¿Un soltero en La Moncloa?
La Moncloa fue siempre, y sigue siendo, territorio sagrado de la familia nuclear española
Quizá recuerden El presidente y miss Wade. Aquella comedia romántica de 1995 con Anette Bening y Michael Douglas en la que un presidente demócrata de Estados Unidos, viudo y con una hija pequeña, corteja y se empareja con una ecologista de armas tomar en la mismísima alcoba de la Casa Blanca. La película podía parecer hasta hace nada una americanada más de Hollywood. Hoy, cumplidos los reglamentarios 20 años que tardaban antes las novedades en llegar a España, es técnicamente posible que un single se instale en La Moncloa. Sus nombres están en las papeletas. Pablo Iglesias y Albert Rivera, soltero y separado con una hija, respectivamente, no solo encarnan la nueva política, según pregonan desde el alba hasta el ocaso. También pueden ascender al protocolo del palacio presidencial los usos y costumbres de las nuevas familias que ya son rutina en las casas. Elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es normal, que decía Adolfo Suárez, el Pragmático.
La Moncloa fue siempre, y sigue siendo, territorio sagrado de la familia nuclear española. Esposo y esposa casados por la Iglesia e hijos nacidos en el seno del santo matrimonio. Así vimos a Adolfo Suárez y Amparo Illana desbravando a sus cinco niños en los jardines de palacio. A Calvo Sotelo y Pilar Ibáñez, educando a sus nueve vástagos fuera del foco público. A Felipe González y Carmen Romero criando a sus tres chavales. A José María Aznar y Ana Botella casando a su niña en El Escorial con todo el boato de una boda de Estado. A Zapatero y Sonsoles Espinosa sobrellevando la particular adolescencia de sus dos hijas. Y, ahora mismo, a Mariano Rajoy y Elvira Fernández bregando con dos críos preadolescentes, uno de ellos respondón, según pudo comprobarse cuando acompañó a su padre a disertar sobre fútbol en un programa de radio.
La renovación familiar en las altas instituciones del Estado comenzó, paradójicamente, antes en La Zarzuela que en La Moncloa. Por primera vez, la Jefatura del Estado le tomaba la delantera al Gobierno. La boda del príncipe Felipe con Letizia Ortiz, una mujer divorciada, abrió en 2004 una vía de normalidad pública en las relaciones personales de los miembros de la realeza que continuó con el divorcio de la infanta Elena de Jaime de Marichalar y, finalmente, la separación de hecho de los Reyes padres, Juan Carlos y Sofía, tras la sucesión en la Corona. Nada insólito en un país donde el 24% de los hogares está habitado por una persona, el 40% de los niños nacen fuera del matrimonio y, muchos años, los divorcios superan a las bodas.
Esa diversidad es la que llega ahora a las puertas de La Moncloa. Aparte de Rajoy, que asistió hace poco como testigo al enlace gay de su Javier Maroto, Pedro Sánchez es el único candidato casado. Por lo civil, eso sí, con Begoña Gómez, en una ceremonia oficiada por su compañera de partido Trinidad Jiménez y a la que asistió caminando la primogénita de sus dos niñas. Albert Rivera, separado de la madre de su hija, convive sin papeles con su nueva pareja, Beatriz Tajuelo. Y Pablo Iglesias, que anunció hace meses su ruptura amorosa con su compañera de lista Tania Sánchez, permanece sin más relación conocida que la que mantiene con sus más estrechos colaboradores de partido.
Así las cosas, y sin llegar —o sí, ojalá— a la agitada vida amorosa de François Hollande en El Elíseo, las urnas españolas pueden abrir sugerentes posibilidades en todos los campos. Difícil superar El presidente y miss Wade, escrita por el gran Aaron Sorkin, guionista de El ala oeste de la Casa Blanca. Pero ¿quién dice que no esté por llegar una comedia romántica ambientada en La Moncloa dirigida por, un poner, Daniel Sánchez-Arévalo?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.