia se hicieron fotografiar con la estelada. Y me pareció una imagen obscena. Tan obscena, que proclamé mi ruptura, aunque la verdad es que sigo siendo del Barça. No desde la razón, pero sí desde los sentimientos”.

La implicación política del Barcelona ha perjudicado mucho del fervor que antes despertaba en sus desplazamientos peninsulares. Gerard Piqué canaliza toda la aversión tanto como Iniesta la matiza, aunque el principal problema que engendra el hipotético escenario de independencia consiste en que el Barcelona —y de carambola, el Espanyol y el Girona— quedaría excluido de la liga española. Desaparecería de tal manera la dialéctica de rivalidad con el Madrid. Y aspiraría el club a contrastarse en las competiciones internacionales, perseverando en la captación de fieles intercontinentales que atrae la idolatría de Messi, de Suárez, de Paulinho.

“No creo que esta concepción identitaria del Barça perjudique tanto su credibilidad. El Barcelona, como la independencia, representa un espacio de integración social”, explica Xavier Sardà. “Los inmigrantes que vienen o las personas que quieren asimilarse en la sociedad, saben que el Barcelona es un camino, como lo está siendo la causa indepententista para quienes la abrazan. Es un espacio de identificación que logra abolir las clases sociales y que cultiva no la razón sino los sentimientos”, concluye el periodista y escritor barcelonés.

No puede decirse que el actual presidente del Barça, Josep Maria Bartomeu, desempeñe una personalidad arrebatadora en términos políticos. El club hace lo que la sociedad espera de él. Y como la sociedad apunta al soberanismo, ocurre que la causa y la euforia generales tergiversan el histórico eslogan de Vujadin Boskov. Fútbol no es fútbol.

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