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Tribuna
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El paréntesis y la dura realidad

Mas no ha estado solo en su error. No he leído ni un artículo que contemplara un batacazo así

Josep Ramoneda

Ha sido como un paréntesis de dos meses. El presidente de corte tecnocrático y conservador, que había rescatado a CiU de la tradición socialcristiana del pujolismo para llevarla hasta las aguas de la derecha neoliberal, después del 11-S sufrió una transformación. Se puso al frente del movimiento por la independencia, se fue a Madrid, dijo solemnemente que la reunión con Rajoy no había ido bien y anunció la ruptura. El personaje adquirió un aire mesiánico que le hacía irreconocible. El cartel electoral en que se erigía, con los brazos abiertos y la mirada puesta en la lejanía, como portador de la voluntad del pueblo, quedará como el icono de esta desventura. De golpe, la noche del domingo le abandono el aura. Y, aunque abatido, reapareció el dirigente político sin atributos precisos que ha sido siempre.

La mutación de Artur Mas generó desconfianza a algunos y miedo a otros. A sus electores más soberanistas, su sobreactuación les generó dudas, y optaron por buscar en ERC la garantía independentista. Su dramatización llevó mucha gente a las urnas, independentistas que desconfiaban del sistema y unionistas que no acostumbran a votar en las autonómicas, lo que acabó yendo en su contra. La política es oportunidad, como explicaba Maquiavelo. Mas creyó avistar la gran ocasión de pasar a la historia y se ha encontrado con que el momento no había llegado. Este error de interpretación de la realidad marcará para siempre su carrera. Mas pretendía liderar y encauzar el movimiento social por la independencia. Las urnas han demostrado que era una vana pretensión: su manto ha resultado ser demasiado pequeño para integrarlos a todos.

Mas gozaba de una mayoría parlamentaria suficiente para gobernar con estabilidad, decidió arriesgarla por la gran promesa, y ahora se enfrenta a un muy serio problema de gobernanza, con enormes dificultades para conseguir una mayoría parlamentaria estable. ERC no tiene prisa, y puede poner condiciones. Y es difícil entender qué ganaría compartiendo las políticas de austeridad con CiU, salvo que fuera una improbable y problemática aceleración del proceso soberanista. Tampoco el PSC está para compartir recortes con el presidente. El grupo dirigente de los socialistas, que, de elección a elección, va cavando la fosa del partido, con encomiable entusiasmo, parece haber decidido que todavía le queda margen para seguirse hundiendo, con lo cual se mantendrá firme en su acendrado inmovilismo. Una alianza con el PP, después de todo lo que ha pasado, sería para una antología mundial del cinismo y de la infamia. De modo que la aventura de Mas añade un nuevo problema a Cataluña: la gobernabilidad.

En fin, el envite de Mas tenía un objetivo: consolidar su autoridad, convertirse en un estadista con todo un pueblo detrás, para afrontar los desafíos que su programa contenía. Su autoridad ha quedado seriamente tocada, porque no hay error que demuestre mejor la debilidad de un personaje que elevar las expectativas sobre sí mismo muy por encima de sus propias posibilidades. ¿Qué autoridad tiene quien con su órdago demostró desconocer dónde estaba? Mas es ahora más débil ante su partido, ante la sociedad catalana y ante el Gobierno español. Con lo cual su capacidad negociadora ha perdido muchos enteros y, como consecuencia, el proceso soberanista sufre un parón de duración imprevisible.

En realidad, el 11-S dio una pista: el desplazamiento del eje del catalanismo político del nacionalismo conservador hacia el independentismo. Y exactamente esto es lo que las urnas han reflejado: Mas, que viene de la vieja línea hegemónica del catalanismo, no ha alcanzado a hacerse con la nueva. Y aquí los medios de comunicación, los institutos de opinión, los académicos y los que nos dedicamos a escribir y a opinar de estas cosas tendríamos que hacer una reflexión, porque es preocupante el desconocimiento de la realidad del país que hemos demostrado. Mas no ha estado solo en su error de percepción. No he leído ni un solo artículo que contemplara la posibilidad de que en estas elecciones se diera un batacazo de esta envergadura. La sociedad catalana ha resultado opaca. ¿Por qué? Por muchas razones, pero principalmente dos: las brumas de las hegemonías ideológicas y de las fantasías políticas contaminan demasiado el espacio mediático, y nos las acabamos creyendo todos: políticos y periodistas. Y la realidad es insoslayable. Por mucho que el discurso soberanista lo tapara todo, la crisis social estaba ahí y ha estado en las urnas. De este episodio, las gentes de los medios de comunicación deberíamos aprender que tenemos que estar más atentos a los ciudadanos y menos a los políticos.

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