Confianza y credibilidad
A lo largo de toda la legislatura anterior y sobre todo desde el momento en que los efectos de la crisis económica se hicieron más visibles, Mariano Rajoy centró su estrategia de oposición al presidente del Gobierno en la ausencia de confianza que generaba como consecuencia de su nula credibilidad tanto dentro como fuera del país. La prima de riesgo tenía nombre y apellidos y bastarían unas nuevas elecciones para que se recuperara la confianza en España como consecuencia de la credibilidad que tendría el nuevo Gobierno que él presidiría.
Por lo que indican todos los estudios de opinión que se vienen haciendo públicos desde que Mariano Rajoy fue investido como presidente del Gobierno, no ha sido así. El deterioro de la confianza en el país y la falta de credibilidad de su Gobierno, a pesar de que dispone de mayoría absoluta y de que se encuentra en el primer año de la legislatura, no tiene precedente en la historia de la democracia española.
Es verdad que al líder de la oposición le va todavía peor, pero no creo que eso deba servir de consuelo ni para el Gobierno ni para nadie. Al contrario. Justamente porque el partido socialista se encuentra en la situación en la que se encuentra, es mucho más importante que los ciudadanos pudiéramos confiar en que el país está en buenas manos y en que el Gobierno sabe qué es lo que quiere y a donde va.
Pero no está siendo así. Y no lo está siendo porque el Gobierno ha confiado más en continuar destruyendo la imagen del partido socialista que en conseguir que los ciudadanos entendieran en qué iba a consistir la acción de gobierno. Aunque en el discurso de investidura el candidato afirmó que un presidente no podía considerar que recibía una herencia a beneficio de inventario y que, en consecuencia, se tenía que gobernar haciendo abstracción de lo que había sido la trayectoria del Gobierno anterior, casi no ha hecho otra cosa después que volver sobre dicha trayectoria, con la finalidad de justificar todos los incumplimientos no ya del programa electoral, sino del propio programa de investidura. Todavía su discurso sobre el estado de la nación de hace un mes ha estado dominado por la herencia recibida.
El presidente del Gobierno parece no haber entendido que la recuperación de la confianza dentro y fuera de España, así como la credibilidad en la acción del Estado, no va a ser superior porque el partido socialista se hunda todavía más. Dados los problemas con los que el país tiene que enfrentarse, le vendría con seguridad bien tener enfrente a un adversario con más consistencia. Pues cuanto más débil esté el adversario, menos justificación tiene para no poner en práctica una política consistente. Nadie se lo impide.
El punto de referencia de la confianza y la credibilidad son los propios ciudadanos en el interior del país y la Comisión Europea, el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). Y se está haciendo todo lo contrario de lo que se tendría que hacer. Se suprimen ruedas de prensa y no se dan explicaciones de nada. Se deja incluso de hacer reuniones de los órganos de dirección de partido, a fin de no tener que hablar con los medios de comunicación después y tener que contestar preguntas sobre Luis Bárcenas. Se falsean las cuentas que se envían a la Comisión, a fin de que encaje el objetivo de déficit, sin recordar que con el falseamiento de las cuentas de Grecia empezó la catástrofe en la que estamos inmersos y que es imposible, además, que una operación como esa cuele. Todavía no se han dado garantías de que se va a ejecutar en términos coherentes la sentencia del Tribunal de Luxemburgo sobre la necesidad de revisar la legislación hipotecaria, y ya se ha insinuado que se va a hacer “ingeniería jurídica” en el caso de que la Gran Sala del TEDH confirme la sentencia dictada por la Sala que entendió el recurso de Inés del Río por la aplicación de la doctrina Parot.
José Luis Rodríguez Zapatero acabó perdiendo la confianza de los ciudadanos a partir de de mayo de 2010 y se quedó sin credibilidad para hacer política dentro y fuera del país, pero no dejó de dar la cara ni un solo momento. Se la rompieron en reiteradas ocasiones, pero no dejó de ponerla otra vez, cuando todavía quedaban las huellas del último golpe. Y transmitió la presidencia del Gobierno tras unas elecciones limpias, a fin de que quien le sucediera pudiera hacer frente con legitimidad a la acción de Gobierno. Ese depósito de legitimidad es el que Mariano Rajoy ha vaciado a una velocidad de vértigo. Tal como van las cosas, es de temer que el próximo presidente del Gobierno arranque con un déficit de legitimidad notable. Esa sí que puede ser una herencia terrible. La peor que se puede dejar en democracia.
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