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Columna
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Negociar ¿qué?

La estrategia ha sido que CiU se debilite y rectifique. Pero lo que hay es un movimiento social

Josep Ramoneda

Cuenta un empresario catalán que el más independentista de sus hijos le preguntó si le preocupaba la independencia. “No, porque creo que todo esto acabará en nada. Si no lo viera así, seguro que me preocuparía”, le respondió. Es probable que la Via Catalana y las encuestas que se han publicado recientemente perturben la tranquilidad de nuestro empresario. En cualquier caso, deberían hacer reflexionar a aquellos responsables políticos que han optado por el inmovilismo convencidos de que el fenómeno se diluirá por sí solo.

 Los datos que se han ido conociendo estos días pueden resumirse así. Desde la gran manifestación de hace un año, el independentismo ha seguido ganando terreno en la sociedad catalana y hoy es el único proyecto político realmente existente. La convocatoria de un referéndum sobre el futuro de Cataluña es el punto de acuerdo de una amplísima mayoría de ciudadanos catalanes. Las soluciones intermedias —mejora de la financiación, de infraestructuras, reformas en materia de lengua y cultura— ya no seducen. Ni siquiera la equiparación al concierto vasco motiva a los que están por la independencia. El mapa político catalán está en plena mutación. Los partidos tradicionales sufren grandes retrocesos electorales. CiU sigue en caída, el PSC y el PP pasan a quinta y sexta fuerza. El unionismo queda en manos de Ciutadans, que sube a costa de socialistas y populares. Naturalmente, las encuestas no son fotografías definitivas, las sociedades son vivas y se mueven mucho. No es lo mismo expresar la intención de voto en un referéndum que no tiene ni autorización ni fecha que hacerlo cuando el referéndum ya está convocado. Pero las señales que emite Cataluña anuncian tiempos de alta tensión política. Dicen que los problemas indivisibles son imposibles de resolver. ¿Cómo convertir lo indivisible en divisible? Si en Cataluña se ve el referéndum como única vía de solución posible, porque es su reconocimiento como sujeto político, y el Gobierno y los partidos españoles consideran que el referéndum es imposible, porque hay un solo sujeto político, ¿cómo se resuelve la aporía?

Estrategia calculada, pereza, irresponsabilidad, desconocimiento de la realidad, incapacidad de imaginar una solución o simple autoritarismo constitucional, puede que estos y otros factores expliquen el inmovilismo del Gobierno español. Da la impresión de que la mirada del PP sobre Cataluña está lastrada por algunas ideas recibidas del pasado: se sigue confundiendo a Cataluña con CiU, se sigue creyendo que CiU tiene autoridad para imponer un cambio de rumbo y se sigue pensando que los nacionalistas conservadores nunca se apartarán de la voluntad del mundo empresarial. Por eso, la estrategia ha sido dejar que CiU se debilite para que ella misma rectifique. Pero lo que está ocurriendo en Cataluña es que se ha ido desarrollando un poderoso movimiento social, surgido de las clases medias, pero ganando transversalidad, sin una correlación exacta con la representación de los partidos políticos, que en muchos momentos van a remolque del proceso. Y no hay en este momento en Cataluña nadie con la autoridad que pudo tener Pujol en el pasado para convertir en éxito una rectificación de la hoja de ruta soberanista. Al mismo tiempo, las alternativas a la independencia se han quedado sin otra voz que la todavía imberbe de Ciutadans. El PSC está completamente desubicado. Y el PP más aislado que nunca.

La pregunta para el día después es: ¿qué es lo que se puede negociar? He escrito muchas veces que en el fondo del asunto hay una cuestión de reconocimiento. Cataluña quiere ser un sujeto político completo, no el brazo de un sujeto político. Y este reconocimiento sólo lo puede dar un referéndum. Se trata, por tanto, de negociar las condiciones del mismo: la pregunta, la participación mínima necesaria, las mayorías exigibles para un cambio en la estructura del Estado, etc. Pero el Gobierno del PP y el PSOE se niegan rotundamente a contemplar esta hipótesis, con el argumento de la inconstitucionalidad. ¿Legalidad o miedo? ¿No se sienten capaces de competir con éxito en un referéndum en Cataluña? ¿Los dos grandes partidos españoles no tienen un proyecto político que proponer que pueda resultar atractivo para los catalanes?

La cuestión catalana exige una solución política. En democracia, las soluciones políticas pasan por la confrontación de proyectos y por el voto de los ciudadanos. Parapetarse detrás de la Constitución para negar el referéndum sólo conduce al agravamiento del conflicto. En democracia, la Constitución no se puede utilizar como una cárcel. Hay que encontrar siempre una puerta para que la voluntad popular pueda expresarse. Así lo entendió en su día el Tribunal Constitucional de Canadá. Y además al Gobierno canadiense le salió bien. Cuestión de coraje democrático.

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