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La decencia como política

José Ramón Recalde, exconsejero vasco, ha fallecido en San Sebastián a los 85 años

Joaquín Estefanía
José Ramón Recalde, en su casa de San Sebastián, en 2008.
José Ramón Recalde, en su casa de San Sebastián, en 2008.Jesus Uriarte

El matrimonio compuesto por José Ramón Recalde y María Teresa Castells está en su casa de Igeldo. Sólo les acompañan en ese momento los guardaespaldas del primero. Sube el jardinero a realizar sus faenas; es concejal de una localidad cercana y también lleva su pareja de guardaespaldas. Recalde y el jardinero están amenazados por ETA. Mientras cada uno de ellos trabaja en lo suyo, los vigilantes de ambos fuman y charlan entre sí.

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Ese es el ambiente que se respiraba hasta hace poco en el País Vasco. Conviene no olvidarlo nunca. Esta escena la contaba Recalde muchas veces y quizá forma parte de sus memorias políticas Fe de vida (no las tengo ahora, aquí, a mi disposición para consultarlas) que escribió después de que los etarras le dispararan un tiro en la cabeza a la puerta de su casa en el año 2000, de lo que salió milagrosamente vivo (no ileso). El atentado le despertó la memoria. "Estoy vivo, otros no", escribió, recordando a tantos amigos víctimas mortales de la violencia etarra: Fernando Buesa, Fernando Múgica, Ernest Lluch, Enrique Casas, Juan María Jáuregui, José Luís López de la Lacalle (la pistola que disparó a Recalde era la misma que asesinó a Lacalle), etcétera. En el libro también se acuerda de otro amigo, éste víctima de otro totalitarismo: Enrique Ruano, militante como el propio Recalde del Felipe (Frente de Liberación Popular), arrojado desde un séptimo piso mientras se encontraba bajo la custodia de la siniestra Brigada Político Social de Franco, en Madrid. El texto está trufado de melancolía, no abunda en los recuerdos tristes de los amigos asesinados. Decía que no se trataba de un recurso literario sino que le había salido así.

Recalde y María Teresa Castells pasaban parte de sus vacaciones de verano en casa de Javier Pradera y Natalia Rodríguez Salmones, en un recóndito pueblecito de Cantabria. Allí los depositaban un día sus guardaespaldas y volvían a por ellos cuando terminaban su asueto. Era una especie de paréntesis de su cotidianidad. La relación con los que les protegían ha marcado una buena parte de sus existencias: un trozo de la vida marcada por la convivencia con los guardaespaldas. Los amigos escuchaban las conversaciones entre Pradera y Recalde, a menudo hasta metafísicas, casi sin respirar. Allí se desarrollaba abundantemente ese sentido del humor tan característico de ambos —muchas veces difícil de compartir— y que está tan presente en las memorias de Recalde. Cuando hablaban del atentado a Ramón, éste se refería a él como "mi enfermedad" (concepto acuñado por María Teresa Castells), quitándole heroísmo. Todavía en los últimos días, cuando Ramón, internado en el hospital, ya está herido de muerte y es cuestión de horas su deceso, decía socarronamente a sus hijos: "Anda, que menudo ridículo voy a hacer si al final no me muero. Ya me he despedido de todos".

Ramón Recalde, hombre cabal, ha tenido mucha más historia que su relación con la violencia etarra. Catedrático de Derecho con innumerables alumnos, consejero de Educación y de Justicia del Gobierno Vasco, consejero de Estado, autor de libros de teoría política, toda su existencia tiene un eje que es la mejor herencia que nos deja: la decencia como política, la decencia como compromiso de vida, siendo cristiano progresista, laico, izquierdista soixantehuitard, marxista, militante socialista o demócrata consecuente. Durante el franquismo (año 1962) fue detenido y torturado salvajemente. Este pasaje también le marcó mucho. En las memorias cuenta que cuando le estaban torturando le vinieron a la cabeza unas palabras de Sartre en el que el filósofo francés dice que el torturador no puede resistir la mirada del torturado. Entonces Recalde mira fijamente a los ojos del policía que le estaba golpeando para comprobar si era cierto y éste exclama "encima se nos pone chulo" y siguió aporreándole sin cesar. Cuando recibió el premio Comillas de Biografía, el jurado destacó "una defensa apasionada del coraje cívico ante todas las formas de barbarie, además de una constante proclamación de fe en el valor de la palabra, la cultura y el ser humano por encima de cualquier ideología".

Es casi imposible imaginar a Ramón Recalde sin María Teresa Castells, propietaria de la legendaria librería Lagun de Donosti, resistente de tantos progromos etarras durante muchos años, y una de las madre coraje del País Vasco. Se les ve ahí, sin ceder, ya mayores, en las numerosas manifestaciones, multitudinarias o de sólo decenas de personas, contra la barbarie etarra. O en la Audiencia Nacional, cuando acudieron a declarar en el juicio contra Txapote y otros tres etarras del comando Argala, autores del intento de asesinato a Recalde, por el que fueron condenados a 19 años de cárcel. Es una imagen que hiere la sensibilidad por su desigualdad: a un lado los viejitos, solos con sus hijos y un puñado de amigos, todo dignidad; al otro, los etarras, todavía con su ideología compacta, todavía sin arrepentimiento alguno.

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Para María Teresa, sus hijos y sus nietos va nuestro cariño hoy. Será difícil para todos. Se nos va un mundo.

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