Negacionistas
Ahora ya optan por aceptar los hechos probados por el dictamen judicial. Pero lo hacen sin reconocer su pasado error
Lo más indignante de las ceremonias conmemorativas del 11-M no ha sido la contumacia con que algunos recalcitrantes empedernidos (como el cardenal Rouco o el presidente de la Comunidad de Madrid) continúan negando el veredicto judicial que atribuyó la masacre al yihadismo, sino la negativa a pedir perdón de todos aquellos que en su día sostuvieron la falaz fábula conspiranoica. Son nuestros negacionistas particulares (entendiendo por negacionismo la delirante pretensión de que Hitler no asesinó a millones de judíos), que practican con olímpico desprecio a la evidencia histórica y a la inteligencia ciudadana la fraudulenta política del sostenella y no enmendalla. Y entre ellos no sólo figura la banda de los cuatro que patentó la confabulación (Aznar, Acebes, Zaplana y Ramírez) sino todos los demás que la sostuvieron y propagaron: como el propio Rajoy, el resto del PP, su prensa amiga y las asociaciones de víctimas que conforman el Tea Partyespañol.
Es verdad que ahora ya optan por aceptar los hechos probados por el dictamen judicial. Pero lo hacen sin reconocer su pasado error, lo que hace pensar que no fue tal sino una insidia deliberada. Y lo que es más, tampoco piden perdón por sus falacias infamantes.
Lo cual demuestra un cinismo farisaico difícilmente superable, pues estos negacionistas son también los mismos que exigen a los presos de ETA que confiesen sus crímenes, se arrepientan del daño causado y pidan perdón a sus víctimas, como conditio sine qua non para reconocerles sus legítimos beneficios penitenciarios. Cuánta desvergüenza. Ahora bien, este impenitente negacionismo retrospectivo no es el único que practican, pues lo mismo hacen con los demás hechos punibles que se les imputan. Cuando son sorprendidos en flagrantes casos de corrupción que están en la mente de todos, siempre se hacen los ofendidos protestando su pretendida inocencia inmaculada incluso después del fallo judicial que les condena por sus hechos probados, y todo ello por supuesto sin pedir perdón.
Al revés, descargan su indignación contra todos los que se atrevan a reprocharles su reprobable conducta. Pero todo ese negacionismo tan miserable resulta ridículo por comparación con el caso actual de negacionismo más masivo y criminal de todos. Me refiero a la negación del austericidio. En efecto, ahora ya sabemos por el dictamen de los organismos internacionales que la política de austeridad fiscal, decretada por el directorio europeo y llevada hasta el límite por las autoridades españolas, fue algo peor que un crimen pues ha resultado ser un contraproducente error de cálculo, en la medida en que provocó la segunda recesión, infló la deuda pública y ha creado una trampa deflactora de la demanda que nos ha atrapado en un bucle sin salida.
En consecuencia, nuestras élites se ven ahora obligadas a tratar de huir de la deflación, pero no por eso reconocen su error ni mucho menos piden perdón. Por el contrario, prefieren seguir el ejemplo del trío de las Azores, que tras asolar Irak sin oficio ni beneficio jamás ha reconocido ni su crimen ni su error. Como se saben impunes, prefieren simular una inocencia en la que nadie puede creer. Y para eso, casi resulta preferible Putin.
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