Una, católica y elitista
Esta derecha no cree en los valores democráticos y liberales de una sociedad abierta
Una, católica y elitista. Esta es la escuela que nos propone José Ignacio Wert, el ariete ideológico del Gobierno. Y hemos de suponer que se corresponde con la idea de España que tiene el PP. Aznar inculcó al PP una idea que le ha dado muchos éxitos: la lucha ideológica es fundamental en política. Sin duda el Gobierno de Aznar fue el más ideológico de la historia de la democracia española. Se fue Aznar y tomó las riendas Mariano Rajoy. Un cambio abismal de carácter. A Rajoy le gusta ir de hombre tranquilo, sin prisas y sin perfil demasiado preciso. La suma de sus políticas no deja dudas sobre sus intenciones. Pero la disposición de su espíritu hace que no sea peleón. Sin embargo, no tiene dudas de que su misión es consolidar la restauración aznarista. Aznar lo hacía desde el liderazgo, Rajoy lo hace desde las bambalinas, su territorio preferido. La misión está en manos de dos ministros con rasgos singulares: el narcisismo incontenible de José Ignacio Wert y la ambición educada del conservador Alberto Ruiz Gallardón. Al primero le puede el ego, el segundo tiene más oficio y destreza, pero para muchos, que no sabían que bajo su imagen cordial y abierta habita un espíritu muy de derechas, ha sido una sorpresa. Gallardón está ahora apagadito porque lidiar con los jueces no es baladí. Pero volverá a ser noticia pronto.
Ahora es el momento Wert. Uno de los disparates de la política española es que haya sido imposible generar una legislación educativa estable. Evidentemente, la educación es un lugar estratégico desde el punto de vista ideológico. Nada de lo que se decide sobre ella es inocente. La prioridad en la distribución del gasto en las distintas fases escolares, por ejemplo, es toda una declaración de principios. La misión de Wert es clara: cargarse el legado secularizador y los mecanismos compensatorios de desigualdades y afirmar la unidad lingüística nacional, a costa de las lenguas propias de algunas comunidades autónomas. A ello se ha empleado el ministro con más entusiasmo que acierto, porque sus modos torpes provocan bloqueos en los procedimientos y la ley no acaba de llegar. Pero la misión viene ordenada desde arriba. Y Wert la llevará a cabo. La Iglesia se cobra su pieza soñada: la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Con lo cual queda claro que tenemos una derecha que no cree en los valores democráticos y liberales propios de una sociedad abierta y sigue dando a la Iglesia vara sobre los niños. La meritocracia se convierte en el horizonte ideológico de la escuela, es decir, formar niños para la competitividad —y no para la cooperación— haciéndoles creer que sus hazañas son méritos propios, como si ellos fueran responsables del espermatozoide afortunado que les llevó al mundo. Y se liquidan las clases complementarias y los instrumentos que permitían ayudar a los que tenían más dificultades. El fracaso escolar importa poco. Al Gobierno solo le interesa la jerarquización social ya desde la escuela. Por supuesto, la escuela privada es el gran amigo a proteger. En fin, Wert liquida las políticas lingüísticas de las comunidades autónomas, cargándose un amplio consenso de muchos años, que en el caso catalán había evitado la división del país en dos comunidades lingüísticas. Quizás romper Cataluña en dos sea la fantasía del PP para las batallas que se avecinan. Todo esto en medio del barullo de un ministro que hace mucho ruido pero se atasca en el proceso ejecutivo.
¿Cómo acabará Wert? Cuando haya culminado la tarea que se le ha encargado probablemente se le enviará a casa a la primera remodelación. Alcanzados los objetivos, ya se podrá dar paso a una persona de un perfil más comedido. Pero detrás de los excesos de Wert está Mariano Rajoy y está el PP. Es una opción ideológica de fondo al servicio de una idea de la sociedad y de España. Con una derecha que sigue privilegiando a la Iglesia católica, como si la revolución liberal no hubiese existido, que ve la escuela como instrumento de preparación para la competitividad, y que ata en corto la diversidad cultural del país, hay poco que pactar. Ni siquiera deja espacio para la colaboración con los nacionalismos conservadores periféricos, correligionarios en muchas cuestiones de dinero y valores. Más allá de las maneras del ministro, una vez más se pierde la oportunidad de una ley de educación consensuada para unas cuantas décadas, que dé estabilidad al sistema educativo. La contrareforma Wert ni está pensada para el futuro ni tiene otro objetivo que ratificar las querencias ideológicas de la derecha española. Nacerá con fecha de caducidad: la próxima alternancia.
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