Larga vida a los Borbones
La fría apertura de la XII Legislatura reivindica el porvenir dinástico y deja en anécdota el conato de rebelión republicana
La princesa Leonor tiene los mismos años, 11, que había cumplido su padre cuando asistió a la apertura de la primera legislatura como delfín del rey Juan Carlos. Y no era sólo una coincidencia de valor retrospectivo, sino una reivindicación dinástica del porvenir convenientemente expresada en la ceremonia del pasamanos.
Fue la razón por la que la evitaron casi todos los diputados y senadores de Unidos Podemos y el motivo por el que adquirió una connotación hooligan la idea de airear una bandera tricolor en las localidades del paraíso. Presumía de ella su señoría Ignacio Bernal, aunque resignado a un papel de anécdota. Porque no cuajó la rebelión republicana en sentido incendiario. Se restringió al lucimiento de unas escarapelas en la solapa y a la negación del aplauso al discurso del Rey. Que fue aséptico, prudente, desapasionado. Una vez, sólo una, lo interrumpieron los aplausos, redundando en un trámite inaugural que tuvo más de liturgia que de compromiso político. Y que garantizaba a los presentes la larga vida de la monarquía en la figura de la pequeña Leonor, impecable, como su hermana, en cuestiones de perfeccionismo escénico.
El rito castrense del acontecimiento fue incluso desdibujando las tentaciones de sabotearlo. Y dejó en minoría al diputado Cañamero, cuya camiseta antimonárquica —"Yo no voté al Rey"— se consumió en su aislamiento. Y en la ausencia de aliados habituales, como la gimnasia tuitera de Rufián y como la obscenidad política de Bildu.
Ausentes, por despecho, los partidos radicales, ocuparon su hueco muchos senadores del PP, concediéndose al hemiciclo un overbooking popular que subrayaba la expectativa y que rara vez complacieron los protagonistas de la tribuna. No pudo sustraerse la presidenta Pastor al tópico de la "altura de miras" ni logró Felipe VI que su discurso conmoviera más allá del "bon ton" y del equilibrismo. Puede que el mejor momento fuera aquel en que proclamó: "Queda inaugurada la XII Legislatura".
Porque no estaba claro que pudiera ocurrir. Ni puede descontarse que sea breve, sobre todo si el escarmiento de todos los partidos al porvenir comisionario del exministro Fernández Díaz, gran protagonista de los corrillos y de los enjambres de cámaras, ilustra el aislamiento al que se expone el Partido Popular desde mañana.
La hipótesis de unas elecciones anticipadas sobrevuela el Congreso más como una coacción ambiental que como una realidad inmediata, pero las señorías con quienes hablamos esta mañana —de uno y otro signo— no hacen grandes planes más allá de dos años. "Es el tiempo que necesitamos para rearmarnos", deslizaba un diputado antisanchista del PSOE, no ya desde el optimismo antropológico, sino confortado en que los socialistas van a armonizar una "oposición seria" entretanto que Podemos ha concebido una "oposición audiovisual". Convertirse en noticia cada día.
El 17 de noviembre de 2016 no ha sido el mejor para conseguirlo. Ya dijo el Rey que "España no puede negarse a sí misma". Y enfatizó con sus hijas que la monarquía es una institución y una dinastía, aunque es cierto que las medidas de seguridad extremadas en la organización de la ceremonia contraindicaron el fervor popular y volvieron a convertir el Congreso en un espacio aislado y blindado.
Eran los requisitos del desfile militar que puso fin al acontecimiento parlamentario. Se abstuvieron de presenciarlo los diputados y senadores de Unidos Podemos, argumentando que el ejercicio castrense y la exaltación monárquica redundaban en la sensación un anacronismo político.
Y puede que hubiera un exceso de aires marciales en la inauguración de la legislatura, pero justificado en las atribuciones del Rey como capitán general de las Fuerzas Armadas y en la normalidad institucional del Ejército.
La propia princesa Leonor tendrá que desempeñar similares obligaciones cuando acceda a la Jefatura del Estado, aunque costaba imaginarla de uniforme. Lo que sí hizo, como su hermana, fue atenerse a la disciplina de la reina Letizia. Que parecía una cariátide en la altivez, en el peinado helenístico y en su actitud inconmovible. Dieron qué hablar en los corrillos de periodistas la solemnidad y la frialdad de la Reina consorte. Y no termina de producirse ese encuentro con Pablo Iglesias, pese a que ambas partes tienen interés de intercambiar opiniones.
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