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Columna
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Cansados de tanta fatiga

Fernando Vallespín

A veces ocurre. El tempo de la política abandona su habitual aceleración y se aminora, como si entrara en un valle después de una alocada carrera por las montañas. Siguen pasando cosas, siempre pasan, pero ahora las vemos transcurrir despacio. Quizá porque lo nuevo es que no hay nada novedoso. O que ya no nos sorprende. O que nos hallamos en pleno síndrome de mitad de legislatura, haciendo balances. O, y esto es lo más probable, que estamos cansados de tanta fatiga civil, hartos de estar hartos. Hemos estado sujetos al estrés de ser intervenidos, sigue pendiendo la amenaza de la secesión catalana y los habituales escándalos mantienen su implacable y lento devenir judicial. Era y es el paisaje habitual. Pero nada nos conmueve y la indignación anterior se torna en aburrimiento. Al menos en el sentido que Saúl Bellow le daba a este término: “Aburrimiento es la convicción de que no puedes cambiar..., el aullido de las oportunidades desaprovechadas”.

Sí, esto es lo que pasa. La sensación de tedio y hastío hacia lo político se alimenta ahora de la percepción de que no pasa lo que debería estar pasando. Tendríamos que estar reaccionando después del tremendo sobresalto público que hemos presenciado. Todavía estamos bajo su influjo, aún sigue ahí. Y, sin embargo, asistimos impasibles al espectáculo de una política que parece que no se da por enterada. Es como si el Gobierno hubiera hecho suya la divisa clásica del festina lente: “Apresúrate despacio”. Después de sus prisas por emprender las reformas económicas para abordar la crisis, se moviliza ahora con agilidad para atornillar su programa político conservador. Pero despliega una sorprendente lentitud en ir a las raíces del problema, a la crisis política e institucional que nos embarga. No, las ignora como un todo. Sigue la estrategia de buscar activamente el olvido mediante la inacción, el activismo a través de la pasividad. Se trata de trasladar la imagen de que, una vez superado lo peor de la crisis económica, la política ha retornado ya a la “normalidad”.

El interés general reclama una revisión profunda de nuestro orden político y constitucional

La oposición del PSOE al menos se ha esforzado por escenificar un cambio. Ha tomado buena nota de que ya nada puede ser igual, y que un partido hoy solo conseguirá regenerarse abriéndose a sus militantes y simpatizantes. Está por ver si lo consigue, pero por lo pronto se mueve y se sabe interpelado por una ciudadanía mucho más vigilante y activa que la de otrora. El Gobierno no cree necesitarlo. Para ello opera diligentemente en intentar banalizar los problemas, en ensordecerlos de forma que no veamos lo excepcional dentro de lo cotidiano. Es lo que hace con los casos de corrupción, por ejemplo, que son presentados casi como parte de la normalidad y dan lugar a declaraciones inanes, casi despectivas, como si no fueran con ellos. Se trata de ponerle sordina a la indignación, de que esta devenga en tedio, que el anterior activismo se disuelva en la despolitización de una ciudadanía aburrida. O cómo opera con el caso de Cataluña, el problema no problema porque no puede ser y, por tanto, sobre el que más vale no actuar. El aquí no se mueve nada afecta incluso a la pasividad de Rajoy a la hora de cambiar el Gobierno, cuya permanencia pretende mandar la señal de estabilidad, de ausencia de errores, de una gestión sin mácula y con mandato ilimitado para asegurar el eterno retorno de lo mismo.

A estas alturas de la legislatura ya sabemos que el Gobierno ha decidido no decidir, no tocar nada de lo que urge ser modificado. Se sabe fuerte porque piensa que sus votos perdidos acudirán mansamente al redil cuando sean reclamados. La estrategia es, ya lo hemos dicho, borrar todas las huellas de la excepcionalidad de nuestra experiencia política reciente, salir de la tempestad e introducirnos en un escenario de calma chicha, del aquí-no-pasa-nada y, por consiguiente, nada se precisa hacer. Yerra. El interés general reclama una revisión profunda de nuestro orden político y constitucional, y esta tranquilidad aparente obedece seguramente más a un repliegue psicológico coyuntural que a una vuelta a la anterior normalidad. Estamos cansados de tanta fatiga, pero porque no hay respuesta, porque estamos desaprovechando la oportunidad de actuar antes de que vuelva un nuevo estallido. Los problemas se resolverán o no, pero lo que no se puede hacer es dejar que se pudran. Sobre todo porque sabemos que la causa de esta inacción responde más a un cálculo electoral que a la convicción de que sea la estrategia correcta. O, si no, al tiempo.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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