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Prueba de estrés

Todos los partidos están a la espera de ver qué pueden pescar tras el 1 de octubre

Fernando Vallespín
El president de la Generalitat, Carles Puigdemont, inaugura la Delegación del Gobierno de la Generalitat en los países nórdicos.
El president de la Generalitat, Carles Puigdemont, inaugura la Delegación del Gobierno de la Generalitat en los países nórdicos.Jordi Bedmar Pascual

Todos conocemos los test de estrés a los que la Autoridad Bancaria Europea sujeta de vez en cuando a los principales bancos de la UE. El objetivo es comprobar su capacidad de resistencia ante la eventualidad de algún shock económico. Obviamente, es un ejercicio hipotético llevado a cabo por expertos, y el umbral que se fija para evaluar su firmeza es convencional, sigue las directrices establecidas por sus economistas de cabecera. Que yo sepa no hay algo equivalente para los sistemas políticos. En estos, los test de estrés se hacen a pelo, de facto, no en condiciones de laboratorio. Es lo que ahora está ocurriendo con los Estados Unidos desde que Trump llegó a la presidencia, que está poniendo continuamente a prueba su fortaleza institucional. Y, desde luego, en España con el desafío independentista catalán.

Hasta ahora hemos superado sin grandes problemas algunos de los retos más importantes que hemos tenido que enfrentar: el terrorismo de ETA, el 23-F, la restructuración del sistema de partidos emanada de la crisis, incluso la propia evolución del sistema autonómico. La excepción es el antes llamado “problema catalán”. Con el agravante de que estamos a la puerta del examen y todo son incertidumbres. Más todavía cuando en política, al contrario que en la economía, no es posible objetivar cuáles son los recursos potenciales para hacer frente a un shock como el del 1 de octubre. Las instituciones del Estado de derecho, el único medio del que al parecer disponemos para tratar de resolver el problema, sirven para recibir el primer golpe. Después habrá que contar con otros más sofisticados para restañar el posible destrozo.

Eso es justamente lo que no está a la vista. La polarización, lejos de amainar, va en aumento; los partidos siguen más pendientes de sus intereses políticos inmediatos que de lo que reclama el interés general. Todos ellos están a la espera de ver qué es lo que pueden pescar cuando se abra la nueva coyuntura. Hay buenas palabras, pero detrás de ellas se palpa el antagonismo y la ausencia de liderazgo. Lo único que ahora nos une, al menos a los ciudadanos, es el miedo. Somos ciudadanos estresados, agobiados por el estropicio que nos han perpetrado.

Como se dice ahora, lo importante es prepararse para el 2 de octubre. A nadie se le oculta, sin embargo, que todo depende de lo que ocurra el día anterior, de sus daños. El Gobierno catalán no va a dar marcha atrás, pero ¿qué nos impide tratar de adicionar otras voluntades para evitar lo peor, acumular los pocos recursos de que dispongamos para superar la prueba antes de que se produzca? Queda un mes para emitir alguna señal a los catalanes de que el 2 de octubre no vamos a volver a la cerrazón o al más de lo mismo. Un mes para la política.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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