Del instituto al laboratorio
Un programa muestra a bachilleres de 10 los misterios de la investigación científica
A sus 17 años, Celia Morales Torres (Huelva) y Gonzalo Roig Ferreruela (Lleida) son dos rara avisen el entorno de centrifugadoras, pipetas, microscopios y tecnología sofisticada del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC). Ayer era su último día, después de acabar una estancia de dos semanas dentro del programa Acércate, destinado a provocar vocaciones científicas entre alumnos de bachillerato con un expediente de 10. Y no es una manera de hablar: una de las condiciones para ser seleccionado era tener esa media en los dos cursos. Difícil, pero no imposible: hubo más de 50 candidatos.
Morales y Roig han sido dos de los ocho seleccionados en la undécima edición de la iniciativa. Sus compañeros han sido Elena Párraga (Murcia), Carla Alonso (Las Palmas), Mónica Cacho (Cantabria), Ana Denia (Valencia), Alberto Alonso (Madrid) e Ignacio Tudela (Córdoba). Una especial manera de empezar el verano o de acabar el curso. Con una monitora y un programa completo de actividades, podría decirse que se trataba de un campamento de verano especial.
“Nos dividimos en dos grupos y hemos pasado por distintas secciones”, dice Roig: “Genómica, proteómica, vectores virales, transgénesis...”. Los nombres representan las puntas de lanza de la investigación —cardiovascular, y en general—, pero “la experiencia de estar en un centro de altísimo nivel”, dice el joven, les ha marcado de manera diferente.
La entrevista, afirma la responsable de comunicación del CNIC, Fátima Lois, es parte de la formación. “Hoy día no se concibe un científico que no sepa tratar con la prensa”, y Morales lo tiene tan claro que, aunque no duda de que va a estudiar Medicina —“ya tengo hecha la matrícula”—, admite que le ha entrado un gusanillo por el periodismo, como a su hermana mayor. Roig se mantiene, sin embargo, volcado en la investigación. “No sé a qué especialidad me dedicaré, pero después de estos días me interesa más la cardiología”, afirma.
A la joven lo que más le ha interesado es “seguir la evolución de cerdos a los que se les ha provocado un infarto mediante técnicas de imagen”. Al muchacho, “la transgénesis, inyectar genes a embriones de ratón”. Para ambos era la primera vez que trabajaban con animales. Roig se muestra animado a seguir en esa senda. “Me gusta lo que es muy metódico, muy empírico, y si se puede aplicar a mejorar la vida de las personas, mucho mejor”, explica.
En cambio, la experiencia no parece que vaya a torcer la vocación de Morales. “Prefiero la clínica. De ver a cerdos con infartos a personas, prefiero las personas”, afirma. Pese a ello, sigue con su idea de ser oftalmóloga. “Tengo gafas desde pequeña, y siempre me llamó la atención mi médico”, cuenta.
En lo que ambos están de acuerdo es en que no son “unos empollones”. “Estudiamos, claro, pero tenemos más vida”. “Nuestros amigos no nos ven como bichos raros”, coinciden. Él es aficionado a la natación, correr, la bicicleta, “y si es acompañado, mejor”. Ella se decanta por la música. “Me gusta mucho cantar. He participado en varios musicales”, afirma. Si no tienen pareja es “porque no ha surgido”.
Aunque el programa de formación era intenso —de 9.00 a 18.00—, no ha sido lo único que han hecho en estas dos semanas en Madrid. Han ido a museos, a parajes naturales. Los dos afirman que lo que más les ha impresionado es el Museo del Prado. En caso de un incendio, él no sabe si salvaría antes Las meninas o El caballero de la mano en el pecho. Ella elegiría El jardín de las delicias, aunque esta vez no lo haya podido ver porque está en la exposición temporal del museo.
Ayer era su último día en el centro. La última vez que se ponían las batas y los guantes. Hasta septiembre, cuando empiecen a estudiar Medicina. “Bueno, antes tengo que sacarme el carné de conducir”, dice él, y la ilusión se le ve en la cara. Ella asiente. No parece que vayan a tener problemas con el teórico.
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