Fernández Díaz, el ministro amortizado
El ministro del Interior deja la cartera con la popularidad por los suelos
Jorge Fernández Díaz se ha resistido hasta el final. "Me siento con fuerzas", decía hace solo unos días el ya exministro del Interior. A sabiendas de que, a sus 66 años, este podía ser su ocaso político, no tenía (ni manifestó) ningunas ganas de irse. Y menos así: escaldado por los escándalos de las grabaciones en su propio despacho, reprobado en el Parlamento y pendiente de una comparecencia en la Comisión de Interior del Congreso por presuntamente haber promovido desde su cargo investigaciones de posibles corruptelas de sus rivales políticos... Mariano Rajoy le ha dicho ya que no cuenta con él en su nuevo Gobierno.
Ha sido ministro del Interior desde diciembre de 2011. Su carrera política arrancó a los 28 años en el CDS de Adolfo Suárez en Barcelona y ha ostentado hasta 12 cargos distintos en el Partido Popular —desde gobernador civil en los 80 hasta secretario de Estado de las Cortes en 2004 y vicepresidente tercero del Congreso entre 2008 y 2011—. Parece un hombre contenido y calculador, de mirada más bien esquiva en la distancia corta. Pero no.
Al ministro le va la marcha. Lo suyo podría ser el cine, pese al desastre de su última película (El Colibrí). Le encantan las cámaras. No esconde su perfil malo. Es osado en el verbo y nunca parece haberle importado demasiado que su nombre aparezca en los titulares de los periódicos porque siempre tenía una respuesta para dar otro nuevo.
Con ETA desactivada, cambió el abordaje del terrorismo. De un lado, se esforzó por la construcción de "un relato justo" para las víctimas de la banda; y de otro, en la lucha contra los yihadistas. Ambas cosas han centrado gran parte de su dedicación y discurso.
Como buen patriota que siempre ha sido, en gran parte por herencia familiar (su padre fue teniente coronel de caballería en el Ejército y subinspector jefe de la Guardia Urbana de Barcelona durante la dictadura franquista), no se ha mantenido equidistante ante el desafío independentista catalán y el nuevo panorama político que ha seguido a la era del bipartidismo. Más bien al contrario: unas grabaciones realizadas en su despacho y misteriosamente filtradas evidenciaron que durante su mandato se usó a cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para destapar posibles corruptelas de rivales políticos, especialmente catalanes. Su presunta implicación en la creación de esa llamada "policía patriótica" hundió su popularidad y probablemente le ha sentenciado, pese a sus buenas relaciones con el presidente.
Amante de la historia y de la ironía, hasta que topamos con la Iglesia. Es un hombre de bien y de misa diaria. Según sus colaboradores, va sin excepción al menos una vez al día, allá donde esté, "a horas intempestivas para no interrumpir su agenda, tipo seis de la mañana, por ejemplo". Jorge, el segundo de 10 hermanos, debe su nombre a un tío suyo capellán del convento de las Carmelitas Descalzas de Maluenda, fue el segundo. No le ha temblado el pulso para condecorar a vírgenes, proteger a monjas desvalidas o darle la gestión de la academia de policías a los obispos.
Presume (porque puede) de una memoria portentosa y es (y tiene fama de) "gran conversador". Vallisoletano de nacimiento y catalán de adopción, es un poco bravucón, se atreve con casi todo, le gustan los retos intelectuales y no teme a la improvisación.
Ingeniero Industrial de carrera e inspector de Trabajo por oposición, se forjó como político junto a su hermano Alberto, con los populares catalanes. Padre de dos hijos y abuelo de dos nietos. Tiene fama de tipo "equilibrado", "perfeccionista" y "meticuloso". Y, sobre todo, de ser amigo personal del presidente del Gobierno. Su mayor deseo —"Dios mediante", apostillaría él— fue siempre ser nombrado embajador para la Santa Sede.
En la ciudad del pecado...
Bueno, siempre, siempre... no. Cuenta la leyenda —y ha sido reconocido por el propio ministro en alguna ocasión al autocalificarse de "converso"— que tuvo también su vida loca. Algo que le permite conectar con esa parte del "humano, demasiado humano" que lleva dentro. Pero todo cambió tras un viaje a Las Vegas. Corría el año 1991. Era diputado popular por Barcelona y fue invitado por el Departamento de Estado de Estados Unidos en viaje oficial. Pasó un fin de semana en la ciudad del pecado. Lo que ocurrió allí no ha trascendido —"lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas", ya se sabe—, pero después de aquello optó por el camino de la fe, con rosario y lectura espiritual incluida. Tampoco bebe. Ni vino en las comidas, supuestamente por una "intolerancia alimenticia genética".
Trabajador impenitente, "hasta la obsesión", en estos cinco años ha tenido que hacer frente a problemas acuciantes. Saltos de inmigrantes en las vallas de Ceuta y Melilla con muertos por pelotazos lanzados desde la orilla por agentes de la Guardia Civil. Ha promovido, contra viento y mareas, a llamada ley mordaza (Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana), aprobada en solitario por los populares, entre protestas de todos los grupos por "vulnerar derechos fundamentales". Y en los últimos tiempos, apareció como el patrocinador de la llamada "policía patriótica". Pese a decir que él se encontraba con fuerzas, todo el mundo le daba ya por un ministro más que amortizado. Por lo que se ve, también el propio presidente Mariano Rajoy.
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